lunes, 30 de marzo de 2015

Ensayo, Steven Castañeda

LUCRECIO. De rerum natura
________________________________________________________________________________
PRIMEROS PRINCIPIOS Y ATOMISMO  

En un primer momento, vemos que para Lucrecio es de vital importancia aquél impulso potenciador y emanador de todas las cosas. Pues esto lo vemos reflejado en el puro alabamiento que atribuye a la fuerza de la atracción o del amor, representada en la diosa Venus. Y ¿no es este impulso aquella fuerza que mueve todas las cosas? Acaso sea ese impulso el motor mismo que inspira al filósofo a darle la bienvenida a su discurso poético. Pues se puede notar como es un canto a la vida, y a todo lo que gira en torno a ella en un principio bastante poético y luego más teórico. Quizá por ello las referencias terrenales, como por ejemplo el testimonio de las aves que cantan porque sienten tal fuerza en su interior, y aún más, cantan porque le dan la bienvenida a Venus, a tal fuerza divina, a la que mueve, a la que hace cambiar y mudar las cosas, a la que las hace emerger de la oscuridad. Posiblemente por ello, el canto y el poema mismo y las manifestaciones de la naturaleza en general, sea un síntoma o una expresión de afirmación terrena de la existencia. Podemos decir que en ello se vislumbra un primer vestigio de inmanencia, de sustancialidad en la naturaleza misma y no en una dimensión trascendente. Pues parece que se atiende al hecho de afirmarse, mantenerse y ser uno con los principios de la naturaleza, a pesar de ser esta propuesta, como todo, una percepción filosófica más. Vemos la insistencia en la captación de la diosa Venus, presente en cada manifestación de la naturaleza. Por más alejado que pueda sentirse el hombre o quien quiera que se sea, este fluirá y permanecerá en “Venus”. Pero por la misma razón que Epicuro le reprochaba a la gente su exaltada creencia a los dioses, creemos aquí que aquella oda a la diosa, es a un ímpetu o potencia más mundana y por ello, se ha hablado aquí con tal énfasis. Se entiende entonces, que la negación o mejor aún, indiferencia a los dioses, indica acaso la afirmación a las fuerzas de la naturaleza.
Así empezamos trayendo a colación el primer motor que para el filósofo mueve y rige de manera vital todas las cosas. Con ello tenemos como muestra de aquél elemento primigenio, y a la producción como efecto dinámico de todas las cosas, como aspecto de la generación de todo lo que existe y ocupa espacio. Por tanto, si se tiene en cuenta aquel principio, se verá que tal dinamismo no acaba nunca y que solo renueva. Pues de nada no puede llegar a ser nada, y de la esencia de tal dinamismo se mantiene un ciclo en el cual se destruyen y se regeneran las cosas. Esto, puesto que a cada ser, en su materialidad al cumplir con sus etapas de vida y posteriormente morir o desvanecerse, algo le subyace de vida, o de permanencia, y tal cosa es suficiente para la recreación de su especificidad. Por ello nos indica Lucrecio: “Porque si se produjeran a partir de nada (las cosas), de cualquier ser podría nacer cualquier linaje, nada necesitaría simiente” (I, 155). Luego vemos que es en aquella simiente que el filósofo quiere reafirmar en el dinamismo de la existencia de las cosas, de la naturaleza. Con esto queda claro que aquella simiente o semilla posee una especificidad, una singularidad, y con ello lo que queda al momento de su desarrollo es el proceso por el cual se manifiesta su naturaleza misma. Vemos también que, por la misma peculiaridad de lo que es cada cosa, posee un desenlace, pues insiste el filósofo en que si algo proviniera de la nada, el plazo de su duración seria incierto y por ello, arbitrario.
Con lo indicado anteriormente, se indica ya la permanencia de la materia en todo lo perceptible. O por lo menos en casos críticos, una parte mínima de esta. Así la afirmación eterna de las cosas por causa de la misma naturaleza que “no quiere” que nada perezca, sino que las cosas en su particularidad, se dispersen y engendren de alguna manera su continuidad en el tiempo. Y así puede verse ¿no? Pues a pesar de que las criaturas en su individualidad perecen, ¿no continúa su especie ganándole la batalla a la muerte y a la extinción? Luego, el tiempo a pesar de su infinitud, no logra acabar con la finitud de los seres.
Ya con eso, el filósofo nos introduce en el atomismo y en sus respectivos procesos. Procesos que rigen los cambios  y las transformaciones de la materia, su separabilidad y su predictible unión para su perfecta continuidad… “La naturaleza no consiente que se engendre ningún ser, si no se ve favorecido por la muerte de otro” (I, 260).
Aquellas partículas que cumplen con la labor de hacer cambiar y con el tiempo reconfigurar las cosas, se llaman corpúsculos, y para tal efecto, su actuación es invisible para los ojos humanos. De ahí que la naturaleza actúe y oculte sus designios, por lo menos, como ya se indicó, para los seres humanos. Aquellos corpúsculos, sin embargo no podrían actuar si no existiera el vacío. Pues este último es condición del movimiento de los primeros. Con esto tenemos que, por fuerza, un cuerpo se mueve y opone resistencia, pero jamás lograría aquello, si no tuviera aquel “espacio” por donde moverse. Y aquí se capta también la separación de los cuerpos, que siguiendo a tal lógica, no podría moverse uno, si no estuviera separado del otro. 
Ahora bien, si tenemos tales dos principios, como testigo y medida de todas las cosas, se puede inferir que no hay más aspectos condicionales para que algo exista. Y esto lo reivindicamos, por lo que no se podría imaginar algo separado de un cuerpo o algo diferente de vacío. Con esto nos indica el filósofo: “Y en efecto, cualquier cosa que nombre, o hallarás que es atributo de tales dos realidades o cosas, o veras que es su resultado” (I, 400).
Y con esto podemos ir vislumbrando la conclusión. Todo lo perceptible no es más que el juego entre aquellos dos principios. La conexión de la materia se produce por  el encierro del vacío, y su separación por la intromisión de este último. A causa de esto, la materia es quebradiza, y ha de dar paso a su recreación o regeneración en nuevas formas. Así por ejemplo, se entiende al tiempo como algo propio del movimiento de los cuerpos, como una cualidad, ya que sin que nosotros podamos captar el mismo movimiento y el cambio que proporciona, sin poder entrever aquel elemento primordial, no entenderíamos lo que el tiempo significa. Por ende cualquier atributo que se reivindique como posiblemente alejado de tales principios, ha de analizarse detenidamente, para luego ver que su fundamento no es más que aquel juego de causas primeras o principios terrenos de lo existente.

BIBLIOGRAFÍA
LUCRECIO (1995). La Naturaleza (Francisco Socas, Trad.). Madrid: Gredos. 2003.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario