jueves, 18 de junio de 2015

Carta, Daniel Barrera

Texto tipo carta con base en la epístola de Epicuro a Meneceo

Para la humanidad, pues inherente es la búsqueda por la verdad y la felicidad.

Por nuestra condición de seres humanos debemos hacer valer esa cualidad atávica a nuestra condición que consiste en la búsqueda de la verdad, pues es a partir de ésta que develaremos los secretos de todo aquello a lo que tememos, y por medio de la cual alcanzaremos la felicidad, pues para el ejercicio de la filosofía, verdad y felicidad están ligados y acarrean la misma importancia.

De allí que este conocimiento nos aleje de las falsas creencias que se tienen entorno a muchos temas como lo son las cuestiones divinas pues es errado pensar, como lo hace el vulgo, que los dioses están hechos a imagen y semejanza de nosotros y además, que cometen acciones repudiables como la venganza, el adulterio y la guerra entre otras aberrantes acciones. Recordemos, pues, que la idea que tenemos de Dios está grabada en nuestra alma siendo este inmortal y feliz, de allí que no pueda ser semejante a nosotros, ni en aspecto ni en acción.

Ahora bien, respecto a los miedos de la muerte y el dolor, recordad ¡oh humanidad!, que tan desconsolada has estado durante mucho tiempo debido a estos miedos, que la muerte no  tiene nada que ver con nosotros, pues es propio de los seres vivos estar dotados de sensibilidad, mientras que para aquellas que perecen nada sienten. Por lo tanto, si el mal y el dolor están ligados a la sensación, la muerte, estando privada de la sensación, no será causa ni motivo para el dolor, ni mucho menos, para el temor. Romper esta concepción nos acercara cada vez más a la verdad y por lo tanto, la humanidad entera estará más cerca a la felicidad.   
Por último, respecto a la finalidad de la búsqueda de la verdad, el ser humano debe propender por la satisfacción de los placeres siempre que nos alejemos de los excesos y el dolor, causados cuando no sopesamos el placer y el dolor, de allí que  todo placer sea bueno pero no aceptable, o que un dolor pueda ser aceptable pues conllevaría un próximo placer de carácter superior.    

Recordad, apreciada humanidad, que el gozo mayor consiste en no sufrir perturbaciones ni el cuerpo ni en el alma, de allí que si el cuerpo está bien, lo cual se logra cuando satisface de manera mesurada los deseos que le son propios por naturaleza, el alma calmará su perturbación e impasible podrá continuar develando los secretos del mundo.

jueves, 11 de junio de 2015

Ensayo, Diego Gutierrez

MALDAD Y VIOLENCIA

A propósito del informe del Centro de Memoria Histórica ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad, Cap. V. Las memorias de los sobrevivientes.

En el informe del Centro de Memoria Histórica ¡Basta ya! se nos presenta el dolor de la guerra desde una perspectiva donde se analiza en tercera persona los relatos de quienes vivieron situaciones límite de violencia. Así, se empiezan a configurar los relatos sobre los hechos violentos y malvados de los que fueron víctimas un número significativo de comunidades, estos relatos de las personas que vivieron las atrocidades de la guerra nos intentan mostrar el desolador panorama que queda detrás de las innumerables masacres que se han cometido en las regiones más vulnerables de nuestro país desde hace más de 30 años. 

Es al menos difícil para este caso escribir un texto performativo, pues no he experimentado situaciones límite de violencia que se nos presentan en tan conmovedores relatos; para el caso de un texto expositivo, este estaría muy cerca de lo que encontramos en la sistematización de los relatos de las víctimas pues nos pretende mostrar un tema, la violencia, donde cualquier persona que analice los casos expuestos puede llegar a conclusiones parecidas a las presentadas en el texto; por último, el escribir un texto reflexivo, permitiría en este caso explorar las distintas voces de quienes intervienen tanto las víctimas, como los victimarios y hasta el mismo autor tendría la posibilidad de hacer sentir su voz y opinión, es decir poner en juego la propia experiencia en el momento de construir el texto.

Por esta vez, quizá debido a la facilidad que me presenta el exponer un tema sin comprometer tanto la voz propia en lo que escribo, quisiera explorar un poco las ideas que se nos presentan en ¡Basta ya!, bajo la perspectiva de un texto clásico de la filosofía política y este es el Leviatan, donde me parece que de forma expositiva se nos presenta la idea de la relación natural de los hombres en general y la consecuente necesidad de un Estado que limite algunas libertades para garantizar el bienestar de la comunidad. De este texto rescataré dos ideas: la primera es que en condición natural el hombre hace lo que le permiten sus fuerzas, es decir que sin el marco legal del Estado el hombre ejerce sin restricción más que las naturales su fuerza, por lo que naturalmente está en capacidad de  vulnerar la integridad de otros hombres y por tanto su libertad si sus fuerzas se lo permiten. La segunda sería que en esta condición de ley natural el hombre se convierte en una amenaza para los otros hombres, esta es la máxima de la ley natural expresada por Hobbes homo homini lupus

Con estas dos premisas, se podría dar cuenta que en los relatos sobre la violencia no solo hay una pérdida de los espacios que se habitan y del sentido temporal que esto adquiere, tema que sería interesante seguir explorando desde la perspectiva que nos abrió el texto de Angela Uribe, sino que hay otro tema que aparece recurrentemente en los relatos y es el alejamiento del Estado o en ocasiones la complicidad de las autoridades que por acto u omisión permitieron que los paramilitares cometieran con libertad de acción tales masacres. 

En este caso aunque haya un Estado que supuestamente debe proteger a los ciudadanos, no solo incumple esta labor, sino que a la vez se convierte en aliado de los malvados grupos que asesinan sin distinción a quienes pueden acribillar sin más gracias a sus armas y poder territorial. El abandono y complicidad que se hacen evidentes en el desarrollo de los relatos permitiría ver que este factor fue tal vez uno de los que permitió a los grupos armados actuar sin restricciones en ciertos territorios por un determinado tiempo. 

Aquí se vería que la ausencia o el no cumplimiento de sus funciones por parte del Estado hizo posible que se implantara una violencia sistemática, donde por medio de las armas se imponían voluntades y formas de ser que no concuerdan con lo que se espera de la convivencia en sociedad, se podría decir que operó un régimen del terror que por medio de la fuerza impuso unos ciertos modos de actuar, donde no importaba tanto el otro, la comunidad como tal, sino que había grupos en conflicto que en su afán por imponerse hacían de los pueblos el escenario donde por la fuerza intentaban hacer desaparecer ya fuera gracias al miedo o por la aniquilación sistemática a quienes consideraban sus enemigos.

Aquí, en esta lógica de terror y de muerte los reales afectados fueron las comunidades, pues los grupos armados aunque se conformaban tal vez por vecinos o conocidos, al momento de arremeter violentamente en contra de la comunidad no eran vistos como iguales, sino todo lo contrario eran percibidos con rostros desfigurados que producían miedo y espanto, como bien lo relataba un profesor al ver la cara de sus agresores.

En esta situación el agresor es identificado como un ser malvado, casi como en el caso que nos presenta Hobbes como un lobo para otros hombres, en este asunto parece problemático asegurar que sin control y sin un sistema judicial eficiente el hombre es capaz de convertirse en el ser más temido para sus congéneres. Esta maldad presente, se presentaría casi como consecuencia de la falta o del abandono del Estado, no sé hasta qué punto el argumento pueda resultar válido, pero en los relatos, como en el caso del análisis hobbesiano de la situación natural de los hombres, nos hace pensar que si a un hombre o a un grupo no se le impone ciertos límites esto resultaría en que serían capaces de abalanzarse contra los demás para imponer su voluntad y así conseguir lo que quieren, aquí no habría respeto y ni siquiera reconocimiento del otro como un ser que sufre y que siente como un igual, estos malvados serían incapaces de ponerse en el lugar del otro, pensar que él o ellos podrían ser víctimas de las mismas agresiones y de los mismos daños.

En este sentido, la pregunta que me queda sobre esto es: ¿Realmente el hombre desarrolla su maldad si encuentra ocasión de hacerlo, es capaz de violentar al otro solo porque está en capacidad de hacerlo? 

Ensayo, Diego Gutierrez

EL NO-MUNDO O LA DE-SUBJETIVACIÓN

Respuesta a "Fenomenología del daño: el “mal aire” y los rasgos del no-mundo para los habitantes del placer" de Ángela Uribe Botero.

Cuando el mundo ya no es mío entonces qué queda, de dónde surge lo que se aparece ante mí y aun así me supera, lo que no puedo explicar se queda en el umbral entre lo real y aquello que no lo es. Quizá la mayor de las inquietudes que me dejó la lectura es precisamente ese proceso de extrañamiento del individuo frente a su realidad, que es denominado como el no-mundo.

Esa pérdida de la constitución de la realidad como unidad de la experiencia me lleva no solo a pensar en el proceso de victimización que se produjo en El Placer, sino en todos esos momentos que dislocan al sujeto y lo dejan perplejo ante el modo en que se le presenta su mundo; sería interesante ver los puntos de unión entre las descripciones que nos presenta Ángela Uribe sobre el no-mundo y otros discursos que a través de los últimos siglos han tratado de mostrar el modo en que para el hombre, es decir para el sujeto, el mundo deja de ser suyo y se convierte en algo ajeno, a veces hasta fantasmagórico, como en el caso que nos presenta Uribe con los aires de muerte.

Los casos de extrañamiento que recuerdo en este instante son la enajenación que es descrita por Marx como una pérdida de sentido del hombre frente a su trabajo y el otro es el modo como Foucault describe en Vigilar y castigar la manera como la subjetividad humana es moldeada para buscar la creación de un cuerpo dócil. En ambos casos lo que me parece común es que un interés externo, o quizás una fuerza externa, al individuo siempre está marcando las prácticas de éste y por tal camino el modo en que nos relacionamos con el mundo. Pues para el caso de la enajenación, el hombre, al no ver los resultados de su trabajo, queda extrañado ante una parte de su realidad, no comprende, o no puede hacerlo, los modos en que desde su trabajo emerge un producto. En lo descrito por Marx lo que se da es una pérdida de sentido donde ya no se entiende el porqué del trabajo y así el obrero queda aislado de una dimensión de significación de su mundo que para Marx es la más importante: el trabajo.

Por su parte, para Foucault el aparato burgués que emergió, luego de la disolución  de los sistemas feudales en Francia, buscando la consolidación del sistema empezó a modelar la sociedad y por tanto al sujeto para introducirlo ya fuera como soldado u obrero. En la visión de este filósofo de lo que se trataba era de moldear el cuerpo que necesitaba el naciente sistema burgués. 

Estos dos ejemplos de extrañamiento que me propuse describir me parece que guardan, a su vez, similitud con la pérdida de mundo que es mostrada en el artículo de Uribe. Y precisamente, se trata de ese sentimiento de alejamiento de la realidad, de nuestro mundo, al que queda reducida la experiencia subjetiva o intersubjetiva por la intromisión de una fuerza extraña en el sujeto que lo violenta  y con ello lo aleja de la realidad. 

Dialogando acerca del sentido que tendría este extrañamiento del sujeto frente a su experiencia, pareciera que se podría usar un término para hablar de tal fenómeno desde una perspectiva un poco más general y esta sería la de de-subjetivación. que nos fue propuesta por un hombre que se interesó en nuestro diálogo mientras esperábamos en la fila de pago de un supermercado. Esto me puso a reflexionar y encontrar que en tal propuesta estaba contenida la idea de pérdida de mundo, ya que la de-subjetivación sería precisamente el proceso de la pérdida del sentido de la experiencia propia a consecuencia de una fuerza que violenta mi integridad (o nuestra integridad) y me deja frente a un mundo que no reconozco, en el que debo de actuar a fuerza de la necesidad o por sentirme coaccionado por un poder externo.

En la de-subjetivación la pérdida de la realidad sería el proceso inverso de la dación de sentido, donde al individuo se le presenta su experiencia como algo extraño. Como el caso que nos relató Ángela Uribe los lugares que antes eran punto de encuentro para la comunidad de El Placer se convirtieron, con la irrupción de la violencia, en sitios fantasmagóricos donde se respira un aire de muerte. 

Me parece que estos procesos de de-subjetivación aunque se puedan dar a distintos niveles de la sociedad actual, adquieren una fuerza vertiginosa en los casos que nos relató Ángela Uribe. Pues la muerte violenta de sus seres amados, la presencia sistemática de la muerte y la violencia, es aquello que irrumpe en su mundo y hace de éste un lugar que no les pertenece, donde una serie de no lugares se configuran como foco del mal aire, de los recuerdos impropios de su tragedia.

Pretendí en el breve escrito anterior dar cuenta de lo que me produjo la lectura, pero debo confesar que aún me parece difícil desmarcarme de una escritura filosófica, pues la estructura del texto se asemeja al proceso de argumentación, donde cada afirmación debe estar acompañada de una demostración, espero que en futuros ejercicios poder romper con este paradigma y recorrer otros estilos que se alejen de la argumentación.

Reflexión, Paola Valbuena

¿Y SI NOS REFLEJAMOS EN EL SENTIR DE LAS VÍCTIMAS?

A propósito del informe ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad, capítulo V “Las memorias de los sobrevivientes” (2013) Bogotá: Centro de Memoria Histórica.

El mundo representa cada una de las acciones, los espacios, y las rutinas que a diario forjamos para construirle. En general, entender el mundo a partir de estos elementos nos posibilita el análisis de nuestro propio mundo. Pero ¿qué pasa si los elementos de ese mundo se ven alterados por un factor externo a nuestra propia convicción?

El presente escrito pretende tomar como tarea comprender y dilucidar de forma somera, cómo las víctimas del conflicto armado en Colombia ven su propio mundo desestabilizado y sin embargo se valen de acciones para afirmarse como personas activas que se sobreponen frente a ese ataque. Es preciso señalar que el recorrido de este escrito tiene la pretensión de apreciar levemente (así como el escrito del Centro de Memoria Histórica lo hizo en mí) el sentir de quien está al otro lado del conflicto, ese que aunque no lo quiera sigue siendo indolente frente al mismo. 

Inicio señalando que este texto nace a partir de la lectura de relatos de víctimas del conflicto armado. Avanzadas tan solo unas páginas de la lectura, se me presenta el interrogante que guiará el presente, ¿qué tan correcta es la concepción que tengo de una víctima? Debo aceptar –aunque con algo de vergüenza– que cuando pienso en una víctima se me presentan personas débiles, seres humanos cuya fuerza vital se redujo a causa de la violencia. Creo que si esa convicción personal se relacionara con cada relato que compone el informe del Centro de Memoria es posible desvirtuar completamente esa noción.

Los relatos muestran niños, niñas, hombres y mujeres, que a pesar de las circunstancias se contemplaban como sujetos activos de un conflicto en el que se encontraban en medio de tres fuerzas armadas (Ejército, AUC, Guerrillas). Se muestran relatos de ancianos que aunque conocen la realidad de la muerte y desaparición de sus hijos, de un modo peculiar enfrentan ese dolor llenándose de esperanza; hombres y mujeres que exponen su vida por salvar a un vecino; enfermeras capaces de encarar la muerte y salvar vidas; líderes políticos que se contraponen a ese sistema organizado y corrupto de Colombia. Entonces ¿qué aspectos pueden dar a pensar que hay debilidad en las víctimas de esos relatos?

La debilidad en particular se presenta cuando ante nosotros se genera una actitud respecto a las víctimas, como la de quien mira a través de un cristal a un animal encerrado en un zoológico, pensando en muchos casos “pobre” y contemplándole como un ser inferior. Pero sin deliberar en cuánta fortaleza se necesita para enfrentar una realidad que no es la propia, una que se construyó sólo porque otro lo quiso así. 

Pienso que el carácter que se le da a la víctima como un sujeto que debido a las circunstancias es considerado como inferior es una mirada podría decirse ‘burguesa’, de quien no quiere ni se propone conectarse con un entorno que en últimas no es tan ajeno. Comenzar a ver en la víctima rasgos más sobresalientes como la valentía, la fortaleza y la vitalidad, transforman por completo la perspectiva. 
Comprendido lo anterior, es relevante analizar éste escrito a partir de la palabra “compasión” con base en Milan Kundera. En innegable que  posiblemente muchos de nosotros sí hemos tenido compasión, pero esa compasión entendida desde lo que el mismo lenguaje de occidente describe para nosotros, un sentimiento que se funda en la lástima. Así se observa cuando Kundera expresa que:
Todos los idiomas derivados del latín forman la palabra «compasión» con el prefijo «com-» y la palabra pas-sio que significaba originalmente «padecimiento» (…) En los idiomas derivados del latín, la palabra «compasión» significa: no podemos mirar impertérritos el sufrimiento del otro (…) Este es el motivo por el cual la palabra «compasión» o «piedad» produce desconfianza; parece que se refiere a un sentimiento malo, secundario, que no tiene mucho en común con el amor (Kundera, 1988. p.20)
Pero qué pasaría si esa compasión se comprendiera desde ese otro significado, ese donde  el idioma no “forma la palabra «compasión» a partir de la raíz del «padecimiento» (passio), sino del sustantivo «sentimiento»” (Kundera, 1988 , p.21). Seguramente la actitud frente a ese otro –las víctimas– sería distinta, probablemente esa mirada “ilumina la palabra con otra luz y le da un significado más amplio: tener compasión significa saber vivir con otro su desgracia, pero también sentir con él cualquier otro sentimiento: alegría, angustia, felicidad, dolor” (Kundera, 1988, p.21). Opino que solo así ese reclamo incesante de las víctimas, ese grito que proclama que no se borre la memoria de una patria boba –que parece no ser una época sino un pseudónimo para Colombia– no sería tan ajeno a cada uno de nosotros. 

Leer el informe ¡Basta Ya! desde otra concepción, reflexionando cada relato que narran con dolor y valentía las víctimas de la violencia, nos beneficia personalmente porque nos abre una mirada a mundos distintos y tan lejanos a los nuestros, presentando tal vez caras desconocidas de nuestro propio ser. Pero también beneficia a las víctimas en algún sentido, les da la esperanza de que no habrá impunidad –aunque en el ámbito legal habitualmente la haya–; y beneficia al país, porque construimos una memoria colectiva, que en muchos casos podría ser un factor esencial para la transformación del mismo.  

Reflexión del ejercicio de escritura


Finalmente quiero abarcar la experiencia de este ejercicio de escritura rescatando el texto tal vez como reflexivo, pues aunque inicialmente el propósito era darle el carácter de performativo, pienso que me resultó muy complicado abarcar la temática que procuré desplegar a partir de lo performativo. 

Así mismo quiero agregar que posiblemente no sea un texto en sí mismo reflexivo, pues es evidente que el carácter expositivo que tal vez quería eludir, se me presenta en este tipo de escritura como un ejercicio mecánico y memorístico.

Para concluir debo resaltar lo enriquecedor que resulta encontrarse con otros géneros de escritura, pues pude deducir de ello que es indispensable comenzar a ejercitarme en otros estilos. De lo contrario puede que me restrinja a lo meramente expositivo y aunque esto no resulte en sí mismo negativo, creo que puede ser contraproducente ya que no permitir la exploración de otros estilos de escritura, podría inhibir un proceso de búsqueda por un estilo que me permita presentar con mayor claridad el contenido que quiera desarrollar.

Bibliografía
KUNDERA, Milan. La insoportable levedad del ser (1989). Ed. Planeta Publishing Corporation, 4/02/2014

lunes, 8 de junio de 2015

Reflexión, Diana Acevedo

Estar al borde del lenguaje. Estar al borde del mundo. Segunda parte

A propósito del informe ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad, capítulo V “Las memorias de los sobrevivientes” (2013) Bogotá: Centro de Memoria Histórica.

[Selección de forma (Lang, 1983): texto performativo]

"Para mí son todos fantasmas, actores y escenarios de una obra que ya terminó, y vinieron los utileros y alzaron con todo y ya cayó el telón, (...) un fantasma, y fantasmal por completo este país"
(Laura Restrepo, Delirio)

“Todo este absurdo [del secuestro] me cruza por la cabeza como una secuencia de alucinaciones cada vez más crueles. Nunca recuerdo el paso de las horas o simplemente de los días. Todo está aquí en un tiempo congelado, es un duelo en el que todas las secuencias se agolpan, y vuelvo a sentir miedo, luego físico terror y, sin quererlo, termino hablando sola”
(Germán Castro Caycedo, La tormenta)


Termino de leer. Cierro el documento y respiro profundo. Un silencio hondo me embarga, una fuerza poderosa me obliga a callar y me deja sumida en un estado de estupor. He tenido que detener la lectura varias veces, respirar profundo una y otra vez. ¿Qué significa acompañar un relato? Más allá de la intención de comprender un fenómeno que se me presenta, la violencia en Colombia, la historia del conflicto interno y las consecuencias de la convivencia con el terror de la guerra, me quedo en el borde de la pregunta por el horizonte que se cierra, por el encierro y la reclusión; la pérdida del mundo de la que Ángela Uribe nos hablaba en días pasados. Estoy acá en plena vida urbana, habitando un espacio y un tiempo inconmensurable con el tiempo y el espacio de las víctimas que relatan lo que leo. En este breve texto me propongo llevar a cabo un acercamiento, aproximarme cuidadosamente a los testimonios, dejar que pasen por mi cuerpo de algún modo sus experiencias, ¿cómo aproximarse a un relato hecho desde el borde de la experiencia, al punto en que parece aniquilarse la posibilidad misma de la experiencia?

Me sorprende la modalidad particular de mi experiencia de lectura de estos relatos. Aún cuando el informe del Grupo de Memoria Histórica “¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad” presenta los testimonios en un contexto de documentación y análisis, esta vez la lectura difiere de otras experiencias de lectura. Si bien es cierto que parece acercarse más a la experiencia de la lectura de textos literarios, me sorprende sobre todo encontrar una diferencia tan radical con los textos filosóficos que acostumbro leer. Lo que me presentan estos relatos son huellas o indicios de sucesos que aunque ocurrieron en puntos concretos del tiempo y el espacio, dada su magnitud y su carácter ejercieron una ruptura en el tiempo y en el espacio: “'El pelao' era como si tuviera el cuerpo en la tierra y el alma en otra parte, porque él tenía la mirada perdida como no sé adónde...” (Basta ya, p. 334). 

Los límites del lenguaje son los límites del mundo. El ámbito de lo que puedo expresar con sentido, de lo que puedo comunicar corresponde o es un correlato del ámbito de lo que puedo experimentar con otros y en ese sentido podemos hablar de un mundo compartido, cohabitado. Mundo significa entonces mundo compartido, ¿por quiénes? Por aquellos que se comunican; las condiciones de habitabilidad serán entonces las condiciones de la comunicabilidad y de la experiencia. Pero compartir lingüísticamente el mundo va más allá de proferir sentencias articuladas bajo una sintaxis y semántica predeterminadas. El hecho de que lenguaje y mundo sean correlativos no implica que uno le dé articulación al otro. Tanto la experiencia como el mundo y el lenguaje requieren, para estar dotados de sentido, una forma de articulación que cumpla con unas condiciones de estabilidad y coherencia interna. De nuevo: “'El pelao' era como si tuviera el cuerpo en la tierra y el alma en otra parte, porque él tenía la mirada perdida como no sé adónde...” (Basta ya, p. 334). La presencia corporal de este muchacho, la capacidad expresiva de su mirada después de presenciar la masacre de Bojayá (2002), nos remiten al impacto de la experiencia de terror y aniquilación por vía de la violencia: la suspensión o desarticulación de su modo habitual de estar en el mundo, y con él la posibilidad de hablar de él y experimentarlo con solvencia, se pierde el anclaje en la estabilidad y coherencia recién mencionadas. No es marginal ni accidental que luego de que llegaran 'el pelao' con el 'viejito' cabizbajo y llorando con la noticia, tuvieran que esperar a que llegara gente “más despierta” para tomar la iniciativa de tratar de retirar los heridos. La experiencia en carne propia de estos actos de brutalidad y terror nos destierra del mundo, esa mirada perdida, como si estuviera perdida en otro mundo parece reflejar una especie de destierro. María Antonia, mujer wayuu, madre de Margoth, luego de ser testigo de cómo los paramilitares se llevaron a su hija y conociendo las atrocidades que ello traía consigo, “quedó muda de pena y dolor” (Basta ya, p. 332), desterrada del mundo solo en ocasiones recuperaba la consciencia para decirle a su nieta: “Esta no es mi casa ¿dónde están mis pollos? ¿dónde están mis chivos? ¿dónde están mis burros?” (Basta ya, p. 332).

Se entiende entonces el carácter monstruoso con el que los relatos describen muchas veces a los victimarios, aún con el reconocimiento su humanidad; se entiende entonces el hecho de que los perpetradores se experimentan en muchas ocasiones como seres ajenos al mundo de la vida cotidiana, como monstruos con caras desfiguradas: la tortura y el asesinato, en una palabra, el terror irrumpe de una manera tal que parece provenir de otro mundo y tener la capacidad de desarticular el propio. Las preguntas “¿por qué a nosotros? ¿por qué tuvo que pasar lo que pasó?” (Basta ya, p. 337) no son únicamente preguntas, son sobre todo indicaciones de la irracionalidad de lo que sucedió. Irracional significa aquí por fuera de la coherencia interna y estabilidad del mundo compartido: hay una impresión muy fuerte en los relatos de que los hechos ocurridos no pertenecen, ni son explicables dentro de la lógica del mundo que habitaban los vecinos y pobladores de los lugares azotados por este tipo de violencia sistemática y profunda. Claramente es posible dar una explicación sociológica, histórica y política de lo ocurrido en estas poblaciones, pero estas explicaciones no agotan las preguntas recién citadas, ni responden a la inquietud vital de quién las enuncia. Pues su enunciación se da un contexto y por una persona cuya experiencia límite, cuyo contacto con el dolor y el sufrimiento dota de un sentido distinto las palabras que componen dichas preguntas. Mi impresión es que no podemos leer estos testimonios solamente como reportes documentales de sucesos históricos y políticos. Estos relatos contienen una carga de experiencia muy particular: no solamente están cargados de emotividad y son ricos en detalles  contextuales, son relatos que nos hablan de una experiencia extraordinaria, de una experiencia límite, de un modo de ruptura o desarticulación del mundo. Las experiencias que se relatan y el modo cómo refieren y evocan una especie de no-mundo, para usar los términos de Ángela Uribe, no se agotan ni se pueden agotar en estos relatos, quedan más bien asomadas, meramente indicadas a través de ellos. La pérdida del mundo, la pérdida del lenguaje y de la posibilidad de la experiencia que está siendo expresada en los relatos queda tan solo asomada y la elocuencia de sus expresiones denota justamente algo inabarcable. 

Por eso entonces no me sorprende que me suden las manos, incluso que sienta palpitar mi corazón con mucha fuerza a medida que avanzo en la lectura; que incluso me tiemble un poco la voz y que me embargue una tristeza profunda, una sensación de desolación y de pérdida.  Esto que me hace el texto en el cuerpo y el ánimo es tan solo una pequeña resonancia de estos relatos, de estas experiencias que se asoman a través de ellos. Esto que siento es tan solo el efecto de una sensación de abismo o una pérdida que se deja entrever, que se me aproxima de una manera opaca y atenuada. Yo sigo acá en Bogotá, y saldré en un rato a tomar café con unos amigos, iré a mis clases mañana como habitualmente lo hago y procuraré mantener la estabilidad y coherencia que tienen esas experiencias para mi día tras día. Debo confesar que me cuesta trabajo pensarlo, imaginarme continuando mi vida como si esta lectura no hubiera pasado por mi. La lectura de estos relatos removió un poco la estabilidad y fluidez con la que me muevo día a día. Me abruma pensar cómo lo que puede presentarse para mi de la magnitud de esta desarticulación del mundo, de su pérdida por parte de las víctimas, es tan solo una pequeña punta de un gigantesco iceberg bajo el océano; o la sensación de una ligera vibración que a miles de kilómetros de distancia fue un devastador tsunami. 

Diana Acevedo
La Soledad, Bogotá
Abril de 2015

Meditación, Andrés Felipe Urrego

Narrativa del dolor:
Del dolor como afecto, del recuerdo del dolor y del dolor como afecto narrativo
-Meditación, texto performativo-

A propósito del informe del Centro de Memoria Histórica "¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad", Cap. V. Las memorias de los sobrevivientes.

He realizado algunas lecturas y me han suscitado una pregunta que no logro concretar, quiero saber cómo puede recordarse el dolor. Haré una revisión de mis opiniones y de las posibilidades a las que me pueden llevar. Al preguntarme por el recuerdo tengo que remitirme a algo que parece ser un ejercicio meramente mental, pero si me pregunto por una experiencia de dolor no puedo despojarme de mi cuerpo pues tengo creo intuir que el dolor tiene que ver con lo perceptible y el cuerpo es el medio para ello. Aunque me encuentre en soledad y en silencio, debo analizar también lo que percibo y con lo que percibo; mi cuerpo está inmerso en la meditación.

Cuando pienso en el dolor lo puedo tomar en dos sentidos con los que comúnmente se usa el concepto. Primero, cuando me duele una parte del cuerpo por una acción que generó el dolor; de esta manera, por ejemplo, si golpeo mi mano contra la pared que tengo en frente, quedará la sensación de dolor tras realizar esta acción; o si me quito las gafas y sigo escribiendo sin ellas, tendré una sensación en mis ojos a la que también llamaré dolor. El segundo sentido en que se suele tomar lo doloroso es cuando una situación que no toca directamente mi cuerpo y considero grave, me causa un impacto tal que digo que me genera dolor; por ejemplo, si un ser querido muriera me generaría una tristeza tal que digo que duele. Pero ahora que pienso en estas dos posibilidades, veo que hay factores comunes entre ambas y se puede derivar un sentido unificado, claro está, con posibilidades de experimentarlo de diferentes maneras. El tema me suscita la distinción entre afecto y afección que hace Spinoza, y es que en ambos sentidos en los que tomo al concepto en cuestión he sido afectado por algo exterior, esta afección genera un afecto, es decir se crea un sentimiento en mí al que llamo dolor. Este afecto crea una disposición en mí frente al mismo, tanto corporal como mentalmente. Podría decirse que en la segunda posibilidad, el dolor no toca al cuerpo, pero si se revisan de cerca esas situaciones, lo que se siente no es una mera disposición psicológica, por ejemplo, por la ausencia del ser querido se dice que hay dolor porque el cuerpo enferma y siente la situación, hay sensaciones corporales que mantienen presente tal ausencia, como una especie de vacío, algo que se escapa a los conceptos y sólo es posible sentir. Esto me lleva a plantear una respuesta a la pregunta inicial, si lo que queda es un afecto de una afección que vivencié, el dolor se recuerda cuando de alguna manera recreo aquello por lo que fui afectado. Así por ejemplo, si miro la pared y la relaciono con mi mano y con cómo se golpeó, pienso en el dolor que esto me generó; otra forma de recrearlo es ver una cicatriz que pudo haber dejado tal afección, si pienso en mi mano enrojecida recuerdo la situación que propició esto. O si un ser querido está ausente y pienso en los momentos que compartíamos y la cotidianidad en la que vivíamos, el afecto de dolor se está recreando. Con este último ejemplo queda una posibilidad que abre más incógnitas, al recrear el afecto se está volviendo a sentir, en esta medida, recordar el dolor sería volver a sentirlo; y si bien la afección está siempre presente, el dolor también lo está. Volviendo al ejemplo, la constante presencia de la afección se manifiesta en la ausencia del ser querido y la irrupción de la cotidianidad que con él se tenía, que si se pone en paralelo con el ejemplo de mi mano, podrían tomarse como cicatrices. Se recuerda la afección y la misma lo afecta constantemente. Dije que el afecto hace que yo tenga una disposición frente al mismo, es decir, la manera en que soy en el mundo es diferente a la cotidiana cuando he sido afectado y tengo dolor, si me duele la cabeza, no me concentraré bien en mis tareas, por ejemplo. Pero si el dolor es constante e imparable, la manera en que soy en el mundo estaría siempre fuera de toda cotidianidad porque siempre la inestabilidad del dolor estaría sobre mí afectándome. 

Es complicado el hecho de que sea posible encontrarse con un dolor constante, porque yo no lo he sentido, llego a esos ejemplos porque es un ejercicio mental que puedo hacer, me es posible imaginar la vida sin un ser querido y el dolor que esto dejaría, pero aun de esta manera no me es posible sentir aquel dolor constante, sólo me imagino el efecto doloroso pero no puedo hacer una descripción más detallada porque mi disposición frente al mundo sigue siendo la misma, mi cuerpo no siente aquella ausencia constante, sólo llego a suponer el afecto del instante. Tengo que volver a la afirmación de que con el afecto la manera en que me soy en el mundo es diferente, de esto se sigue que el dolor en tanto afecto se exterioriza, me relaciono con lo exterior a mí de otra manera. Ahora bien, es posible que yo pueda acercarme a la experiencia del dolor constante por la forma en que otros la exteriorizan. Pero hay maneras de exteriorizar el afecto, unas más explícitas que otras, por ejemplo, la cicatriz que queda en mi mano tras golpearla con la pared puede ser evidente, así como mi queja en el instante del dolor, o una actitud apática que me haya quedado de ello. Pero si pienso en el dolor que puede generar la ausencia del ser querido es más complicado, se puede llorar, se puede tener cierta actitud, etc., pero al ser un dolor constante la exteriorización puede ser poco evidente para otro que ya me concibe con ella cotidianamente. Por lo menos en principio puedo deducir algo, y es que el afecto al exteriorizarse dice algo, las maneras de exteriorización son diversas y comunes entre diversos afectos, si no soy quien lo siente intento comprender lo sucedido; deduzco de lo anterior que la exteriorización del afecto es una narración interpretar. Según esto, entiendo por narración algo que me cuenta un suceso que causó determinado sentimiento, es decir, lo que se narra es la afección que generó el afecto.

Cuando la exteriorización es poco evidente busco formas en las que tanto la afección como el afecto son expresadas, esto es desde la voz de quien ha sido afectado. Cuando el otro me cuenta de manera explícita lo que sucedió tengo mayor cercanía con aquella afección. Así, vale traer a colación las lecturas que me hicieron pensar en las nociones que ya he tratado; revisé algunos relatos de víctimas del conflicto armado en Colombia, al hacerlo me di cuenta que cuando interpreto la narración me siento afectado por ella y así como sucedió con los primeros ejemplos, la forma de relacionarme con el mundo también cambia, y se crea en mí la necesidad de reaccionar frente al afecto. Decía que se recuerda cuando se recrea de alguna manera la afección, la narración del otro es un acto de recuerdo suyo que me comparte (así sea indirectamente). Estas narraciones que se quieren explicitar, no son sólo de manera escrita o hablada, también puede ser fotográfica, grabada, etc. Ver la foto de una de las víctimas que cuenta su relato también dice algo sobre su afecto, hay aspectos que se pueden interpretar de ella (no necesariamente conceptualizables). La narración como exteriorización del afecto es una forma de recordar de manera más intensa1 la afección, pero no implica que sea la única, en los relatos de las víctimas se muestra por ejemplo, que el hecho de volver al lugar en que ocurrió una masacre hace que el dolor se sienta de forma más intensa. Esto me dice que estos lugares también narran sobre el afecto, quizás de una manera más simbólica. 

De lo anterior hay un aspecto que no traté en mis reflexiones anteriores, cuando está presente el afecto parece haber una necesidad de reaccionar frente a él, si este genera más molestia que agrado hay un esfuerzo porque el mismo cese. Ahora bien si me siento afectado por la narración que el otro me relata quiero intentar que su dolor cese o por lo menos que tal suceso que le generó no se repita. Me apropio del relato del otro en un intento por sentir su afecto, en un intento de afectarme en tanto otro; aunque no podré llegar a eso porque no soy ese otro, el relato permite que yo me afecte por él, vuelva sobre mí y narre mi afecto, y además, hace que ponga la manera en que me relaciono con el mundo en contraste con aquella que me narran. Esta manera en que yo me relaciono con el mundo, es mi vida; el que el otro me relate su afecto, implica un examen de mi vida. De esta manera, por ejemplo, al leer los relatos de las víctimas me pregunto qué podría hacer yo frente a esto, antes de responder quiero analizar más aspectos.  

Algo que sucede es que no todos pueden ser afectados por la narración del otro. Los mismos relatos del conflicto lo dejan en evidencia. Agentes del conflicto como paramilitares, guerrilleros, o el mismo ejército no se interesan por el afecto de le víctima, no se sienten afectados por él ni quieren que este cese, de hecho, lo provocan; hay agentes que generan el dolor y parecen no ser conscientes del daño que esto implica, porque son incapaces de afectarse por el otro; pienso ahora en Hannah Arendt, podría decirse que estos agentes simplemente son incapaces de pensar, de examinar la vida, son como autómatas que siguen órdenes. Esto me ayuda a responder la pregunta sobre mi posible reacción frente al afecto que me generó el relato de las víctimas. Pienso en el rol de la filosofía como algo que posibilita el autoexamen y brinda condiciones para la vida en común, esto es, de poder afectarme por el otro, la narración me hace volver sobre mí y me hace pensar que tengo una responsabilidad en tanto ciudadano y parte de una comunidad. Que por ello soy agente del conflicto, que mi formación en filosofía tiene fines formativos, formación para el pensar, para evitar ese no afectarse; lo que implica replantear la forma en que se entiende la enseñanza de la filosofía, o por lo menos sus puntos de partida, que tradicionalmente suelen ser mera repetición de ideas y conceptos. Finalmente creo que es importante rememorar hechos como los sucedidos en medio del conflicto armado para que nos afectemos por ellos y reaccionemos de alguna manera, para evitar ese afecto molesto que llamo dolor y para reconocer que hay quienes lo tienen presente de manera permanente.