jueves, 18 de junio de 2015

Carta, Daniel Barrera

Texto tipo carta con base en la epístola de Epicuro a Meneceo

Para la humanidad, pues inherente es la búsqueda por la verdad y la felicidad.

Por nuestra condición de seres humanos debemos hacer valer esa cualidad atávica a nuestra condición que consiste en la búsqueda de la verdad, pues es a partir de ésta que develaremos los secretos de todo aquello a lo que tememos, y por medio de la cual alcanzaremos la felicidad, pues para el ejercicio de la filosofía, verdad y felicidad están ligados y acarrean la misma importancia.

De allí que este conocimiento nos aleje de las falsas creencias que se tienen entorno a muchos temas como lo son las cuestiones divinas pues es errado pensar, como lo hace el vulgo, que los dioses están hechos a imagen y semejanza de nosotros y además, que cometen acciones repudiables como la venganza, el adulterio y la guerra entre otras aberrantes acciones. Recordemos, pues, que la idea que tenemos de Dios está grabada en nuestra alma siendo este inmortal y feliz, de allí que no pueda ser semejante a nosotros, ni en aspecto ni en acción.

Ahora bien, respecto a los miedos de la muerte y el dolor, recordad ¡oh humanidad!, que tan desconsolada has estado durante mucho tiempo debido a estos miedos, que la muerte no  tiene nada que ver con nosotros, pues es propio de los seres vivos estar dotados de sensibilidad, mientras que para aquellas que perecen nada sienten. Por lo tanto, si el mal y el dolor están ligados a la sensación, la muerte, estando privada de la sensación, no será causa ni motivo para el dolor, ni mucho menos, para el temor. Romper esta concepción nos acercara cada vez más a la verdad y por lo tanto, la humanidad entera estará más cerca a la felicidad.   
Por último, respecto a la finalidad de la búsqueda de la verdad, el ser humano debe propender por la satisfacción de los placeres siempre que nos alejemos de los excesos y el dolor, causados cuando no sopesamos el placer y el dolor, de allí que  todo placer sea bueno pero no aceptable, o que un dolor pueda ser aceptable pues conllevaría un próximo placer de carácter superior.    

Recordad, apreciada humanidad, que el gozo mayor consiste en no sufrir perturbaciones ni el cuerpo ni en el alma, de allí que si el cuerpo está bien, lo cual se logra cuando satisface de manera mesurada los deseos que le son propios por naturaleza, el alma calmará su perturbación e impasible podrá continuar develando los secretos del mundo.

jueves, 11 de junio de 2015

Ensayo, Diego Gutierrez

MALDAD Y VIOLENCIA

A propósito del informe del Centro de Memoria Histórica ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad, Cap. V. Las memorias de los sobrevivientes.

En el informe del Centro de Memoria Histórica ¡Basta ya! se nos presenta el dolor de la guerra desde una perspectiva donde se analiza en tercera persona los relatos de quienes vivieron situaciones límite de violencia. Así, se empiezan a configurar los relatos sobre los hechos violentos y malvados de los que fueron víctimas un número significativo de comunidades, estos relatos de las personas que vivieron las atrocidades de la guerra nos intentan mostrar el desolador panorama que queda detrás de las innumerables masacres que se han cometido en las regiones más vulnerables de nuestro país desde hace más de 30 años. 

Es al menos difícil para este caso escribir un texto performativo, pues no he experimentado situaciones límite de violencia que se nos presentan en tan conmovedores relatos; para el caso de un texto expositivo, este estaría muy cerca de lo que encontramos en la sistematización de los relatos de las víctimas pues nos pretende mostrar un tema, la violencia, donde cualquier persona que analice los casos expuestos puede llegar a conclusiones parecidas a las presentadas en el texto; por último, el escribir un texto reflexivo, permitiría en este caso explorar las distintas voces de quienes intervienen tanto las víctimas, como los victimarios y hasta el mismo autor tendría la posibilidad de hacer sentir su voz y opinión, es decir poner en juego la propia experiencia en el momento de construir el texto.

Por esta vez, quizá debido a la facilidad que me presenta el exponer un tema sin comprometer tanto la voz propia en lo que escribo, quisiera explorar un poco las ideas que se nos presentan en ¡Basta ya!, bajo la perspectiva de un texto clásico de la filosofía política y este es el Leviatan, donde me parece que de forma expositiva se nos presenta la idea de la relación natural de los hombres en general y la consecuente necesidad de un Estado que limite algunas libertades para garantizar el bienestar de la comunidad. De este texto rescataré dos ideas: la primera es que en condición natural el hombre hace lo que le permiten sus fuerzas, es decir que sin el marco legal del Estado el hombre ejerce sin restricción más que las naturales su fuerza, por lo que naturalmente está en capacidad de  vulnerar la integridad de otros hombres y por tanto su libertad si sus fuerzas se lo permiten. La segunda sería que en esta condición de ley natural el hombre se convierte en una amenaza para los otros hombres, esta es la máxima de la ley natural expresada por Hobbes homo homini lupus

Con estas dos premisas, se podría dar cuenta que en los relatos sobre la violencia no solo hay una pérdida de los espacios que se habitan y del sentido temporal que esto adquiere, tema que sería interesante seguir explorando desde la perspectiva que nos abrió el texto de Angela Uribe, sino que hay otro tema que aparece recurrentemente en los relatos y es el alejamiento del Estado o en ocasiones la complicidad de las autoridades que por acto u omisión permitieron que los paramilitares cometieran con libertad de acción tales masacres. 

En este caso aunque haya un Estado que supuestamente debe proteger a los ciudadanos, no solo incumple esta labor, sino que a la vez se convierte en aliado de los malvados grupos que asesinan sin distinción a quienes pueden acribillar sin más gracias a sus armas y poder territorial. El abandono y complicidad que se hacen evidentes en el desarrollo de los relatos permitiría ver que este factor fue tal vez uno de los que permitió a los grupos armados actuar sin restricciones en ciertos territorios por un determinado tiempo. 

Aquí se vería que la ausencia o el no cumplimiento de sus funciones por parte del Estado hizo posible que se implantara una violencia sistemática, donde por medio de las armas se imponían voluntades y formas de ser que no concuerdan con lo que se espera de la convivencia en sociedad, se podría decir que operó un régimen del terror que por medio de la fuerza impuso unos ciertos modos de actuar, donde no importaba tanto el otro, la comunidad como tal, sino que había grupos en conflicto que en su afán por imponerse hacían de los pueblos el escenario donde por la fuerza intentaban hacer desaparecer ya fuera gracias al miedo o por la aniquilación sistemática a quienes consideraban sus enemigos.

Aquí, en esta lógica de terror y de muerte los reales afectados fueron las comunidades, pues los grupos armados aunque se conformaban tal vez por vecinos o conocidos, al momento de arremeter violentamente en contra de la comunidad no eran vistos como iguales, sino todo lo contrario eran percibidos con rostros desfigurados que producían miedo y espanto, como bien lo relataba un profesor al ver la cara de sus agresores.

En esta situación el agresor es identificado como un ser malvado, casi como en el caso que nos presenta Hobbes como un lobo para otros hombres, en este asunto parece problemático asegurar que sin control y sin un sistema judicial eficiente el hombre es capaz de convertirse en el ser más temido para sus congéneres. Esta maldad presente, se presentaría casi como consecuencia de la falta o del abandono del Estado, no sé hasta qué punto el argumento pueda resultar válido, pero en los relatos, como en el caso del análisis hobbesiano de la situación natural de los hombres, nos hace pensar que si a un hombre o a un grupo no se le impone ciertos límites esto resultaría en que serían capaces de abalanzarse contra los demás para imponer su voluntad y así conseguir lo que quieren, aquí no habría respeto y ni siquiera reconocimiento del otro como un ser que sufre y que siente como un igual, estos malvados serían incapaces de ponerse en el lugar del otro, pensar que él o ellos podrían ser víctimas de las mismas agresiones y de los mismos daños.

En este sentido, la pregunta que me queda sobre esto es: ¿Realmente el hombre desarrolla su maldad si encuentra ocasión de hacerlo, es capaz de violentar al otro solo porque está en capacidad de hacerlo? 

Ensayo, Diego Gutierrez

EL NO-MUNDO O LA DE-SUBJETIVACIÓN

Respuesta a "Fenomenología del daño: el “mal aire” y los rasgos del no-mundo para los habitantes del placer" de Ángela Uribe Botero.

Cuando el mundo ya no es mío entonces qué queda, de dónde surge lo que se aparece ante mí y aun así me supera, lo que no puedo explicar se queda en el umbral entre lo real y aquello que no lo es. Quizá la mayor de las inquietudes que me dejó la lectura es precisamente ese proceso de extrañamiento del individuo frente a su realidad, que es denominado como el no-mundo.

Esa pérdida de la constitución de la realidad como unidad de la experiencia me lleva no solo a pensar en el proceso de victimización que se produjo en El Placer, sino en todos esos momentos que dislocan al sujeto y lo dejan perplejo ante el modo en que se le presenta su mundo; sería interesante ver los puntos de unión entre las descripciones que nos presenta Ángela Uribe sobre el no-mundo y otros discursos que a través de los últimos siglos han tratado de mostrar el modo en que para el hombre, es decir para el sujeto, el mundo deja de ser suyo y se convierte en algo ajeno, a veces hasta fantasmagórico, como en el caso que nos presenta Uribe con los aires de muerte.

Los casos de extrañamiento que recuerdo en este instante son la enajenación que es descrita por Marx como una pérdida de sentido del hombre frente a su trabajo y el otro es el modo como Foucault describe en Vigilar y castigar la manera como la subjetividad humana es moldeada para buscar la creación de un cuerpo dócil. En ambos casos lo que me parece común es que un interés externo, o quizás una fuerza externa, al individuo siempre está marcando las prácticas de éste y por tal camino el modo en que nos relacionamos con el mundo. Pues para el caso de la enajenación, el hombre, al no ver los resultados de su trabajo, queda extrañado ante una parte de su realidad, no comprende, o no puede hacerlo, los modos en que desde su trabajo emerge un producto. En lo descrito por Marx lo que se da es una pérdida de sentido donde ya no se entiende el porqué del trabajo y así el obrero queda aislado de una dimensión de significación de su mundo que para Marx es la más importante: el trabajo.

Por su parte, para Foucault el aparato burgués que emergió, luego de la disolución  de los sistemas feudales en Francia, buscando la consolidación del sistema empezó a modelar la sociedad y por tanto al sujeto para introducirlo ya fuera como soldado u obrero. En la visión de este filósofo de lo que se trataba era de moldear el cuerpo que necesitaba el naciente sistema burgués. 

Estos dos ejemplos de extrañamiento que me propuse describir me parece que guardan, a su vez, similitud con la pérdida de mundo que es mostrada en el artículo de Uribe. Y precisamente, se trata de ese sentimiento de alejamiento de la realidad, de nuestro mundo, al que queda reducida la experiencia subjetiva o intersubjetiva por la intromisión de una fuerza extraña en el sujeto que lo violenta  y con ello lo aleja de la realidad. 

Dialogando acerca del sentido que tendría este extrañamiento del sujeto frente a su experiencia, pareciera que se podría usar un término para hablar de tal fenómeno desde una perspectiva un poco más general y esta sería la de de-subjetivación. que nos fue propuesta por un hombre que se interesó en nuestro diálogo mientras esperábamos en la fila de pago de un supermercado. Esto me puso a reflexionar y encontrar que en tal propuesta estaba contenida la idea de pérdida de mundo, ya que la de-subjetivación sería precisamente el proceso de la pérdida del sentido de la experiencia propia a consecuencia de una fuerza que violenta mi integridad (o nuestra integridad) y me deja frente a un mundo que no reconozco, en el que debo de actuar a fuerza de la necesidad o por sentirme coaccionado por un poder externo.

En la de-subjetivación la pérdida de la realidad sería el proceso inverso de la dación de sentido, donde al individuo se le presenta su experiencia como algo extraño. Como el caso que nos relató Ángela Uribe los lugares que antes eran punto de encuentro para la comunidad de El Placer se convirtieron, con la irrupción de la violencia, en sitios fantasmagóricos donde se respira un aire de muerte. 

Me parece que estos procesos de de-subjetivación aunque se puedan dar a distintos niveles de la sociedad actual, adquieren una fuerza vertiginosa en los casos que nos relató Ángela Uribe. Pues la muerte violenta de sus seres amados, la presencia sistemática de la muerte y la violencia, es aquello que irrumpe en su mundo y hace de éste un lugar que no les pertenece, donde una serie de no lugares se configuran como foco del mal aire, de los recuerdos impropios de su tragedia.

Pretendí en el breve escrito anterior dar cuenta de lo que me produjo la lectura, pero debo confesar que aún me parece difícil desmarcarme de una escritura filosófica, pues la estructura del texto se asemeja al proceso de argumentación, donde cada afirmación debe estar acompañada de una demostración, espero que en futuros ejercicios poder romper con este paradigma y recorrer otros estilos que se alejen de la argumentación.

Reflexión, Paola Valbuena

¿Y SI NOS REFLEJAMOS EN EL SENTIR DE LAS VÍCTIMAS?

A propósito del informe ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad, capítulo V “Las memorias de los sobrevivientes” (2013) Bogotá: Centro de Memoria Histórica.

El mundo representa cada una de las acciones, los espacios, y las rutinas que a diario forjamos para construirle. En general, entender el mundo a partir de estos elementos nos posibilita el análisis de nuestro propio mundo. Pero ¿qué pasa si los elementos de ese mundo se ven alterados por un factor externo a nuestra propia convicción?

El presente escrito pretende tomar como tarea comprender y dilucidar de forma somera, cómo las víctimas del conflicto armado en Colombia ven su propio mundo desestabilizado y sin embargo se valen de acciones para afirmarse como personas activas que se sobreponen frente a ese ataque. Es preciso señalar que el recorrido de este escrito tiene la pretensión de apreciar levemente (así como el escrito del Centro de Memoria Histórica lo hizo en mí) el sentir de quien está al otro lado del conflicto, ese que aunque no lo quiera sigue siendo indolente frente al mismo. 

Inicio señalando que este texto nace a partir de la lectura de relatos de víctimas del conflicto armado. Avanzadas tan solo unas páginas de la lectura, se me presenta el interrogante que guiará el presente, ¿qué tan correcta es la concepción que tengo de una víctima? Debo aceptar –aunque con algo de vergüenza– que cuando pienso en una víctima se me presentan personas débiles, seres humanos cuya fuerza vital se redujo a causa de la violencia. Creo que si esa convicción personal se relacionara con cada relato que compone el informe del Centro de Memoria es posible desvirtuar completamente esa noción.

Los relatos muestran niños, niñas, hombres y mujeres, que a pesar de las circunstancias se contemplaban como sujetos activos de un conflicto en el que se encontraban en medio de tres fuerzas armadas (Ejército, AUC, Guerrillas). Se muestran relatos de ancianos que aunque conocen la realidad de la muerte y desaparición de sus hijos, de un modo peculiar enfrentan ese dolor llenándose de esperanza; hombres y mujeres que exponen su vida por salvar a un vecino; enfermeras capaces de encarar la muerte y salvar vidas; líderes políticos que se contraponen a ese sistema organizado y corrupto de Colombia. Entonces ¿qué aspectos pueden dar a pensar que hay debilidad en las víctimas de esos relatos?

La debilidad en particular se presenta cuando ante nosotros se genera una actitud respecto a las víctimas, como la de quien mira a través de un cristal a un animal encerrado en un zoológico, pensando en muchos casos “pobre” y contemplándole como un ser inferior. Pero sin deliberar en cuánta fortaleza se necesita para enfrentar una realidad que no es la propia, una que se construyó sólo porque otro lo quiso así. 

Pienso que el carácter que se le da a la víctima como un sujeto que debido a las circunstancias es considerado como inferior es una mirada podría decirse ‘burguesa’, de quien no quiere ni se propone conectarse con un entorno que en últimas no es tan ajeno. Comenzar a ver en la víctima rasgos más sobresalientes como la valentía, la fortaleza y la vitalidad, transforman por completo la perspectiva. 
Comprendido lo anterior, es relevante analizar éste escrito a partir de la palabra “compasión” con base en Milan Kundera. En innegable que  posiblemente muchos de nosotros sí hemos tenido compasión, pero esa compasión entendida desde lo que el mismo lenguaje de occidente describe para nosotros, un sentimiento que se funda en la lástima. Así se observa cuando Kundera expresa que:
Todos los idiomas derivados del latín forman la palabra «compasión» con el prefijo «com-» y la palabra pas-sio que significaba originalmente «padecimiento» (…) En los idiomas derivados del latín, la palabra «compasión» significa: no podemos mirar impertérritos el sufrimiento del otro (…) Este es el motivo por el cual la palabra «compasión» o «piedad» produce desconfianza; parece que se refiere a un sentimiento malo, secundario, que no tiene mucho en común con el amor (Kundera, 1988. p.20)
Pero qué pasaría si esa compasión se comprendiera desde ese otro significado, ese donde  el idioma no “forma la palabra «compasión» a partir de la raíz del «padecimiento» (passio), sino del sustantivo «sentimiento»” (Kundera, 1988 , p.21). Seguramente la actitud frente a ese otro –las víctimas– sería distinta, probablemente esa mirada “ilumina la palabra con otra luz y le da un significado más amplio: tener compasión significa saber vivir con otro su desgracia, pero también sentir con él cualquier otro sentimiento: alegría, angustia, felicidad, dolor” (Kundera, 1988, p.21). Opino que solo así ese reclamo incesante de las víctimas, ese grito que proclama que no se borre la memoria de una patria boba –que parece no ser una época sino un pseudónimo para Colombia– no sería tan ajeno a cada uno de nosotros. 

Leer el informe ¡Basta Ya! desde otra concepción, reflexionando cada relato que narran con dolor y valentía las víctimas de la violencia, nos beneficia personalmente porque nos abre una mirada a mundos distintos y tan lejanos a los nuestros, presentando tal vez caras desconocidas de nuestro propio ser. Pero también beneficia a las víctimas en algún sentido, les da la esperanza de que no habrá impunidad –aunque en el ámbito legal habitualmente la haya–; y beneficia al país, porque construimos una memoria colectiva, que en muchos casos podría ser un factor esencial para la transformación del mismo.  

Reflexión del ejercicio de escritura


Finalmente quiero abarcar la experiencia de este ejercicio de escritura rescatando el texto tal vez como reflexivo, pues aunque inicialmente el propósito era darle el carácter de performativo, pienso que me resultó muy complicado abarcar la temática que procuré desplegar a partir de lo performativo. 

Así mismo quiero agregar que posiblemente no sea un texto en sí mismo reflexivo, pues es evidente que el carácter expositivo que tal vez quería eludir, se me presenta en este tipo de escritura como un ejercicio mecánico y memorístico.

Para concluir debo resaltar lo enriquecedor que resulta encontrarse con otros géneros de escritura, pues pude deducir de ello que es indispensable comenzar a ejercitarme en otros estilos. De lo contrario puede que me restrinja a lo meramente expositivo y aunque esto no resulte en sí mismo negativo, creo que puede ser contraproducente ya que no permitir la exploración de otros estilos de escritura, podría inhibir un proceso de búsqueda por un estilo que me permita presentar con mayor claridad el contenido que quiera desarrollar.

Bibliografía
KUNDERA, Milan. La insoportable levedad del ser (1989). Ed. Planeta Publishing Corporation, 4/02/2014

lunes, 8 de junio de 2015

Reflexión, Diana Acevedo

Estar al borde del lenguaje. Estar al borde del mundo. Segunda parte

A propósito del informe ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad, capítulo V “Las memorias de los sobrevivientes” (2013) Bogotá: Centro de Memoria Histórica.

[Selección de forma (Lang, 1983): texto performativo]

"Para mí son todos fantasmas, actores y escenarios de una obra que ya terminó, y vinieron los utileros y alzaron con todo y ya cayó el telón, (...) un fantasma, y fantasmal por completo este país"
(Laura Restrepo, Delirio)

“Todo este absurdo [del secuestro] me cruza por la cabeza como una secuencia de alucinaciones cada vez más crueles. Nunca recuerdo el paso de las horas o simplemente de los días. Todo está aquí en un tiempo congelado, es un duelo en el que todas las secuencias se agolpan, y vuelvo a sentir miedo, luego físico terror y, sin quererlo, termino hablando sola”
(Germán Castro Caycedo, La tormenta)


Termino de leer. Cierro el documento y respiro profundo. Un silencio hondo me embarga, una fuerza poderosa me obliga a callar y me deja sumida en un estado de estupor. He tenido que detener la lectura varias veces, respirar profundo una y otra vez. ¿Qué significa acompañar un relato? Más allá de la intención de comprender un fenómeno que se me presenta, la violencia en Colombia, la historia del conflicto interno y las consecuencias de la convivencia con el terror de la guerra, me quedo en el borde de la pregunta por el horizonte que se cierra, por el encierro y la reclusión; la pérdida del mundo de la que Ángela Uribe nos hablaba en días pasados. Estoy acá en plena vida urbana, habitando un espacio y un tiempo inconmensurable con el tiempo y el espacio de las víctimas que relatan lo que leo. En este breve texto me propongo llevar a cabo un acercamiento, aproximarme cuidadosamente a los testimonios, dejar que pasen por mi cuerpo de algún modo sus experiencias, ¿cómo aproximarse a un relato hecho desde el borde de la experiencia, al punto en que parece aniquilarse la posibilidad misma de la experiencia?

Me sorprende la modalidad particular de mi experiencia de lectura de estos relatos. Aún cuando el informe del Grupo de Memoria Histórica “¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad” presenta los testimonios en un contexto de documentación y análisis, esta vez la lectura difiere de otras experiencias de lectura. Si bien es cierto que parece acercarse más a la experiencia de la lectura de textos literarios, me sorprende sobre todo encontrar una diferencia tan radical con los textos filosóficos que acostumbro leer. Lo que me presentan estos relatos son huellas o indicios de sucesos que aunque ocurrieron en puntos concretos del tiempo y el espacio, dada su magnitud y su carácter ejercieron una ruptura en el tiempo y en el espacio: “'El pelao' era como si tuviera el cuerpo en la tierra y el alma en otra parte, porque él tenía la mirada perdida como no sé adónde...” (Basta ya, p. 334). 

Los límites del lenguaje son los límites del mundo. El ámbito de lo que puedo expresar con sentido, de lo que puedo comunicar corresponde o es un correlato del ámbito de lo que puedo experimentar con otros y en ese sentido podemos hablar de un mundo compartido, cohabitado. Mundo significa entonces mundo compartido, ¿por quiénes? Por aquellos que se comunican; las condiciones de habitabilidad serán entonces las condiciones de la comunicabilidad y de la experiencia. Pero compartir lingüísticamente el mundo va más allá de proferir sentencias articuladas bajo una sintaxis y semántica predeterminadas. El hecho de que lenguaje y mundo sean correlativos no implica que uno le dé articulación al otro. Tanto la experiencia como el mundo y el lenguaje requieren, para estar dotados de sentido, una forma de articulación que cumpla con unas condiciones de estabilidad y coherencia interna. De nuevo: “'El pelao' era como si tuviera el cuerpo en la tierra y el alma en otra parte, porque él tenía la mirada perdida como no sé adónde...” (Basta ya, p. 334). La presencia corporal de este muchacho, la capacidad expresiva de su mirada después de presenciar la masacre de Bojayá (2002), nos remiten al impacto de la experiencia de terror y aniquilación por vía de la violencia: la suspensión o desarticulación de su modo habitual de estar en el mundo, y con él la posibilidad de hablar de él y experimentarlo con solvencia, se pierde el anclaje en la estabilidad y coherencia recién mencionadas. No es marginal ni accidental que luego de que llegaran 'el pelao' con el 'viejito' cabizbajo y llorando con la noticia, tuvieran que esperar a que llegara gente “más despierta” para tomar la iniciativa de tratar de retirar los heridos. La experiencia en carne propia de estos actos de brutalidad y terror nos destierra del mundo, esa mirada perdida, como si estuviera perdida en otro mundo parece reflejar una especie de destierro. María Antonia, mujer wayuu, madre de Margoth, luego de ser testigo de cómo los paramilitares se llevaron a su hija y conociendo las atrocidades que ello traía consigo, “quedó muda de pena y dolor” (Basta ya, p. 332), desterrada del mundo solo en ocasiones recuperaba la consciencia para decirle a su nieta: “Esta no es mi casa ¿dónde están mis pollos? ¿dónde están mis chivos? ¿dónde están mis burros?” (Basta ya, p. 332).

Se entiende entonces el carácter monstruoso con el que los relatos describen muchas veces a los victimarios, aún con el reconocimiento su humanidad; se entiende entonces el hecho de que los perpetradores se experimentan en muchas ocasiones como seres ajenos al mundo de la vida cotidiana, como monstruos con caras desfiguradas: la tortura y el asesinato, en una palabra, el terror irrumpe de una manera tal que parece provenir de otro mundo y tener la capacidad de desarticular el propio. Las preguntas “¿por qué a nosotros? ¿por qué tuvo que pasar lo que pasó?” (Basta ya, p. 337) no son únicamente preguntas, son sobre todo indicaciones de la irracionalidad de lo que sucedió. Irracional significa aquí por fuera de la coherencia interna y estabilidad del mundo compartido: hay una impresión muy fuerte en los relatos de que los hechos ocurridos no pertenecen, ni son explicables dentro de la lógica del mundo que habitaban los vecinos y pobladores de los lugares azotados por este tipo de violencia sistemática y profunda. Claramente es posible dar una explicación sociológica, histórica y política de lo ocurrido en estas poblaciones, pero estas explicaciones no agotan las preguntas recién citadas, ni responden a la inquietud vital de quién las enuncia. Pues su enunciación se da un contexto y por una persona cuya experiencia límite, cuyo contacto con el dolor y el sufrimiento dota de un sentido distinto las palabras que componen dichas preguntas. Mi impresión es que no podemos leer estos testimonios solamente como reportes documentales de sucesos históricos y políticos. Estos relatos contienen una carga de experiencia muy particular: no solamente están cargados de emotividad y son ricos en detalles  contextuales, son relatos que nos hablan de una experiencia extraordinaria, de una experiencia límite, de un modo de ruptura o desarticulación del mundo. Las experiencias que se relatan y el modo cómo refieren y evocan una especie de no-mundo, para usar los términos de Ángela Uribe, no se agotan ni se pueden agotar en estos relatos, quedan más bien asomadas, meramente indicadas a través de ellos. La pérdida del mundo, la pérdida del lenguaje y de la posibilidad de la experiencia que está siendo expresada en los relatos queda tan solo asomada y la elocuencia de sus expresiones denota justamente algo inabarcable. 

Por eso entonces no me sorprende que me suden las manos, incluso que sienta palpitar mi corazón con mucha fuerza a medida que avanzo en la lectura; que incluso me tiemble un poco la voz y que me embargue una tristeza profunda, una sensación de desolación y de pérdida.  Esto que me hace el texto en el cuerpo y el ánimo es tan solo una pequeña resonancia de estos relatos, de estas experiencias que se asoman a través de ellos. Esto que siento es tan solo el efecto de una sensación de abismo o una pérdida que se deja entrever, que se me aproxima de una manera opaca y atenuada. Yo sigo acá en Bogotá, y saldré en un rato a tomar café con unos amigos, iré a mis clases mañana como habitualmente lo hago y procuraré mantener la estabilidad y coherencia que tienen esas experiencias para mi día tras día. Debo confesar que me cuesta trabajo pensarlo, imaginarme continuando mi vida como si esta lectura no hubiera pasado por mi. La lectura de estos relatos removió un poco la estabilidad y fluidez con la que me muevo día a día. Me abruma pensar cómo lo que puede presentarse para mi de la magnitud de esta desarticulación del mundo, de su pérdida por parte de las víctimas, es tan solo una pequeña punta de un gigantesco iceberg bajo el océano; o la sensación de una ligera vibración que a miles de kilómetros de distancia fue un devastador tsunami. 

Diana Acevedo
La Soledad, Bogotá
Abril de 2015

Meditación, Andrés Felipe Urrego

Narrativa del dolor:
Del dolor como afecto, del recuerdo del dolor y del dolor como afecto narrativo
-Meditación, texto performativo-

A propósito del informe del Centro de Memoria Histórica "¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad", Cap. V. Las memorias de los sobrevivientes.

He realizado algunas lecturas y me han suscitado una pregunta que no logro concretar, quiero saber cómo puede recordarse el dolor. Haré una revisión de mis opiniones y de las posibilidades a las que me pueden llevar. Al preguntarme por el recuerdo tengo que remitirme a algo que parece ser un ejercicio meramente mental, pero si me pregunto por una experiencia de dolor no puedo despojarme de mi cuerpo pues tengo creo intuir que el dolor tiene que ver con lo perceptible y el cuerpo es el medio para ello. Aunque me encuentre en soledad y en silencio, debo analizar también lo que percibo y con lo que percibo; mi cuerpo está inmerso en la meditación.

Cuando pienso en el dolor lo puedo tomar en dos sentidos con los que comúnmente se usa el concepto. Primero, cuando me duele una parte del cuerpo por una acción que generó el dolor; de esta manera, por ejemplo, si golpeo mi mano contra la pared que tengo en frente, quedará la sensación de dolor tras realizar esta acción; o si me quito las gafas y sigo escribiendo sin ellas, tendré una sensación en mis ojos a la que también llamaré dolor. El segundo sentido en que se suele tomar lo doloroso es cuando una situación que no toca directamente mi cuerpo y considero grave, me causa un impacto tal que digo que me genera dolor; por ejemplo, si un ser querido muriera me generaría una tristeza tal que digo que duele. Pero ahora que pienso en estas dos posibilidades, veo que hay factores comunes entre ambas y se puede derivar un sentido unificado, claro está, con posibilidades de experimentarlo de diferentes maneras. El tema me suscita la distinción entre afecto y afección que hace Spinoza, y es que en ambos sentidos en los que tomo al concepto en cuestión he sido afectado por algo exterior, esta afección genera un afecto, es decir se crea un sentimiento en mí al que llamo dolor. Este afecto crea una disposición en mí frente al mismo, tanto corporal como mentalmente. Podría decirse que en la segunda posibilidad, el dolor no toca al cuerpo, pero si se revisan de cerca esas situaciones, lo que se siente no es una mera disposición psicológica, por ejemplo, por la ausencia del ser querido se dice que hay dolor porque el cuerpo enferma y siente la situación, hay sensaciones corporales que mantienen presente tal ausencia, como una especie de vacío, algo que se escapa a los conceptos y sólo es posible sentir. Esto me lleva a plantear una respuesta a la pregunta inicial, si lo que queda es un afecto de una afección que vivencié, el dolor se recuerda cuando de alguna manera recreo aquello por lo que fui afectado. Así por ejemplo, si miro la pared y la relaciono con mi mano y con cómo se golpeó, pienso en el dolor que esto me generó; otra forma de recrearlo es ver una cicatriz que pudo haber dejado tal afección, si pienso en mi mano enrojecida recuerdo la situación que propició esto. O si un ser querido está ausente y pienso en los momentos que compartíamos y la cotidianidad en la que vivíamos, el afecto de dolor se está recreando. Con este último ejemplo queda una posibilidad que abre más incógnitas, al recrear el afecto se está volviendo a sentir, en esta medida, recordar el dolor sería volver a sentirlo; y si bien la afección está siempre presente, el dolor también lo está. Volviendo al ejemplo, la constante presencia de la afección se manifiesta en la ausencia del ser querido y la irrupción de la cotidianidad que con él se tenía, que si se pone en paralelo con el ejemplo de mi mano, podrían tomarse como cicatrices. Se recuerda la afección y la misma lo afecta constantemente. Dije que el afecto hace que yo tenga una disposición frente al mismo, es decir, la manera en que soy en el mundo es diferente a la cotidiana cuando he sido afectado y tengo dolor, si me duele la cabeza, no me concentraré bien en mis tareas, por ejemplo. Pero si el dolor es constante e imparable, la manera en que soy en el mundo estaría siempre fuera de toda cotidianidad porque siempre la inestabilidad del dolor estaría sobre mí afectándome. 

Es complicado el hecho de que sea posible encontrarse con un dolor constante, porque yo no lo he sentido, llego a esos ejemplos porque es un ejercicio mental que puedo hacer, me es posible imaginar la vida sin un ser querido y el dolor que esto dejaría, pero aun de esta manera no me es posible sentir aquel dolor constante, sólo me imagino el efecto doloroso pero no puedo hacer una descripción más detallada porque mi disposición frente al mundo sigue siendo la misma, mi cuerpo no siente aquella ausencia constante, sólo llego a suponer el afecto del instante. Tengo que volver a la afirmación de que con el afecto la manera en que me soy en el mundo es diferente, de esto se sigue que el dolor en tanto afecto se exterioriza, me relaciono con lo exterior a mí de otra manera. Ahora bien, es posible que yo pueda acercarme a la experiencia del dolor constante por la forma en que otros la exteriorizan. Pero hay maneras de exteriorizar el afecto, unas más explícitas que otras, por ejemplo, la cicatriz que queda en mi mano tras golpearla con la pared puede ser evidente, así como mi queja en el instante del dolor, o una actitud apática que me haya quedado de ello. Pero si pienso en el dolor que puede generar la ausencia del ser querido es más complicado, se puede llorar, se puede tener cierta actitud, etc., pero al ser un dolor constante la exteriorización puede ser poco evidente para otro que ya me concibe con ella cotidianamente. Por lo menos en principio puedo deducir algo, y es que el afecto al exteriorizarse dice algo, las maneras de exteriorización son diversas y comunes entre diversos afectos, si no soy quien lo siente intento comprender lo sucedido; deduzco de lo anterior que la exteriorización del afecto es una narración interpretar. Según esto, entiendo por narración algo que me cuenta un suceso que causó determinado sentimiento, es decir, lo que se narra es la afección que generó el afecto.

Cuando la exteriorización es poco evidente busco formas en las que tanto la afección como el afecto son expresadas, esto es desde la voz de quien ha sido afectado. Cuando el otro me cuenta de manera explícita lo que sucedió tengo mayor cercanía con aquella afección. Así, vale traer a colación las lecturas que me hicieron pensar en las nociones que ya he tratado; revisé algunos relatos de víctimas del conflicto armado en Colombia, al hacerlo me di cuenta que cuando interpreto la narración me siento afectado por ella y así como sucedió con los primeros ejemplos, la forma de relacionarme con el mundo también cambia, y se crea en mí la necesidad de reaccionar frente al afecto. Decía que se recuerda cuando se recrea de alguna manera la afección, la narración del otro es un acto de recuerdo suyo que me comparte (así sea indirectamente). Estas narraciones que se quieren explicitar, no son sólo de manera escrita o hablada, también puede ser fotográfica, grabada, etc. Ver la foto de una de las víctimas que cuenta su relato también dice algo sobre su afecto, hay aspectos que se pueden interpretar de ella (no necesariamente conceptualizables). La narración como exteriorización del afecto es una forma de recordar de manera más intensa1 la afección, pero no implica que sea la única, en los relatos de las víctimas se muestra por ejemplo, que el hecho de volver al lugar en que ocurrió una masacre hace que el dolor se sienta de forma más intensa. Esto me dice que estos lugares también narran sobre el afecto, quizás de una manera más simbólica. 

De lo anterior hay un aspecto que no traté en mis reflexiones anteriores, cuando está presente el afecto parece haber una necesidad de reaccionar frente a él, si este genera más molestia que agrado hay un esfuerzo porque el mismo cese. Ahora bien si me siento afectado por la narración que el otro me relata quiero intentar que su dolor cese o por lo menos que tal suceso que le generó no se repita. Me apropio del relato del otro en un intento por sentir su afecto, en un intento de afectarme en tanto otro; aunque no podré llegar a eso porque no soy ese otro, el relato permite que yo me afecte por él, vuelva sobre mí y narre mi afecto, y además, hace que ponga la manera en que me relaciono con el mundo en contraste con aquella que me narran. Esta manera en que yo me relaciono con el mundo, es mi vida; el que el otro me relate su afecto, implica un examen de mi vida. De esta manera, por ejemplo, al leer los relatos de las víctimas me pregunto qué podría hacer yo frente a esto, antes de responder quiero analizar más aspectos.  

Algo que sucede es que no todos pueden ser afectados por la narración del otro. Los mismos relatos del conflicto lo dejan en evidencia. Agentes del conflicto como paramilitares, guerrilleros, o el mismo ejército no se interesan por el afecto de le víctima, no se sienten afectados por él ni quieren que este cese, de hecho, lo provocan; hay agentes que generan el dolor y parecen no ser conscientes del daño que esto implica, porque son incapaces de afectarse por el otro; pienso ahora en Hannah Arendt, podría decirse que estos agentes simplemente son incapaces de pensar, de examinar la vida, son como autómatas que siguen órdenes. Esto me ayuda a responder la pregunta sobre mi posible reacción frente al afecto que me generó el relato de las víctimas. Pienso en el rol de la filosofía como algo que posibilita el autoexamen y brinda condiciones para la vida en común, esto es, de poder afectarme por el otro, la narración me hace volver sobre mí y me hace pensar que tengo una responsabilidad en tanto ciudadano y parte de una comunidad. Que por ello soy agente del conflicto, que mi formación en filosofía tiene fines formativos, formación para el pensar, para evitar ese no afectarse; lo que implica replantear la forma en que se entiende la enseñanza de la filosofía, o por lo menos sus puntos de partida, que tradicionalmente suelen ser mera repetición de ideas y conceptos. Finalmente creo que es importante rememorar hechos como los sucedidos en medio del conflicto armado para que nos afectemos por ellos y reaccionemos de alguna manera, para evitar ese afecto molesto que llamo dolor y para reconocer que hay quienes lo tienen presente de manera permanente.

lunes, 18 de mayo de 2015

Ensayo, Steven Castañeda

Sobre Lucrecio, De rerum natura, libro II.

A pesar de todo, no se pueden captar las cosas con una simple razón superficial, como cuando las opiniones abundan en el momento de explicar un acontecimiento mundano. Pues es así como te digo que acá se devela un conocimiento distinto y más privilegiado de las cosas. 

Si bien mantenemos la firme hipótesis de que la materia no es compacta y que si generación y corrupción dependen del movimiento y dinamismo eterno que se promueve en la especificidad de los cuerpos; derivamos aquí la noción de que según su configuración inicial y secuencial se produce su acoplamiento en el vacío, y más allá de esto, es permitida su instancia propia en el mundo. La determinación del peso de la materia y el choque de la misma producidos casi que azarosamente entre cuerpos específicos, a la misma vez que el vacío permite a estos su desplazamiento, demuestra que los cuerpos más densos pueden llegar a juntarse y asienten en que los más livianos se dispersen o muy raras veces queden compactados con estos para formar determinadas cosas. 

Así vemos que, cuando un cuerpo cambia y en consecuencia tal principio no deja de involucrarse en su identidad, entonces detectamos que este o envejece, o rejuvenece, o simplemente captamos que muere, esto se da por la gran cantidad de materia disponible que por sí posee un ser. Esto, en la manera en la cual los principios de cada ser permiten el despliegue de los limites. Es decir, que en su fundamento, los primordios actúan de determinada manera en cada cosa en el mundo. 

A causa de que quizá se han juntado alguna vez todas las cosas para ser una, o que en fin, hayan sido o sean una gran cosa en conjunto y por ello pertenezcan todas a las mismas leyes, no podemos decir que todas se parecen absolutamente, o que se diferencian, sino que en cada una que está separada, hay gran nivel de particularidad hasta el punto en que por sí sola pueda ser una e individual y con esto de cierta manera la noción del movimiento y los alcances singulares; pero a la misma vez, quede explicada la tesis fundamental de que en sí somos semejantes unos con otros dentro de la naturaleza. Primero, por lo que por vía material todas las cosas están hechas; lo que nos permite inferir que todos pertenecemos como base a un criterio fundante de lo existente y por ello nos asemejamos. Aunque como cosas indistintas, a razón de nuestra individualidad o elemento que nos permite distinguir que estamos acaso separados, digamos lo contrario en ciertos casos a causa de nuestra limitada conciencia de las cosas. He ahí por ejemplo el cauce de la opinión cerrada, dilatada y confusa. Bien, lo cierto en el curso del tiempo es que morimos como individuos pero subyace una razón fundante que permite el avance de las cosas y los compendios perpetuos, independientemente de aquella extensión forjada en nuestro interior, que hace que nos distingamos y aún más que nos sintamos separados del mundo y aun así como si tuviéramos un mundo propio y aislado de lo demás, de lo distinto.

Con ello argüimos que es la libertad del vacío la que permite a los átomos en cierto sentido ser libres, –de hecho hacernos sentir a veces muy libres por consecuencia– y de tal modo agruparse. Influenciados por su peso propio, por el choque con otros, o por su misma indeterminación única, el desvío que se produce es incierto y ello hace que su forma presente principios diferenciales. El filósofo Lucrecio explica que no es porque exista un ser forjador de la materia o conciencia inteligentemente divina que haga que las cosas se formen de determinada manera, y así de simple se parezcan unas y se diferencien otras, sino que: “así tú, si estableces por una vez alguna clase limitada de primordios, hallarás que las tempestades dislocadas de la materia deberán separarlos y dispersarlos a lo largo del tiempo todo, de manera que nunca puedan verse empujados y coincidir en agrupamiento, ni refrenarse en el agrupamiento ni aumentar ni crecer” (II, 560). 

lunes, 11 de mayo de 2015

Reflexión, Mariana Moreno

Sobre el proceso de escritura

Mediodía, lunes

Antes de referirme al proceso de escritura, es preciso que mencione el temor a la hoja en blanco como una actitud que precede la escritura de cualquier texto, incluso a este. Ante la propuesta de una escritura “libre” hubo dos preguntas que me produjeron un sentimiento que llamaré (quizás, equívocamente) angustia; la primera inquietud, ¿qué escribir?  Y la segunda, ¿cómo?

Coloquialmente, haré algunas observaciones sobre esta primera pregunta. Si a uno le piden un ensayo, la cosa está más o menos clara, se sabe que siempre existirá el auxilio cómodo de las citas (por lo menos cuando uno presiente que el argumento propio cojea) o que simplemente no se sabe cómo poner una idea en palabras; que, primero, es ajena y, además, ya está bien escrita; por otro lado, casi se ha hecho costumbre (tal vez, debería decir “se me ha hecho costumbre”) seguir indicaciones, en las que no solamente se especifica el tipo de texto, sino que se alude al tipo de letra y hasta el espacio que se debe dejar entre línea y línea, en una palabra: ¡todo! La sensación es la misma, cuando a uno le piden que dibuje lo que quiera, eso se daba muy fácil en alguna época de mi infancia, luego fue más difícil y ahora parece casi imposible, aprovecho para decir que ahí reside la profunda admiración que tengo por los poetas y los autodidactas.

Respecto a la segunda pregunta que, por supuesto, tiene una estrecha relación con la primera, comienza la confrontación con la hoja en blanco. Es muy difícil llegar a las tres primeras líneas, se borra y se escribe sistemáticamente n número de veces y uno sospecha que el temor a la escritura es el temor a que otros vean quién se refleja en el texto, porque en efecto, si las líneas que se escriben son propias, a medida que se avanza, el texto adquiere un rostro (esto también sucede en los textos académicos; empero, no es tan evidente). 

Luego, la decisión que tomo para este primer ejercicio de escritura, que considero fue un tanto peligrosa, consistió en proponer una crítica de carácter filosófico. Ahí el problema es mucho más grande, porque ante la posible observación “esto no se sigue” no  tendría una respuesta que secunde determinado epígrafe o frase de alguien que en efecto sí es “autor”. La razón posiblemente, es que el peligro inminente no era solamente para mí, sino para el lector que tendría que volver al principio del enredo, a la propuesta de una escritura libre. 

Por último, no siendo esto menos importante, en algún momento de la escritura tuve que recurrir a la narración. He sentido muchas veces la necesidad de hacerlo en otros textos, pero difícilmente eso podría recibir el nombre de argumento y quizás irrumpa con el ritmo de lectura que uno busca en un ensayo o ponencia; sin embargo, es algo que quisiera seguir explorando, con todas las discusiones y problemas que esto pueda traer, consciente además de que lo ya mencionado en esta página adquiere también un carácter problemático y por discutir. Pero hay que hacerlo, como por ver qué sucede.

Reflexión, Mariana Moreno

Eludir, o sobre la ausencia del placer


Respuesta a "Fenomenología del daño: el “mal aire” y los rasgos del no-mundo para los habitantes del placer" de Ángela Uribe Botero.


Ante la imposibilidad de negar el mundo para los habitantes de El Placer, Putumayo, toma lugar  la expresión: “mal aire”. Aunque pueda parecer contradictorio, estas palabras nos hablan de algo que existe y es al mismo tiempo incomunicable; por tanto, la expresión no es más que un camino para soslayar aquello que es inherente a la experiencia. En otras palabras, el no-mundo entendido como una negación tácita de la existencia sería un equívoco, pues la búsqueda desesperada en el lenguaje para afirmarse de algún modo no ante la muerte, sino ante una situación irrevocable, hace parte de la vida misma. Lo que se expresa por medio de la acción de la palabra es una suerte de reivindicación ante la amenaza de la muerte, aún cuando no se está diciendo algo, no al menos unívocamente. 

Por otro lado, si asumimos la cotidianidad como una sensación de comodidad, ésta a su vez podría asociarse con el placer, siendo éste una suerte de satisfacción o, para el caso de los habitantes de El Placer, la seguridad ante la muerte como una posibilidad remota, no latente. 

Propongo entonces la inseguridad como una categoría importante para pensar el sentir que se oculta tras la expresión “mal aire”. Dicha inseguridad se traduce finalmente en una convivencia directa con la muerte y convivir implica, además, tener la conciencia de la muerte como un acontecimiento que no puede ubicarse por completo en el pasado porque su carácter es inminente.

Acostumbrarse a la muerte. La costumbre, que aparece en  la noción de mundo arendtiana como una condición necesaria para su existencia; esto es, su conexión directa con la realidad, se ve transformada para los habitantes de El Placer en una sensación de angustia perenne, en una realidad atemporal. La relación entre tiempo y espacio que, entre otras cosas, posibilita la existencia se convierte así en una imagen difusa y aparece de forma imprecisa solamente para quienes viven la experiencia del “mal aire”.

Finalmente, quisiera aclarar que esta dilatación de las imágenes, a propósito de la forma confusa en la que van apareciendo, viene de un desequilibrio entre el tiempo y el espacio. Se es consciente de la vida, pero no se puede continuar con ésta en condiciones normales (con la sensación placentera de la muerte como una posibilidad remota) porque al mismo tiempo se es consciente de la muerte. Imagino a los habitantes de El Placer preparándose un café, jugando parqués o incluso riendo “como de costumbre”, con la plena consciencia de haber perdido a sus familiares e incluso, como se menciona en el texto, el sentido mismo de la vida. Imagino, paralelamente, como si fuese la escena de una película: la muerte con un rostro, una voz y un cuerpo, contando  historias mientras ríe y bebe café. 



viernes, 8 de mayo de 2015

Reflexión, Paola Valbuena

Sobre el proceso de escritura

Este ejercicio de escritura me hizo apreciar una multiplicidad de sensaciones. En primera medida me sentí intrigada, la verdad no sabía cómo articular términos utilizados por Ángela Uribe en su texto a un escrito de éste talante, cómo relacionar un texto que es académico con uno más bien de tipo narrativo.

En seguida, también sentí cómo me alejaba de las palabras que escribía, si bien en el texto creo un personaje que me permite mostrar cómo una víctima se despliega en el no-mundo, es ambiguo, puesto que yo personalmente nunca he tenido un acercamiento directo a este tipo de sucesos.

Finalmente, en el último párrafo quise mostrar un poco las dudas que me surgieron al leer el texto, pues, aunque no somos actores directos de la guerra, creo que sí estamos en constante relación con ésta y pienso que de un modo u otro, al visitar lugares como Armero o el Salado, sí experimentamos eso que se denomina “aires de la muerte”. Además, el segundo interrogante que me surgió se enlazaba directamente con cómo reconstruir un mundo para las víctimas o si el hecho de ser víctimas y seguir habitando ese lugar (en éste caso El Placer) les evita retomarse como parte de un mundo.

Narración, Paola Valbuena

El Placer. Un pueblo sin mundo


A propósito de “Fenomenología del daño: el “mal aire” y los rasgos del no-mundo para los habitantes de El Placer” de Ángela Uribe Botero.

Hay relatos que reflejan alegría, otros que son esencialmente la tristeza de quien lo narra; hay por ejemplo historias que emocionan y algunas otras que son escuchadas indiferentemente. Ésta no es una historia de esas, es más bien de aquellas que no se entienden, donde las experiencias contadas no nos remiten a nada que conozcamos, es una historia que todos pueden escuchar pero algunos pocos comprender.

María, una chica hermosa, de 15 casi 16 años, aquella que camina cada mañana por el parque y cuyos ojos taciturnos rememoran aquellos tiempos en los que se sentía parte de algo, en los que los “aires de la muerte” no inundaban su cuerpo hasta dejarle tiesa, hasta estremecer cada minúscula parte que le conforma; esa misma joven tiempos atrás también fue parte de un mundo.

María nació en El Placer, un pequeño pueblo lleno de costumbres, de relatos y de modos de vida. Un lugar, así llamado a partir de cada rutina y práctica que sus habitantes desplegaban en él. El placer no resultaba ser sólo un lugar, representaba para María y para cada habitante su propio mundo, ese en el que cada experiencia cobraba vida, en el que sus percepciones les permitían apropiarse y reconocerse.

El Placer no era un pueblo muy grande, pero se configuraba bien con su nombre, allí cada habitante se complacía con su estancia en él. Sin embargo, los vientos de guerra pasan y arrasan con todo, con un lugar, con un mundo y con su realidad. Ahora, quienes aún a pesar de todo habitan El Placer, caminan por sus rincones, y sienten entumecer su cuerpo, sienten cómo el desgano se apropia de ellos y cómo los “malos aires” producto de la muerte que arrebato todo, les aleja del mundo.

Alguna vez, alguien se acordó de aquel olvidado pueblo. Una mujer de unos 50 años le vio en un mapa y ese nombre llamó de inmediato su atención; entonces decidió visitarle. Caminando por un pueblo “fantasma” observaba los rostros inexistentes de aquellos habitantes. María, quien por allí caminaba esbozó una sonrisa a aquella mujer, quien sin conocer los hechos, sin comprender por qué ese lugar le era tan ajeno, se acercó y le interrogó sobre lo sucedido. María le relató a la mujer un poco de la tragedia que había abrazado a El Placer.

La mujer, sin temor le pidió a María que le llevara a esos lugares que la pequeña recuerda ahora llena de dolor. Caminando por el cementerio y por la escuela le expresaba a la mujer, lo que “el aire de la muerte” hacía en su cuerpo, pero lo que para ella resultaba tan natural, para la mujer eran palabras indescifrables. Aunque María se esforzaba por darse a entender, la mujer sólo repetía que era una experiencia incomprensible, que simplemente no podía asimilar que perceptualmente se hable de algo como “aire de la muerte” o “malos aires”.

La mujer decidió salir ese mismo día de allí, se despidió y se alejó del pueblo. María observa su partida y en su ser se desplegaba una especie de soledad, observaba a sus vecinos y amigos, a los pocos que la guerra había dejado vivir y sabía que ellos también eran dueños de esas sensaciones, que como ella, eran víctimas de una abrupta guerra.

María le daba vueltas a las palabras de esa mujer y buscaba otro discurso que pudiera dar a entender sus impresiones, pero sólo esas expresiones “mal aire” y “aires de la muerte” le permitían hablar de algo incomunicable; entendió con desazón, que ella y los habitantes de El Placer hacían parte de un no-mundo, que aquel ya no era un lugar, que los años de transitar y desenvolverse tranquilamente habían terminado y que sólo quedaba para ellos la sensación de aislamiento y de soledad frente a los otros.

María se cuestionaba (como quien escribe éste texto también lo hace) si para un país lleno de guerra y de víctimas, que sólo pueden valerse de expresiones que no se comprueban empíricamente, en realidad resultan tan lejanas esas palabras; y si todos los que han sufrido los vientos de la guerra se quedan sin un mundo por siempre, para siempre; o si, por el contrario, esos mismos vientos, ese duelo y aceptación de la pérdida reconstruyen poco a poco un nuevo mundo, si algún día podrán sentirse nuevamente parte de un lugar. Si El Placer, como tantos otros lugares, un día no sólo será parte de un mapa, sino del mundo mismo.

martes, 5 de mayo de 2015

Reflexión, Andrés Felipe Urrego

En el texto “Fenomenología del daño: el “mal aire” y los rasgos del no-mundo para los habitantes de El Placer”, de Ángela Uribe Botero, se expone el concepto de mundo desde la filosofía de Hannah Arendt y Edmund Husserl. Lo anterior para ponerlo en relación con una serie de trágicos hechos provocados por paramilitares, ocurridos en la población de El Placer, en Putumayo. 

Para Arendt el mundo es aquello que aparece ante alguien que le percibe y puede escucharlo, tocarlo, olerlo, etc. Se contrasta este concepto con el desarrollo que Husserl le da, esto es, como un total de experiencia y conocimiento empírico posible; esto configura un horizonte de sentido para el que lo experimenta. Por otro lado, con el concepto de realidad nos referimos a las cosas en cuanto son para nosotros en el mundo, es un rasgo de la experiencia. El mundo otorga sentido a la realidad, pero tal sentido llega del supuesto de que es un mundo compartido; la realidad la constatamos con otros a quienes el mundo también se les presenta. 

Aparece también la noción de lugar. En ese mundo que aparece hay espacios donde convergen determinadas prácticas, rutinas y usos del espacio que constituyen el sentido de la vida común y cotidiana. Algo que permite que el mundo se configure como horizonte de sentido es el hecho que esté constituido por permanencia y estabilidad. Estos aspectos son dados desde el artificio humano, cosas que resultan del trabajo humano para permanecer en el tiempo, para hacer parte de la cotidianidad de quien los percibe. 

Con el desarrollo que se le dio a los conceptos tratados, la autora argumenta que lo ocurrido en la población de El Placer provocó en las víctimas una pérdida de mundo. Grupos paramilitares irrumpieron en el lugar rompiendo con la cotidianidad de quienes allí vivían, dándole otros usos al espacio, obligando a sus habitantes a entrar en prácticas distintas por medios violentos, quitando toda posibilidad de establecer algún tipo de estabilidad. La muerte, la violencia, la incertidumbre, se presentan a la población como nuevos aspectos cotidianos que impiden que lleguen a constituir un mundo como horizonte de sentido. Lo que hicieron los grupos paramilitares fue imposibilitar que se dieran las prácticas que se daban en este lugar, ese artificio humano que debía perdurar se inestabiliza. Se crea un no-lugar, un no-mundo, no hay condiciones para atribuir sentido a lo que se presenta, ni de una intersubjetividad, porque no hay experiencias compartidas estables. Pero además quien percibe ha perdido el mundo, el horizonte de sentido, se ve por ello afectado y también se pierde a sí mismo. La irrealidad en la que se entra deja una sensación de desamparo que tampoco permite concebirse a sí mismo como algo estable; esto además porque también se ha perdido ese otro que confirma la realidad en la que se está inmerso. Si no hay un mundo compartido, no hay un mundo ni para uno mismo. Las víctimas hablan de un mal aire, de los aires de la muerte, una sensación que se escapa a los conceptos que se experimenta al volver sobre los sitios donde ocurrieron los hechos; ese irreconocimiento de sí mismos, esa pérdida de sentido se hace allí manifiesta.

Del texto quedan abiertas posibles incógnitas: ¿Hay un mundo constituido para quienes crecieron en medio de estos siete años de violencia en la población? Es decir, en caso de que hayan nacido y crecido niños y niñas durante este periodo ¿Llegan a concebir algún tipo de horizonte de sentido? Porque bien podría decirse que crecen con una ausencia de sí mismos, inestables, en una incapacidad de establecer un horizonte de sentido que les permita verse inmersos en un mundo que se les presenta (para ser tocado, escuchado, olido, etc). Por otro lado podría decirse también que conciben el mundo bajo esa cotidianidad en la que se formaron, aunque es difícil ver cómo se toma a ese otro con el que se constata la realidad. Falta analizar datos reales y ver si esta situación se da y bajo qué condiciones.  Otro punto que podría pensarse con base en el texto es el de cómo podría pensarse la reparación a estas víctimas, pues ya podría verse al menos el propósito de que lleguen a encontrar un horizonte de sentido, buscar la posibilidad de estabilidad y permanencia. Sería algo complicado puesto que la cotidianidad que tenían nunca se podrá recuperar, esos aires de la muerte que llevan a la falta de sentido seguirían en ellos y en los lugares que habitaban. De una forma u otra, podría pensarse este tema desde esta perspectiva del daño a las víctimas que nos da el texto, que igualmente deja entrever las graves consecuencias del conflicto armado en el país desde una perspectiva filosófica.

Escritura al modo de los presocráticos, Sebastián Bermúdez

1. ¡Oh Caliope inmortal! Ilumina a este suplicante para que pueda exponer la ciencia de los cuerpos primarios…
2. No todo tiene cuerpos, hay lugares vacíos donde los cuerpos pueden moverse. Si no hubiese algo libre y vacío nada sería distinguible y todo sería como en un principio, como según evoca el poeta Hesíodo al relatar acerca del principio.
3. A los cuerpos primarios no hay nada que pueda destruirlos, ni la bravura del buey enceguecido ni el mismísimo Zeus con su rayo.  Estos, en su composición maciza, son eternos e inextinguibles.
4. Hay tan solo dos realidades, a saber, cuerpos y vacío. En efecto, donde hay vacío no hay cuerpos, y donde hay cuerpos no hay vacío. Lo que puedas palpar es cuerpo, lo impalpable es vacío.  Fuera de ello no existe cosa alguna.
5. Cuerpos y vacío son infinitos. Si piensas de otro modo no estás pensando adecuadamente. Si hay cuerpos infinitos pero vacío finito todo estaría apelmazado y nada podría nacer o morir  y ni siquiera moverse. Si hay vacío infinito pero cuerpos finitos nada de lo que ves podría formarse y todos los cuerpos primarios andarían errantes sin agruparse con a otros.

Aforismos, Sebastián Bermúdez


  • Es importante la gracia poética para expresar cuestiones de tan alto calibre, pues si no ¿cómo sería posible que una doctrina que pretende quitar los nudos al alma fuese atendida?
  • No existen límites, si los hubiera, los cuerpos estarían apelmazados o no existiría cuerpo alguno, ni siquiera mar o dioses. Por tanto, deben ser ilimitados tanto vacío como cuerpos.
  • Muchos opinan que hay centro del mundo, pero olvidan que el conjunto es inacabable e infinito.
  • No es posible que de una sola cosa, como el fuego, exista la variedad que nos es posible observar. A pesar de que tal cosa se espese o se esponje, sus partes seguirán conservando su naturaleza. Ahora bien, si es indispensable que dentro de dicha cosa haya diferentes ordenamientos para que así se produzca la variedad, pero si todas las partes de dicha cosa tienen su misma naturaleza, no sería necesario orden alguno entre las partes. Así, algo como el fuego, es producto de dicho orden más no es el origen de toda la variedad que existe. 
  • La libertad es una facultad innata en nosotros. ¿Cómo no habría de serlo si estamos compuestos de átomos y estos expresan su libertad en la medida en que eligen su desviación? Estos no tienen determinado ni tiempo ni dirección y optan por escoger lo que más gustosamente les parece para así chocar con otros. Si los átomos son libres es imposible que nosotros no lo seamos, es necesario que también elijamos nuestras desviaciones y nuestros choques.
  • El poeta afirma que toda desviación, la cual quebranta las leyes del destino y es fuente de indeterminación, surge en el alma y se distribuye en todo el cuerpo, se origina en el corazón e impulsa a todos los miembros, es guiada por la mente y dirigida hacia el gusto. Esta desviación no puede ser otra cosa que la libertad. En efecto, somos almas, corazones y mentes libres.
  • Si algo no se mueve por su peso, se mueve por su choque con otro. 

Sobre: Lucrecio, De rerum natura, Libro II. 

miércoles, 29 de abril de 2015

Carta, Felipe Urrego

Reflexión sobre el proceso de escritura

Abril 26 de 2015.
Bogotá D.C. 
Estimada profesora:

También a modo de carta, respondo a tu texto y a tu reflexión.

Me gusta mucho como planteas el hecho de que el lenguaje permite acercarnos a experiencias que extralimitan al mismo. Es algo complicado llegar a conceptualizar estas cosas. Recuerdo un seminario que veo este semestre sobre misticismo donde discutimos cuestiones del lenguaje similares a esta desde experiencias místicas medievales, y he llegado a pensar que, aunque se tiene un encuentro con  lo inefable, con lo inexpresable, se crea cierta necesidad de comunicarlo, de traerlo a nuestro horizonte de sentido. En la perspectiva del texto de la prof. Ángela Uribe, creería que esa necesidad podría tomarse como un esfuerzo por recuperar esa intersubjetividad perdida, por comprender a ese otro que aunque cercano se nos hace tan desconocido; y así abrir la posibilidad de tener un mundo compartido.

Hay algo que afirmas con lo que concuerdo: "Y entonces me pregunto cómo recibir una experiencia que no he padecido en primera persona, pero que me concierne y me interpela". ​​Es muy complicado acercarse a una situación tan grave cuando uno mismo no la ha vivido. Y ya que nos ocupa el tema de la lectura y la escritura, por medio de las mismas podría ser interesante alcanzar mayor cercanía con la situación. Por lo anterior, sería interesante ir un poco más allá del texto estudiado, revisar los documentos base que se usaron, pero sobretodo, ver si es posible leer relatos de las propias víctimas, pensar su perspectiva desde su escritura.

Me ha gustado el ejercicio, espero que sea beneficioso para el grupo en general, y particularmente para cada integrante del mismo.

Un gran saludo,
Felipe Urrego

Carta, Diana Acevedo

Reflexión sobre el proceso de escritura


La Soledad, Bogotá, abril 24 de 2015

Queridas(os) compañeras(os) del laboratorio de escritura:

Les cuento que encontré muchas cosas sugerentes en el texto de la prof. Ángela Uribe, quise relacionarlo con "La ceiba de la memoria" de Roberto Burgos Cantor, pero no logré ir más allá de ponerlo como epígrafe. Es una novela muy bella y muy conmovedora que, entre otras cosas, les recomiendo. Empecé un poco sin norte y a medida que iba escribiendo, iba encontrando el hilo de lo que quería escribir. Procedí de manera contraria a como lo hago con los textos académicos en los que me concentro en buscar una estructura clara y coherente con la tesis que quiero defender. En ese sentido, me pareció interesante que estaba escribiendo al tiempo que estaba buscando sobre qué escribir. Me gustó dejar que la escritura tomara forma a medida que avanzaba. ​Cuando leí, tomé notas, un poco parecidas a las que tomo cuando leo cualquier texto de filosofía, pero esta vez no estaba tan concentrada en los hilos argumentativos, sino en los temas y las afirmaciones que me llamaban la atención, que me parecían importantes y dignos de consideración. Me llamó la atención la plasticidad del lenguaje que permite indicar los bordes del sentido; la experiencia del daño como una experiencia límite y, sin embargo, comunicable de una manera muy peculiar por medio de las expresiones sobre las que la autora llama la atención. Me pareció interesante, además, la metáfora espacial del no-lugar, de la negación del horizonte de experiencia. Siento que querría seguir modificando este texto, seguir hilando las ideas que me llamaron la atención y llevarlas un poco más lejos. Para eso me gustaría contar con sus comentarios y las perspectivas que ustedes tuvieron sobre el texto.

Creo que una pregunta importante que debe surgir en este laboratorio es la diferencia entre un proceso de escritura de carácter creativo y un proceso de escritura más bien exegético. Sobre todo porque creo que buscamos alejarnos un poco del modelo de la exégesis. Eso no significa que no hagamos comentarios. Yo misma sentí que estaba comentando el texto. Sin embargo, también sentí que al hacerlo lo estaba usando como una ocasión o una excusa para pensar un problema filosófico que me llama la atención, es decir, como una excusa para ponerme en la tarea de filosofar.

Aunque un fuerte dolor abdominal me pidió encontrarme con ustedes el día de hoy, espero que estas breves reflexiones les den una idea de cómo fue mi proceso de escritura esta semana.

Quedo a la espera de sus comentarios, con muchas ganas de leer también sus textos y reflexiones.

Me despido con los mejores deseos.

D.A.

Reflexión, Diana Acevedo

Estar al borde del lenguaje. Estar al borde del mundo
Respuesta a “Fenomenología del daño: el “mal aire” y los rasgos del no- mundo para los habitantes de El Placer” de Angela Uribe


Lo recuerdo y las palabras están dormidas,
acoquinadas por este daño que viene como una maldición y
 nos convierte en un padecimiento vivo,
en una tristeza sin suspiros, en mal sin queja,
en un exterminio sin grifo.
Las fuerzas y el corazón se concentran en no desaparecer uno
en esta bolsa sanguinolenta y afligida
que pierde el impulso del rechazo a la humillación
que supone doblegar al otro, imponerle una voluntad ajena,
extirparlo de su vida, vaciarlo de posibilidad,
instancia de reclamo y reparación hasta enloquecer de pena y desconcierto.
El desuso de las palabras les quita su poder,
la virtud con que enfrentan el mundo y terminan de darle forma
(Burgos Cantor, La ceiba de la memoria)


Me enfrento aquí y ahora ante la pregunta por la experiencia del daño a través del texto de Ángela Uribe. En Colombia, país colonizado con un lastre de violencia enconado en su historia, la experiencia del daño no solo es cotidiana y compleja, sino que además pertenece a la memoria que compartimos sobre esta geografía. Y entonces me pregunto cómo recibir una experiencia que no he padecido en primera persona, pero que me concierne y me interpela. Cómo aproximarme desde un mundo pleno de sentido, aunque variable y sujeto a constante modificación, al borde, al filo del sentido donde el horizonte se desvanece, donde quizás el espacio y el tiempo detienen su expansión. Quiero hacer énfasis en la metáfora geográfica del espacio de sentido como un horizonte; la pérdida del mundo es un destierro que no implica un cambio de lugar de habitación, sino la pérdida de toda posibilidad de habitar el mundo. No hay cambio de lugar, sino desaparición de todo lugar, un no-lugar. ¿Qué significa este destierro? ¿Qué es lo opuesto al horizonte, o la negación del horizonte? El encierro. La reclusión. El horizonte nos indica por dónde continua y se expande el espacio, nos invita a movernos y recorrerlo; en oposición, el daño nos arranca del mundo en cuanto niega la condición de apertura del horizonte y nos recluye en un recinto cerrado, sin válvulas de escape, puertas o ventanas, y en ese sentido nos inmoviliza. 

El tipo de daño que sufrieron los habitantes de El Placer no solo se dio directamente sobre la experiencia del mundo, sino también de una manera indirecta y arrasadora sobre sus condiciones de posibilidad. Habitar el mundo implica tener la capacidad de atribuirle sentido, tener capacidad de movimiento, acción y producción. De modo que el mundo nos sea arrebatado implica quitarnos esas capacidades, eliminar sus condiciones de posibilidad.

Si aplico esta metáfora del horizonte y el recinto a la posibilidad de darle sentido al mundo, y con ello, de compartir con otros tanto el mundo como el sentido, reconozco que el lenguaje se estrecha al tiempo que se estrecha el mundo. Sin embargo, cuando doy el salto cualitativo a la experiencia límite de la pérdida del mundo, y del no-lugar, observo que el lenguaje, aunque limitado, no pierde del todo su capacidad expresiva. El mal aire y los aires fríos de la muerte, como nos dice la autora, son términos en sí mismos elocuentes. Estas expresiones nos indican el vacío o la ausencia de posibilidad de constitución de sentido que sobreviene en una experiencia del daño de este carácter. ¿Cómo es posible señalar con sentido la pérdida del sentido?

El lenguaje, al parecer, tiene una plasticidad especial que nos permite usarlo para indicar experiencias que rebasan sus límites. Si bien el correlato de la pérdida del mundo es la pérdida del sentido, no por ello perdemos todas las posibilidades expresivas del lenguaje, en la medida en que podemos indicar con él esa pérdida. Por medio del lenguaje se puede indicar lo que no se puede decir o describir. Aunque lo que se indica aquí es la pérdida de la intersubjetividad, de la comunicabilidad propia del sentido, este uso plástico del lenguaje nos permite hablar de al menos una capacidad que sobrevive a la demolición del mundo. Esto en modo alguno nos devuelve el mundo que nos fue arrebatado, pero quizás le abre un resquicio de aire o de luz al encierro en el que nos deja confinados la pérdida. 

Si hay una pérdida de la fe perceptual, de la confianza en la estabilidad de nuestras experiencias y de nuestra capacidad de acción espontánea y fluida, si hay una pérdida de la experiencia del mundo como algo compartido y en ese sentido dotado de alguna estabilidad, se puede notar cómo la gravedad del daño es infinita. Pero es digno de notar cómo quienes habitamos el mundo y no hemos sido desterrados podemos reconocer que no es posible tener acceso a esa experiencia límite, si bien es posible reconocer que hay un vacío insondable entre nosotros. Esto ya es un tipo de reificación de la experiencia de la víctima del daño. Esto es muy importante en la medida en que permite concederle existencia y realidad a esa experiencia, en lugar de reducirla a un sinsentido, que corre el riesgo de diluirse y asociarse a la no existencia, a algo que no puede ser porque no puede ser dicho. Parménides nos dice que lo que no es pensable, no es en absoluto, no puede ser. Pero la experiencia del daño, al ser puesta en términos de una expresión ambigua, denota que algo que es y parece que no puede no ser, no puede ser pensado, ni puede ser dicho. En esto consiste la manifestación de la gravedad suprema de esta experiencia. El tipo de comprensión que el uso plástico del lenguaje nos ofrece respecto de esta pérdida implica el reconocimiento de algo inabarcable e inimaginable. Nos ubica ante nuestros propios límites. 

La experiencia del daño que padecieron los habitantes de El Placer me interpela y me concierne. Me encuentro con la contundencia del hecho de que es o de que existe; en medio del mundo humano del que hago parte, me encuentro con la presencia irrenunciable, siempre sugerida y ambigua, de ese no-mundo.


Diana Acevedo
La Soledad, Bogotá
Abril de 2015

sábado, 25 de abril de 2015

Aforismos, Steven Castañeda

I
El corpúsculo, así como lo más propio de cada cosa en la naturaleza,  no permite el movimiento libre o desproporcionado de lo que está en su posibilidad; sino que lo libera según la especificidad de cada cosa. Es decir, la libertad consiste en medir o probar hasta qué punto se despliega la propia determinación de cada elemento en el mundo.

II
Se puede observar que el rayo es tan rápido como la luz y tan poderoso como un dios. El ojo óptimo verificador de la verdad puede parecer al notar aquella evidencia. Y nada podríamos asegurar que sea más o tan poderoso como un rayo. Pero ciertamente, más que el sentido de la vista, la Sabiduría es mejor develadora de la realidad; y al servir nosotros a ella, aquél don develador nos lo ofrece paulatina y sutilmente. Este es el de hacernos enterar que no todo es como lo vemos, sino que hay causas de las cosas que superficialmente vemos y que son más verdaderas y entendibles. Incluso tales causas son igual o más de fulminantes y han ido y van más rápido que los rayos de los cielos y son más potentes que el fuego de los volcanes. Pues su permanencia acaso es infinita y su creación es abundante.

III 
No se piense que el mar es algo desparramado y sin solidez, y la tierra algo aglomerado y sin armonía. Piénsese qué orden necesario y oculto hace que el curso de la naturaleza manifieste sus formas de tal manera, de tal condición que parezca desordenado o confuso para el hombre.
IV
Si las cosas en su especificidad no produjeran ellas mismas sus movimientos, acaso no militaría la diferencia y una calma invadiría la existencia de las cosas, las criaturas y los elementos. Pero el mundo y su curso parecen girar entorno a un perpetuo cambio que efectúa la confrontación, causado por un movimiento inducido por un poder interno en cada ser, que hace entender al que es testigo de estas evidencias (¿el hombre?), que todo es confrontación y lucha por un albergue y un lugar perecedero en el universo.

V
PEQUEÑA DESVIACIÓN O LIBRE ALBEDRIO 
Existe algo tan poderoso en la criatura humana que así como son capaces de las cosas materiales forzar el cambio determinado de las mismas y entre ellas; aquello potenciador que existe en el hombre puede favorecer del mismo modo u otro y refrenar en cierto sentido el curso de la materia, hasta doblegarla incluso. Aquella cosa parece insistir su presencia en el hombre y no en otras especies, y por ende proclamarse a la vez forjadora de un destino particular e incierto tanto para otras especies como para el mismo hombre. Pues su naturaleza decisiva consiste muchas veces en refrenar el aparente destino propio del mismo ser o transmutarlo…
VI
Toda materia posee su propia ley intrínsecamente, pero la materia y aquella ley intrínseca pertenecen a una ley mayor, propia de conjunto. Pues a esta última es asequible y propio un equilibrio en el cual no hay lugar a donde escapar de aquellas leyes universales, ni lugar de dónde generar unas nuevas leyes. “En la totalidad, los átomos producen las mismas cosas” (II, 295).

VII. I
Somos todos en uno y a la vez no lo somos. 

VII. II 
Un gran conjunto equilibrado es el ser de la materia y todas sus manifestaciones, por lo cual cada uno somos una de tantas manifestaciones y expresiones. Y a la vez no somos todos en uno porque precisamente funcionamos por individualidad, a razón de un límite que nos separa de lo otro externo. Tal límite nos indica el vacío que hay entre todos y no nos permite el mezclamiento o la armonía ideal con esa misma otredad o con el todo, aun cuando eso quisieran muchas doctrinas torpemente… “las cosas que se producen se diferencian en razón de su límite” (II, 518). 

VIII
El movimiento destructivo es al generativo lo que el caos al orden, la oscuridad a la luz o finalmente, lo que la muerte a la vida… Los dos compactan el inicio y el fin, la armonía, transformación, salvación, sepultura y perpetuación de las cosas.  

IX
Al  procurar conocer los principios de la naturaleza y sus respectivos designios, no nos daremos más cuenta de que su favor con nosotros es apartar del dolor a la mente humana. De ahí que aquella sensación negativa en el hombre, sea infringida por sus ambiciones de poder, riqueza y demás, y también por la ignorancia y falta de inducción al conocimiento y la contemplación de lo verdadero; ya que por ello se desvía en efímeros y fugaces objetos del deseo.  

X
El deseo, proyectado o concomitante a la naturaleza, forja sensata a la necesidad y pueril la ambición de abundante riqueza. “Algunos en compañía tirados sobre la blanda grama, junto a las aguas de un arroyo, bajo ramas de un árbol crecido, sin grandes gastos dan mucho gusto a sus cuerpos” (II, 25).

XI
Cuando huye el temor religioso, huye el temor a la muerte.

XII
A veces, como un niño que naturalmente teme a la oscuridad, un hombre puede vivir en un temor profundo, aun cuando su alrededor le sea todo luz, todo amparo y todo confianza.

XIII
Por golpe contra otro, o por propiedad de movimiento, los primordios son arrastrados o impelidos a moverse en el espacio.

XIV
No hay fondo, ni centro, ni nada que sostenga a todas las cosas.

XV
La búsqueda de una razón fundamentada subyace por una falta, el temor a la muerte.

XVI
Existen muchos cuerpos primarios que vagan por el vacío, a causa de no haber resistido la compactura inicial con otros para haber fundado algo más sólido. 

XVII
El movimiento es invisible y oculto, en comparación con la materia.


BIBLIOGRAFÍA
LUCRECIO (1995). La Naturaleza (Francisco Socas, Trad.). Madrid: Gredos. 2003

lunes, 30 de marzo de 2015

Reflexiones, Sebastián Bermúdez

Lucrecio, De rerum natura, I, 1-634

¿Por qué así y no de otra manera?

¿Acaso no eras tú el sol tan alto, tan inalcanzable que las aves veían desde lejos para entonar sus rumbos?

¿No eras tú ese cielo que contenía todo y al cual no se le escapaba nada?

¿No eras tú como aquella abeja que en su panal guardaba toda la miel para el invierno?

Tal vez los osos han venido a saquearla, tal vez notaste que las estrellas se caían de ese cielo, tal vez notaste que no eras sol, eras luciérnaga que recorría errante los pantanos buscando resguardo.

Encontraste la soledad a la vuelta de la esquina ¿no se suponía que dicha soledad tenía que ser de provecho? Decían que alimentarías con ella los caminos del filósofo, sin embargo, mírate aquí, tan anonadado, no pudiendo aumentar esa sabiduría que esperabas, sintiéndote vacío, esperando un eterno retorno de lo mismo.

Ahora pareces un desgraciado esperando la compasión de la cual desdeñabas, hasta aquí se siente el aroma de tu fracaso, desde aquí se ve lo bajo que has caído.

¿Qué piensas hacer? ¿Acaso piensas pasar la vida como un cerdo: estar revolcándote en la inmundicia y en el lodo en el que te encuentras? ¿Te quedarás contemplando más no harás nada? ¿Serás esclavo de los recuerdos? Si haz de recordad algo, recuerda lo siguiente: el olvido es la virtud sanadora. ¡Olvida! Deja ir y si es preciso regresa a la montaña, aléjate de los virtuosos, huye de los mercantes, desdeña de todo, derrúmbate, constitúyete desde tus cimientos.  Vive y no olvides: una vida está en todas partes. 

Ensayo, Steven Castañeda

LUCRECIO. De rerum natura
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PRIMEROS PRINCIPIOS Y ATOMISMO  

En un primer momento, vemos que para Lucrecio es de vital importancia aquél impulso potenciador y emanador de todas las cosas. Pues esto lo vemos reflejado en el puro alabamiento que atribuye a la fuerza de la atracción o del amor, representada en la diosa Venus. Y ¿no es este impulso aquella fuerza que mueve todas las cosas? Acaso sea ese impulso el motor mismo que inspira al filósofo a darle la bienvenida a su discurso poético. Pues se puede notar como es un canto a la vida, y a todo lo que gira en torno a ella en un principio bastante poético y luego más teórico. Quizá por ello las referencias terrenales, como por ejemplo el testimonio de las aves que cantan porque sienten tal fuerza en su interior, y aún más, cantan porque le dan la bienvenida a Venus, a tal fuerza divina, a la que mueve, a la que hace cambiar y mudar las cosas, a la que las hace emerger de la oscuridad. Posiblemente por ello, el canto y el poema mismo y las manifestaciones de la naturaleza en general, sea un síntoma o una expresión de afirmación terrena de la existencia. Podemos decir que en ello se vislumbra un primer vestigio de inmanencia, de sustancialidad en la naturaleza misma y no en una dimensión trascendente. Pues parece que se atiende al hecho de afirmarse, mantenerse y ser uno con los principios de la naturaleza, a pesar de ser esta propuesta, como todo, una percepción filosófica más. Vemos la insistencia en la captación de la diosa Venus, presente en cada manifestación de la naturaleza. Por más alejado que pueda sentirse el hombre o quien quiera que se sea, este fluirá y permanecerá en “Venus”. Pero por la misma razón que Epicuro le reprochaba a la gente su exaltada creencia a los dioses, creemos aquí que aquella oda a la diosa, es a un ímpetu o potencia más mundana y por ello, se ha hablado aquí con tal énfasis. Se entiende entonces, que la negación o mejor aún, indiferencia a los dioses, indica acaso la afirmación a las fuerzas de la naturaleza.
Así empezamos trayendo a colación el primer motor que para el filósofo mueve y rige de manera vital todas las cosas. Con ello tenemos como muestra de aquél elemento primigenio, y a la producción como efecto dinámico de todas las cosas, como aspecto de la generación de todo lo que existe y ocupa espacio. Por tanto, si se tiene en cuenta aquel principio, se verá que tal dinamismo no acaba nunca y que solo renueva. Pues de nada no puede llegar a ser nada, y de la esencia de tal dinamismo se mantiene un ciclo en el cual se destruyen y se regeneran las cosas. Esto, puesto que a cada ser, en su materialidad al cumplir con sus etapas de vida y posteriormente morir o desvanecerse, algo le subyace de vida, o de permanencia, y tal cosa es suficiente para la recreación de su especificidad. Por ello nos indica Lucrecio: “Porque si se produjeran a partir de nada (las cosas), de cualquier ser podría nacer cualquier linaje, nada necesitaría simiente” (I, 155). Luego vemos que es en aquella simiente que el filósofo quiere reafirmar en el dinamismo de la existencia de las cosas, de la naturaleza. Con esto queda claro que aquella simiente o semilla posee una especificidad, una singularidad, y con ello lo que queda al momento de su desarrollo es el proceso por el cual se manifiesta su naturaleza misma. Vemos también que, por la misma peculiaridad de lo que es cada cosa, posee un desenlace, pues insiste el filósofo en que si algo proviniera de la nada, el plazo de su duración seria incierto y por ello, arbitrario.
Con lo indicado anteriormente, se indica ya la permanencia de la materia en todo lo perceptible. O por lo menos en casos críticos, una parte mínima de esta. Así la afirmación eterna de las cosas por causa de la misma naturaleza que “no quiere” que nada perezca, sino que las cosas en su particularidad, se dispersen y engendren de alguna manera su continuidad en el tiempo. Y así puede verse ¿no? Pues a pesar de que las criaturas en su individualidad perecen, ¿no continúa su especie ganándole la batalla a la muerte y a la extinción? Luego, el tiempo a pesar de su infinitud, no logra acabar con la finitud de los seres.
Ya con eso, el filósofo nos introduce en el atomismo y en sus respectivos procesos. Procesos que rigen los cambios  y las transformaciones de la materia, su separabilidad y su predictible unión para su perfecta continuidad… “La naturaleza no consiente que se engendre ningún ser, si no se ve favorecido por la muerte de otro” (I, 260).
Aquellas partículas que cumplen con la labor de hacer cambiar y con el tiempo reconfigurar las cosas, se llaman corpúsculos, y para tal efecto, su actuación es invisible para los ojos humanos. De ahí que la naturaleza actúe y oculte sus designios, por lo menos, como ya se indicó, para los seres humanos. Aquellos corpúsculos, sin embargo no podrían actuar si no existiera el vacío. Pues este último es condición del movimiento de los primeros. Con esto tenemos que, por fuerza, un cuerpo se mueve y opone resistencia, pero jamás lograría aquello, si no tuviera aquel “espacio” por donde moverse. Y aquí se capta también la separación de los cuerpos, que siguiendo a tal lógica, no podría moverse uno, si no estuviera separado del otro. 
Ahora bien, si tenemos tales dos principios, como testigo y medida de todas las cosas, se puede inferir que no hay más aspectos condicionales para que algo exista. Y esto lo reivindicamos, por lo que no se podría imaginar algo separado de un cuerpo o algo diferente de vacío. Con esto nos indica el filósofo: “Y en efecto, cualquier cosa que nombre, o hallarás que es atributo de tales dos realidades o cosas, o veras que es su resultado” (I, 400).
Y con esto podemos ir vislumbrando la conclusión. Todo lo perceptible no es más que el juego entre aquellos dos principios. La conexión de la materia se produce por  el encierro del vacío, y su separación por la intromisión de este último. A causa de esto, la materia es quebradiza, y ha de dar paso a su recreación o regeneración en nuevas formas. Así por ejemplo, se entiende al tiempo como algo propio del movimiento de los cuerpos, como una cualidad, ya que sin que nosotros podamos captar el mismo movimiento y el cambio que proporciona, sin poder entrever aquel elemento primordial, no entenderíamos lo que el tiempo significa. Por ende cualquier atributo que se reivindique como posiblemente alejado de tales principios, ha de analizarse detenidamente, para luego ver que su fundamento no es más que aquel juego de causas primeras o principios terrenos de lo existente.

BIBLIOGRAFÍA
LUCRECIO (1995). La Naturaleza (Francisco Socas, Trad.). Madrid: Gredos. 2003.