miércoles, 29 de abril de 2015

Carta, Felipe Urrego

Reflexión sobre el proceso de escritura

Abril 26 de 2015.
Bogotá D.C. 
Estimada profesora:

También a modo de carta, respondo a tu texto y a tu reflexión.

Me gusta mucho como planteas el hecho de que el lenguaje permite acercarnos a experiencias que extralimitan al mismo. Es algo complicado llegar a conceptualizar estas cosas. Recuerdo un seminario que veo este semestre sobre misticismo donde discutimos cuestiones del lenguaje similares a esta desde experiencias místicas medievales, y he llegado a pensar que, aunque se tiene un encuentro con  lo inefable, con lo inexpresable, se crea cierta necesidad de comunicarlo, de traerlo a nuestro horizonte de sentido. En la perspectiva del texto de la prof. Ángela Uribe, creería que esa necesidad podría tomarse como un esfuerzo por recuperar esa intersubjetividad perdida, por comprender a ese otro que aunque cercano se nos hace tan desconocido; y así abrir la posibilidad de tener un mundo compartido.

Hay algo que afirmas con lo que concuerdo: "Y entonces me pregunto cómo recibir una experiencia que no he padecido en primera persona, pero que me concierne y me interpela". ​​Es muy complicado acercarse a una situación tan grave cuando uno mismo no la ha vivido. Y ya que nos ocupa el tema de la lectura y la escritura, por medio de las mismas podría ser interesante alcanzar mayor cercanía con la situación. Por lo anterior, sería interesante ir un poco más allá del texto estudiado, revisar los documentos base que se usaron, pero sobretodo, ver si es posible leer relatos de las propias víctimas, pensar su perspectiva desde su escritura.

Me ha gustado el ejercicio, espero que sea beneficioso para el grupo en general, y particularmente para cada integrante del mismo.

Un gran saludo,
Felipe Urrego

Carta, Diana Acevedo

Reflexión sobre el proceso de escritura


La Soledad, Bogotá, abril 24 de 2015

Queridas(os) compañeras(os) del laboratorio de escritura:

Les cuento que encontré muchas cosas sugerentes en el texto de la prof. Ángela Uribe, quise relacionarlo con "La ceiba de la memoria" de Roberto Burgos Cantor, pero no logré ir más allá de ponerlo como epígrafe. Es una novela muy bella y muy conmovedora que, entre otras cosas, les recomiendo. Empecé un poco sin norte y a medida que iba escribiendo, iba encontrando el hilo de lo que quería escribir. Procedí de manera contraria a como lo hago con los textos académicos en los que me concentro en buscar una estructura clara y coherente con la tesis que quiero defender. En ese sentido, me pareció interesante que estaba escribiendo al tiempo que estaba buscando sobre qué escribir. Me gustó dejar que la escritura tomara forma a medida que avanzaba. ​Cuando leí, tomé notas, un poco parecidas a las que tomo cuando leo cualquier texto de filosofía, pero esta vez no estaba tan concentrada en los hilos argumentativos, sino en los temas y las afirmaciones que me llamaban la atención, que me parecían importantes y dignos de consideración. Me llamó la atención la plasticidad del lenguaje que permite indicar los bordes del sentido; la experiencia del daño como una experiencia límite y, sin embargo, comunicable de una manera muy peculiar por medio de las expresiones sobre las que la autora llama la atención. Me pareció interesante, además, la metáfora espacial del no-lugar, de la negación del horizonte de experiencia. Siento que querría seguir modificando este texto, seguir hilando las ideas que me llamaron la atención y llevarlas un poco más lejos. Para eso me gustaría contar con sus comentarios y las perspectivas que ustedes tuvieron sobre el texto.

Creo que una pregunta importante que debe surgir en este laboratorio es la diferencia entre un proceso de escritura de carácter creativo y un proceso de escritura más bien exegético. Sobre todo porque creo que buscamos alejarnos un poco del modelo de la exégesis. Eso no significa que no hagamos comentarios. Yo misma sentí que estaba comentando el texto. Sin embargo, también sentí que al hacerlo lo estaba usando como una ocasión o una excusa para pensar un problema filosófico que me llama la atención, es decir, como una excusa para ponerme en la tarea de filosofar.

Aunque un fuerte dolor abdominal me pidió encontrarme con ustedes el día de hoy, espero que estas breves reflexiones les den una idea de cómo fue mi proceso de escritura esta semana.

Quedo a la espera de sus comentarios, con muchas ganas de leer también sus textos y reflexiones.

Me despido con los mejores deseos.

D.A.

Reflexión, Diana Acevedo

Estar al borde del lenguaje. Estar al borde del mundo
Respuesta a “Fenomenología del daño: el “mal aire” y los rasgos del no- mundo para los habitantes de El Placer” de Angela Uribe


Lo recuerdo y las palabras están dormidas,
acoquinadas por este daño que viene como una maldición y
 nos convierte en un padecimiento vivo,
en una tristeza sin suspiros, en mal sin queja,
en un exterminio sin grifo.
Las fuerzas y el corazón se concentran en no desaparecer uno
en esta bolsa sanguinolenta y afligida
que pierde el impulso del rechazo a la humillación
que supone doblegar al otro, imponerle una voluntad ajena,
extirparlo de su vida, vaciarlo de posibilidad,
instancia de reclamo y reparación hasta enloquecer de pena y desconcierto.
El desuso de las palabras les quita su poder,
la virtud con que enfrentan el mundo y terminan de darle forma
(Burgos Cantor, La ceiba de la memoria)


Me enfrento aquí y ahora ante la pregunta por la experiencia del daño a través del texto de Ángela Uribe. En Colombia, país colonizado con un lastre de violencia enconado en su historia, la experiencia del daño no solo es cotidiana y compleja, sino que además pertenece a la memoria que compartimos sobre esta geografía. Y entonces me pregunto cómo recibir una experiencia que no he padecido en primera persona, pero que me concierne y me interpela. Cómo aproximarme desde un mundo pleno de sentido, aunque variable y sujeto a constante modificación, al borde, al filo del sentido donde el horizonte se desvanece, donde quizás el espacio y el tiempo detienen su expansión. Quiero hacer énfasis en la metáfora geográfica del espacio de sentido como un horizonte; la pérdida del mundo es un destierro que no implica un cambio de lugar de habitación, sino la pérdida de toda posibilidad de habitar el mundo. No hay cambio de lugar, sino desaparición de todo lugar, un no-lugar. ¿Qué significa este destierro? ¿Qué es lo opuesto al horizonte, o la negación del horizonte? El encierro. La reclusión. El horizonte nos indica por dónde continua y se expande el espacio, nos invita a movernos y recorrerlo; en oposición, el daño nos arranca del mundo en cuanto niega la condición de apertura del horizonte y nos recluye en un recinto cerrado, sin válvulas de escape, puertas o ventanas, y en ese sentido nos inmoviliza. 

El tipo de daño que sufrieron los habitantes de El Placer no solo se dio directamente sobre la experiencia del mundo, sino también de una manera indirecta y arrasadora sobre sus condiciones de posibilidad. Habitar el mundo implica tener la capacidad de atribuirle sentido, tener capacidad de movimiento, acción y producción. De modo que el mundo nos sea arrebatado implica quitarnos esas capacidades, eliminar sus condiciones de posibilidad.

Si aplico esta metáfora del horizonte y el recinto a la posibilidad de darle sentido al mundo, y con ello, de compartir con otros tanto el mundo como el sentido, reconozco que el lenguaje se estrecha al tiempo que se estrecha el mundo. Sin embargo, cuando doy el salto cualitativo a la experiencia límite de la pérdida del mundo, y del no-lugar, observo que el lenguaje, aunque limitado, no pierde del todo su capacidad expresiva. El mal aire y los aires fríos de la muerte, como nos dice la autora, son términos en sí mismos elocuentes. Estas expresiones nos indican el vacío o la ausencia de posibilidad de constitución de sentido que sobreviene en una experiencia del daño de este carácter. ¿Cómo es posible señalar con sentido la pérdida del sentido?

El lenguaje, al parecer, tiene una plasticidad especial que nos permite usarlo para indicar experiencias que rebasan sus límites. Si bien el correlato de la pérdida del mundo es la pérdida del sentido, no por ello perdemos todas las posibilidades expresivas del lenguaje, en la medida en que podemos indicar con él esa pérdida. Por medio del lenguaje se puede indicar lo que no se puede decir o describir. Aunque lo que se indica aquí es la pérdida de la intersubjetividad, de la comunicabilidad propia del sentido, este uso plástico del lenguaje nos permite hablar de al menos una capacidad que sobrevive a la demolición del mundo. Esto en modo alguno nos devuelve el mundo que nos fue arrebatado, pero quizás le abre un resquicio de aire o de luz al encierro en el que nos deja confinados la pérdida. 

Si hay una pérdida de la fe perceptual, de la confianza en la estabilidad de nuestras experiencias y de nuestra capacidad de acción espontánea y fluida, si hay una pérdida de la experiencia del mundo como algo compartido y en ese sentido dotado de alguna estabilidad, se puede notar cómo la gravedad del daño es infinita. Pero es digno de notar cómo quienes habitamos el mundo y no hemos sido desterrados podemos reconocer que no es posible tener acceso a esa experiencia límite, si bien es posible reconocer que hay un vacío insondable entre nosotros. Esto ya es un tipo de reificación de la experiencia de la víctima del daño. Esto es muy importante en la medida en que permite concederle existencia y realidad a esa experiencia, en lugar de reducirla a un sinsentido, que corre el riesgo de diluirse y asociarse a la no existencia, a algo que no puede ser porque no puede ser dicho. Parménides nos dice que lo que no es pensable, no es en absoluto, no puede ser. Pero la experiencia del daño, al ser puesta en términos de una expresión ambigua, denota que algo que es y parece que no puede no ser, no puede ser pensado, ni puede ser dicho. En esto consiste la manifestación de la gravedad suprema de esta experiencia. El tipo de comprensión que el uso plástico del lenguaje nos ofrece respecto de esta pérdida implica el reconocimiento de algo inabarcable e inimaginable. Nos ubica ante nuestros propios límites. 

La experiencia del daño que padecieron los habitantes de El Placer me interpela y me concierne. Me encuentro con la contundencia del hecho de que es o de que existe; en medio del mundo humano del que hago parte, me encuentro con la presencia irrenunciable, siempre sugerida y ambigua, de ese no-mundo.


Diana Acevedo
La Soledad, Bogotá
Abril de 2015

sábado, 25 de abril de 2015

Aforismos, Steven Castañeda

I
El corpúsculo, así como lo más propio de cada cosa en la naturaleza,  no permite el movimiento libre o desproporcionado de lo que está en su posibilidad; sino que lo libera según la especificidad de cada cosa. Es decir, la libertad consiste en medir o probar hasta qué punto se despliega la propia determinación de cada elemento en el mundo.

II
Se puede observar que el rayo es tan rápido como la luz y tan poderoso como un dios. El ojo óptimo verificador de la verdad puede parecer al notar aquella evidencia. Y nada podríamos asegurar que sea más o tan poderoso como un rayo. Pero ciertamente, más que el sentido de la vista, la Sabiduría es mejor develadora de la realidad; y al servir nosotros a ella, aquél don develador nos lo ofrece paulatina y sutilmente. Este es el de hacernos enterar que no todo es como lo vemos, sino que hay causas de las cosas que superficialmente vemos y que son más verdaderas y entendibles. Incluso tales causas son igual o más de fulminantes y han ido y van más rápido que los rayos de los cielos y son más potentes que el fuego de los volcanes. Pues su permanencia acaso es infinita y su creación es abundante.

III 
No se piense que el mar es algo desparramado y sin solidez, y la tierra algo aglomerado y sin armonía. Piénsese qué orden necesario y oculto hace que el curso de la naturaleza manifieste sus formas de tal manera, de tal condición que parezca desordenado o confuso para el hombre.
IV
Si las cosas en su especificidad no produjeran ellas mismas sus movimientos, acaso no militaría la diferencia y una calma invadiría la existencia de las cosas, las criaturas y los elementos. Pero el mundo y su curso parecen girar entorno a un perpetuo cambio que efectúa la confrontación, causado por un movimiento inducido por un poder interno en cada ser, que hace entender al que es testigo de estas evidencias (¿el hombre?), que todo es confrontación y lucha por un albergue y un lugar perecedero en el universo.

V
PEQUEÑA DESVIACIÓN O LIBRE ALBEDRIO 
Existe algo tan poderoso en la criatura humana que así como son capaces de las cosas materiales forzar el cambio determinado de las mismas y entre ellas; aquello potenciador que existe en el hombre puede favorecer del mismo modo u otro y refrenar en cierto sentido el curso de la materia, hasta doblegarla incluso. Aquella cosa parece insistir su presencia en el hombre y no en otras especies, y por ende proclamarse a la vez forjadora de un destino particular e incierto tanto para otras especies como para el mismo hombre. Pues su naturaleza decisiva consiste muchas veces en refrenar el aparente destino propio del mismo ser o transmutarlo…
VI
Toda materia posee su propia ley intrínsecamente, pero la materia y aquella ley intrínseca pertenecen a una ley mayor, propia de conjunto. Pues a esta última es asequible y propio un equilibrio en el cual no hay lugar a donde escapar de aquellas leyes universales, ni lugar de dónde generar unas nuevas leyes. “En la totalidad, los átomos producen las mismas cosas” (II, 295).

VII. I
Somos todos en uno y a la vez no lo somos. 

VII. II 
Un gran conjunto equilibrado es el ser de la materia y todas sus manifestaciones, por lo cual cada uno somos una de tantas manifestaciones y expresiones. Y a la vez no somos todos en uno porque precisamente funcionamos por individualidad, a razón de un límite que nos separa de lo otro externo. Tal límite nos indica el vacío que hay entre todos y no nos permite el mezclamiento o la armonía ideal con esa misma otredad o con el todo, aun cuando eso quisieran muchas doctrinas torpemente… “las cosas que se producen se diferencian en razón de su límite” (II, 518). 

VIII
El movimiento destructivo es al generativo lo que el caos al orden, la oscuridad a la luz o finalmente, lo que la muerte a la vida… Los dos compactan el inicio y el fin, la armonía, transformación, salvación, sepultura y perpetuación de las cosas.  

IX
Al  procurar conocer los principios de la naturaleza y sus respectivos designios, no nos daremos más cuenta de que su favor con nosotros es apartar del dolor a la mente humana. De ahí que aquella sensación negativa en el hombre, sea infringida por sus ambiciones de poder, riqueza y demás, y también por la ignorancia y falta de inducción al conocimiento y la contemplación de lo verdadero; ya que por ello se desvía en efímeros y fugaces objetos del deseo.  

X
El deseo, proyectado o concomitante a la naturaleza, forja sensata a la necesidad y pueril la ambición de abundante riqueza. “Algunos en compañía tirados sobre la blanda grama, junto a las aguas de un arroyo, bajo ramas de un árbol crecido, sin grandes gastos dan mucho gusto a sus cuerpos” (II, 25).

XI
Cuando huye el temor religioso, huye el temor a la muerte.

XII
A veces, como un niño que naturalmente teme a la oscuridad, un hombre puede vivir en un temor profundo, aun cuando su alrededor le sea todo luz, todo amparo y todo confianza.

XIII
Por golpe contra otro, o por propiedad de movimiento, los primordios son arrastrados o impelidos a moverse en el espacio.

XIV
No hay fondo, ni centro, ni nada que sostenga a todas las cosas.

XV
La búsqueda de una razón fundamentada subyace por una falta, el temor a la muerte.

XVI
Existen muchos cuerpos primarios que vagan por el vacío, a causa de no haber resistido la compactura inicial con otros para haber fundado algo más sólido. 

XVII
El movimiento es invisible y oculto, en comparación con la materia.


BIBLIOGRAFÍA
LUCRECIO (1995). La Naturaleza (Francisco Socas, Trad.). Madrid: Gredos. 2003