miércoles, 28 de septiembre de 2016

Meditación cartesiana, Diana Acevedo

Desconfío de mi cuerpo, desconfío de todo, desconfío de mis sentidos y aquello que dicen sobre mi, sobre quién soy y dónde estoy en este momento. Me sumerjo en las profundidades de un pantano sin fondo, no sé qué soy, no sé qué me pertenece, me he despojado de aquello que antes me atribuía desprevenidamente. Si lo que me rodea es falsedad, arenas movedizas, ¿qué hay?, ¿qué existe de manera cierta y evidente? He lanzado la duda como una red sobre el mundo esperando que una certeza muerda el anzuelo. Si esta esperanza es defraudada, todo estará perdido.

Resulta que yo puedo ser autora de mis pensamientos, sensaciones e imágenes, a la manera de ilusiones o ficciones que se representan en el teatro de la vida. Y aún si es ese es el caso, seguiré siendo yo la autora de las ficciones, de lo que se sigue que yo debo ser algo. Una confianza subrepticia se ha mostrado como un polizonte en esta empresa: confío en que de la falsedad de los pensamientos que experimento y produzco no se sigue que yo no exista; más aún, se puede concluir que necesariamente yo, que los pienso, siento e imagino, existo.

¡Qué capacidad soberana posee mi pensamiento para producir por sí solo tales elucubraciones! ¡Qué poder profundo heredé de las diosas para ser yo la autora de todo lo que encuentro en mi pensamiento!

He confiado en las razones que se siguen y se repelen por cuenta de su propia naturaleza, he confiado al decir "se sigue" que yo existo necesariamente ahora. ¿Puedo dudar de que yo existo necesariamente aún si nada de lo que pienso, siento e imagino existe? Solo si hubiera concedido la locura en mi anterior meditación, solo si hubiera concedido ser yo como aquellos que llamé insensatos.

Más me embarga la inquietud de haber llegado a una verdad vacía, pues ¿qué es esto que soy yo, que necesariamente existe cuando lo pienso? Se me escapa la certeza una y otra vez, no puedo confiar en mi memoria. Tengo que volver de nuevo a la sentencia "yo soy, yo existo si estoy pensando ahora", no importa qué estoy pensando, no importa hacia qué puerto oscuro se dirige mi pensamiento.

¿Por qué poder magnífico el pensamiento, como acto realizable por mi en el tiempo, me concede existencia? ¿Le concederá existencia a otras y otros? No podré saberlo. La condición de esta certeza es haber abandonado por el artificio de la meditación y de la duda el mundo que me ofrece mi cuerpo; el mundo que comparto con infinitos seres diversos. Lo he dejado en suspenso por presentarse oscuro y confuso. La búsqueda de claridad y certeza me ha llevado a desprenderme del contenido de todas mi actividad anímica. He desembarcado en la actividad pura, en el puro fluir de la misma. Pero el carácter de dicha actividad, su naturaleza, se me revela como un misterio... La pregunta ¿qué significa pensar? tropieza con un muro. Desprovista de todo contenido la actividad está vacía. Pues, ¿a qué categorías acudiré para explicarla, para responder qué es, si me he deshecho de todo, si no he conservado nada a lo que pueda aferrarme en medio de este pantano? "Nada se presenta, me fatigo en vano repitiendo lo mismo".

Tema: Descartes, Meditaciones metafísicas, meditación segunda, primera parte.

martes, 27 de septiembre de 2016

Discurso, Bayron Giral


Paradojas sobre el movimiento: lo uno y lo múltiple.

Ciudadanos de Grecia, me pregunto: ¿por qué aceptamos como cierto que en el mundo haya muchas cosas? y ¿por qué aceptamos que hay movimiento? Pues, nos encontramos en el mundo con cosas continuas, limitadas o ilimitadas, pero ¿cómo es posible que exista unidad entre ellas si pueden ser divisibles?

Si aceptamos que hay muchas cosas, son tantas cuantas son, o sea que podemos contarlas. Sin embargo, entre una misma cosa hay continuidad porque conforma una unidad, pero también existen cosas de género distinto que permiten diferenciar entre una u otra cosa, cuando están en sucesión. Así pues, las cosas divisibles tienen extremos que limitan con otra cosa distinta, pero entre una cosa y otra siempre hay algo divisible, y entre esa cosa y otra también y así se podría llegar al infinito, a no ser que hubiera algo indivisible. Pero, si las cosas se pueden dividir hasta el infinito, ¿no podríamos decir que no hay nada? Pues, si las cosas no tienen magnitud no existen; o, ¿no sería mejor decir que solo hay una cosa? Sin embargo, si solo hay una cosa, ¿no está compuesta de partes divisibles? Entonces, si las cosas son separables siempre hay otra cosa que es separable y así sucesivamente. Si una cosa existe y tiene magnitud es infinita porque si fuera ilimitada carecería de magnitud por no tener extensión ni continuidad y por ende no existiría.

Teniendo en cuenta esto, surgen varias cuestiones sobre el movimiento. Resulta que, ni el velocísimo Aquiles sería capaz de alcanzar a una lenta tortuga, si le da ventaja al iniciar una carrera, pues él tendría que recorrer infinitos antes de alcanzarla. Así, si se puede dividir la magnitud infinitamente, un corredor debería recorrer infinitos puntos para llegar a la meta. Entonces, lo paradoja está entre la infinitud de la división y distancia finita o el tiempo finito. Por otra parte, qué pasa si el movimiento solo es la consecución de las posiciones de un objeto en el tiempo, pues los objetos son los mismos pero hay una variación de posición. Podríamos decir que cuando lanzamos una flecha, esta no cambia sino que se puede mirar el lugar en que se encuentra en determinado tiempo.

Con estas reflexiones, ¿podrían pensar que estoy en contra de la existencia del movimiento, o de que exista lo uno? Por ahora les respondo: no me importa profesar dogmas, prefiero inmortalizar problemas.
Tema: Zenón de Elea, Fragmentos. Aristóteles, Física, VI, 1-2; 9.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Diálogo, Andrés Atehortúa


Charla acerca del cambio

-Eliecer: Mija, imagínate que me dieron en la empresa unas boletas para ir a unas actividades de recreación. Me dijeron que va a haber música, aeróbicos, baile y deportes de esparcimiento. Pero yo no sé si a Paola le den ganas de ir con nosotros. ¿Tú qué crees? ¿Será que ella se anima? Porque de Carolina no tengo problema y sé que ella si va.

-Ana: Hay mi vida, pues la verdad que yo no sé. Ella es una muchacha tan rara.

-Eliecer: Si, esa niña en vez de estarse moviendo y gozando la juventud se la pasa sólo leyendo y encerrada en la pieza, vaya uno a saber qué es lo que hace allá adentro. Qué mamera que uno en esta casa nunca pueda hacer una actividad en familia.

-Ana: Pero tenle un poco de paciencia, yo me acuerdo que a su edad a mí tampoco me gustaba salir mucho y eso no significaba que fuera una haragana. Lo que pasa es que yo sentía que toda mi energía y todo lo que podía lograr debía estar en reposo para más adelante invirtiéndolo en llegar a ser lo que yo quería.

-Eliecer: Cómo así, no te entiendo.

-Ana: Sí amor, me refiero a que en esa época yo soñaba con ser pintora y aunque se decía que en mi familia había tradición de pintores y dibujantes, cuando decidí empezar a dibujar aun no era, por lo menos, una dibujante decente y sentía que en ese momento estaba sentenciada a no ser lo que quería. Entonces por eso decidí que aunque no fuera ya la gran dibujante, para luego ser la pintora que quería ser, intentarlo, y que mi actualidad no iba a determinar el no ser pintora en algún momento de mi vida y por eso me encerré en mi pieza a practicar y practicar.

-Eliecer: Claro, y soy consciente de que el hecho de que tu estés en una situación que parece inmodificable, eso solo pasa en un presente y el futuro puede cambiar para que seas algo que antes no eras. Pero es que a veces yo veo a Paola tan tranquila, que no valora el tiempo cultivándose de mejor manera, además que no valora compartir momentos con nosotros.

En ese momento entra Carolina cantando y simulando unos pasos de dance hall.

-Eliecer: En cambio mira a Carito, mantiene tan feliz, como goza y es una buena deportista.

-Ana: Pero es que todo cambia de alguna manera, y aunque no quisiera, muchas cosas de Carolina pueden cambiar y otras… pues se van a mantener aunque para mí ella seguirá siendo Carolina, solo que más grande y más estudiada. Y eso también va a pasar con Paola. Ella seguirá siendo Paola solo que con unos cambios. Inclusive yo era así -como Paola- cuando chiquita: callada, más bien quietica, pero eso no significaba para mí que no estuviera moviéndome y siendo laboriosa. Y luego hubo un cambio y me volví más activa, pero igual yo me sentía la misma, así mis papás no lo vieran porque ellos veían las cosas de otra manera.

-Eliecer: Sí, pero también hay que tener en cuenta que uno debe confiar en sus observaciones y muchas veces ellas tienen la razón cuando se trata de ver gente que no cambia, es como si fueran uno para toda la vida. Y con esa actitud de Paola parece ser que lo que la gente es nunca puede cambiar, y a ella la veo tan cómoda que eso ratifica mi posición frente a ella.

-Ana: Y ¿a qué posición te refieres?

-Eliecer: Pues sí mija, me refiero a que hay gente que con ayuda de la comodidad se quedan en lo que son y más si vienen de una condición de largo tiempo, es como si no existiera posibilidad de cambio.

-Ana: Pero eso sería negar el cambio y el hecho de que en nosotros se dan constantemente situaciones contrarias que nos obligan a decidir, como si esos contrarios fueran unos principios para conservar o cambiar lo que somos.

Se acerca a ellos Carolina con una amplia sonrisa.

-Carolina: Y ahora por qué están peleando.

-Ana: No mi amor no estamos peleando, lo que pasa es que a tu papá le disgusta mucho que Paola nunca se integre en los planes que hacemos, y yo la estoy defendiendo porque yo sé que lo que él piensa, de que ella no se mueve casi y que no va a cambiar, es un poco apresurado para una persona tan joven.

-Carolina: Pues mami, a mi Paola siempre me ha parecido medio rara. Un poco aburrida para mí gusto. Pero ¡que se le puede hacer! todas las personas son distintas en muchas cosas, pero por eso no dejan de ser personas. Y ante todo personas agradables, solo que de otra forma.

-Eliecer: ¡Ah! ¡Tú también te le vas a unir a tu mamá y justificar la pereza de tu hermana!

-Carolina: No papi, no es eso, lo que pasa es que no se puede concluir algo partiendo de suposiciones que tomamos como verdaderas. Porque yo me he dado cuenta de que a veces juzgamos las partes por el todo y al todo lo confundimos con partes o aspectos que no definen los asuntos en cuestión como si fueran los más importantes.

-Eliecer: ¿O sea que me estás diciendo que no sé ver las cosas por sus propiedades reales?

-Carolina: No papi, qué pena, no es que yo lo esté poniendo así. Solamente digo que a veces uno confunde algunas características como si en efecto fueran la persona. Y eso parece que sucediera en casi todo. De hecho, ¿te acuerdas que cuando yo estaba en transición tú me regañabas por pintar el cielo naranja con rojo y mi mami me defendía diciendo que el cielo tiene muchos colores?

-Eliecer: Sí me acuerdo de eso. Pero es que ¿cuándo de verdad has visto un cielo naranja con rojo?

-Ana: Pero es que Eliecer, en un atardecer en verano los matices del cielo varían desde un azul índigo, pasando por el gris de unas tímidas nubes hasta llegar al amarillo dorado del sol poniente, dando al final un rosado cercano al rojo donde el cielo parece fundirse con la tierra. Y no por eso el cielo deja de ser cielo.

-Carolina: SÍ… SÍ, eso es lo que yo quiero decir, porque aunque la experiencia nos muestre que la base de color del cielo en un día sin nubes es azul. No hay que desconocer que en determinados momentos su color cambia.

-Eliecer: Tal vez las dos tengan razón en decir que hay cosas que aunque cambien en algo, su base o lo que es se mantiene. Pero es que hay características que son tan propias en muchas personas y cosas que si ellas desaparecieran desaparecería la persona o la cosa.

-Ana: Tal vez estés en lo cierto, más aun cuando todo este problema pareciera recaer en la manera como hablamos y nos referimos a los seres que hay por ahí. Pero creo que el problema es que estás pensando que existe una sola manera de definir y por la cual podemos entender a alguien o a algo, y quizá ese sea el error. Estás pensando que puede haber una sola manera de definir a la gente, y en ese error estas cayendo al anticiparte sobre Paola. Porque yo no creo que ella se puede definir solamente como una niña apática y aburrida o perezosa. Y pienso que se puede decir sobre alguien muchas cosas para definirla.

-Eliecer: ¿Entonces me estas queriendo decir que existen maneras casi hasta llegar al infinito de definir o conocer a alguien?

-Ana: No, me refiero a que existen varias maneras y eso no significa un número infinito, pues una cosa es ser muchos o varios y otra es infinito. Además si algo fuera infinito en características las definiciones serían tan variadas que nadie podría conocer realmente, porque ¿quién tiene la razón?

-Carolina: Está discusión no llegará a ninguna parte, y yo sin haber estado desde el comienzo ya me estoy aburriendo. Por eso yo prefiero que los hechos hablen. Papi más bien espera un poquito y yo habló por la tarde con Paola y le digo lo de las boletas, yo sé que puedo animarla a salir, porque sé que en el fondo ella no es solamente lo que nosotros creemos de ella, sino mas bien, alguien que se muestra de muchas formas y no por eso va a dejar de ser tu hija y mi hermana mayor.

-Eliecer: Pues la verdad lo dudo, pero yo ya me cansé de gastar voz diciéndole que salga con nosotros, entonces ahí les dejo ese problema y ojalá me dejen callado al mostrar que estoy equivocado sobre ella. Y es una pena porque es mi hija y la quiero como no lo pueden imaginar. Pero en la vida he aprendido a desistir cuando las armas que posees ya no dan más, y ceder el terreno a otros mejor dotados. Voy a estar arriba arreglando la fuga del baño.

-Carolina: Ánimos papi, ánimos que yo puedo animarla, ve juicioso para arriba y relájate.


Carolina sube a su cuarto, mientras Eliecer empieza a alistar las herramientas para corregir la fuga y Ana continúa arreglando unas verduras para el almuerzo. Dando por terminada la conversación. Por ahora.

Tema: Aristóteles, Física, I, 1; II, 1-7.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Carta, Diana Carolina C. Botero

Bogotá, 1 de septiembre de 2016

Estimada Lucia,

Acabo de leer un minicuento de Edward Lane llamado Bahamut. Esta pequeñísima jácara habla de la creación de la tierra, pero que ésta no se sostenía a sí misma, si no que algo, diferente a ella, lo hacía. A su vez, esto que era el sustento de la tierra era sostenido por otra cosa más. Ese es el cuento, bajo una cosa, hay otra. Pero hay algo que, podría decirse, sostiene todo lo sostenido: la oscuridad. “Pero el toro no tenía sostén y así bajo el toro creó un pez llamado Bahamut, y bajo el pez puso agua, y bajo el agua puso oscuridad, y la ciencia humana no ve más allá de ese punto”.

Luego de leer a Lane me quedé pensando sobre aquello que sostiene nuestras creencias, y si existe algo así como un principio de donde éstas parten. Hablo de las creencias, también llamadas opiniones, porque son las cosas que más se acercan a nuestras experiencias y sensaciones y pueden ser un punto de partida. Pensemos en la opinión acerca de la naturaleza, ¿qué es para nosotros esto tan cotidiano que vemos en cualquier lugar y que puede aparecer en cualquier rincón de la casa? Primero, yo diría que son variadas las maneras en las que se puede hablar de naturaleza. Se dice que hay cosas que son “por naturaleza”, como los animales, los hombres, la tierra y el agua –que nombra Lane en su cuento–, el fuego y el aire. Estas cosas que son por naturaleza son por sí mismas y no por algo más, no hay algo que las sostenga, son simples. Estas cosas que son por naturaleza también tienen un lugar natural, algo así como una dirección hacia donde tienden o se dirigen. Como en el caso del fuego que tiende hacia arriba. Además, tiene un principio interno de movimiento. Otro sentido en el cual se puede decir naturaleza es en el que las cosas “tienen naturaleza”. Por ejemplo, la cama. Ésta tiene naturaleza debido a que está hecha con madera y ésta viene de la tierra. Otro sentido de predicación de la naturaleza es “de acuerdo a la naturaleza”. En este sentido se puede hablar del desplazamiento como algo externo a la cosa misma. Externo porque el movimiento no es algo que tenga en sí mismo, sino que yo se lo proporciono a la cosa inanimada. El segundo y el tercer sentido en que se dice naturaleza corresponden a la relación, es decir, se componen por medio de una relación, ya sea naturaleza-artefacto (tienen naturaleza) o cosa inanimada-principio externo que se da de acuerdo a la naturaleza.

Espero no haberte confundido más y hasta una próxima oportunidad.

Recuerdos,

Carolina

Tema: Aristóteles, Física Libro I, 1; Libro II, 1-4, 7-9

jueves, 15 de septiembre de 2016

Carta, Astrid García

23 de Agosto de 2016

Apreciada señora Bates

Escribí esta carta con la intención de culminar algunas cuestiones que quedaron abiertas en nuestra pasada conversación, así mismo quisiera incentivarla a que sigamos en la búsqueda de repuestas. Pues si bien logré comprender algunas cosas, se dará cuenta en el desarrollo de mi carta que quedarán nuevas cuestiones por resolver. Recurro a este medio escrito para salir un poco de la escritura académica y también para sentir aquella sensación de libertad que solo una forma comunicativa como esta nos puede entregar. Espero no le moleste mi informalidad y más aún se vea motivada a practicar un poco más esta forma de escritura romántica y expresiva. 

Recuerdo bien que una de las preguntas que más rondó nuestra conversación fue la del principio de todas las cosas; tengo presente que recurrimos a todo tipo de respuestas desde biológicas hasta religiosas, pero pasamos por alto las respuestas filosóficas. En este escrito recurriré a estas (las respuestas filosóficas) de la mano de Aristóteles y su difícil problema del proyecto metafísico. No pretendo con esto resolver del todo nuestra tormentosa pregunta, pero sí pretendo esbozar nociones filosóficas que nos permitan tener otra mirada del principio de todas las cosas, además que las que ya teníamos. También me aseguraré de comentar cómo el conocimiento, la sabiduría y la ciencia tienen un papel protagónico en el camino hacia encontrar la causa primera. 

Para comenzar quisiera recordar un poco a los presocráticos, pues fueron ellos quienes hablaron de forma concreta de las causas primeras. Pues algunas de sus opiniones fueron validadas, ya sea porque hubiesen sido comúnmente admitidas o porque algún sabio respaldara esta opinión. En todo caso fueron ellos quienes instauraron una primera definición de las causas primeras. Los presocráticos pensaban que aquellos principios de todas las cosas provenían de la naturaleza material, a partir de ella estaban constituidas todas las cosas y era a partir de ella que se generaban y se descomponía, pero aun así la entidad permanecía aunque sus características cambiasen, por tanto la materia se conservaba. 

Aquellos presocráticos eran hombres llevados a buscar estas verdades por su amor a la sabiduría. Posteriormente Aristóteles hará referencia a la sabiduría como aquella ciencia que se ocupa de las causas primeras y de los principios. Y es que es cierto que el deseo del hombre por conocer es natural, pero no todo conocimiento es ciencia ni sabiduría. Pues si bien todo hombre percibe el conocimiento no todos llegan a la sabiduría. Por ejemplo, está el hombre de experiencia, que gracias a su memoria constituirá una experiencia sólida de una multitud de recuerdos, y por esto sabrá cómo actuar en casos específicos y no estará a merced del azar. También encontramos al hombre de arte (téchné) aquel que posee un saber especializado, un oficio útil que recoge un conocimiento general de determinados casos, como aquel médico que es capaz de curar a un grupo de individuos que padecen en la misma enfermedad. Hasta este punto los sentidos, la experiencia y el estudio de oficios especializados han tenido un valor de conocimiento en los hombres. Pero para Aristóteles hay un grado de conocimiento superior a los anteriores y este sería el que posee el hombre de ciencia (epistéme), su saber es teorético y está orientado al mero conocimiento. Aristóteles afirmaba que los hombres de experiencia saben el qué, el hecho, pero no el porqué, mientras los sabios conocen el por qué y las causas. Y es que este último (el sabio) debía conocer la ciencia universal en grado sumo, es decir, los primeros principios y causas de las que partían los de más principios. Cabe resaltar que estos últimos se alejan cada vez más de sus sentidos y hacen un uso juicioso de la razón. 

El filosofar en esta época era una alternativa para el hombre que quería huir de la ignorancia. Impulsado por el afán de entender los fenómenos que se le presentaban. Ver la causa primera de las cosas era el afán del sabio, más que conocer al detalle cada cosa que constituía la realidad. Conocer el bien supremo de la naturaleza en su totalidad era tarea del sabio. Por lo anterior, aquellos hombres que se maravillaban ante lo que desconocían, eran llevados por su deseo natural de conocer a preguntarse y resolver las causas que afectan los fenómenos de su realidad, las causas que movían o dirigían estos fenómenos. Algunos como Tales de Mileto pensaban que el principio de todo era el agua, pues creía que esta era en origen de la vida y que la tierra flotaba sobre ella, todas las cosas participaban del agua por tanto se podía explicar la humedad de muchas cosas, como alimentos y semillas. Otros como Anaxímenes de Mileto pensaban que el origen de todo residía en el aire, pues lo rodeaba todo y sin este no habría respiración, por tanto no habría vida. Decía que era gracias a los estados de rarefacción y condensación del aire que las cosas aparecían. En el caso de Heráclito de Éfeso el fuego fue el elemento primario por transmitir su inestabilidad a la realidad, pues esta última está en un cambio constante. Que todo se mueve y las cosas están en continuo devenir afirmaba Heráclito. Posteriormente Empédocles afirmó que lo principios eran cuatro (agua, aire, fuego, tierra) y que siempre permanecían, y su reunión o separación era el único cambio, no se generaban ni destruían. Tal vez uno de los hombres de esta época que más se acercó para Aristóteles a las causas primeras fue Anaxágoras de Clazómene, pues él pensaba que los principios eran múltiples, pues casi todas las cosas formadas de partes semejantes, no están sujetas, como se ve en el agua y el fuego, a otra producción ni a otra destrucción que la agregación o la separación; es decir, no nacen ni perecen, sino que subsisten eternamente.

Después de todo lo anterior aquellos filósofos, ahora denominados presocráticos, se vieron llevados a buscar la causa que reunía o separaba aquellos elementos. Pues si bien era cierto que todo se movía en pro de su aglomeración o escases, ¿cuál será esta causa anterior que intervenía en el cambio y movimiento de todas las cosas? Aquello de donde procede el inicio del movimiento, la causa originadora de este será nuestra nueva pregunta, querida señora. El fin por el que se mueven las cosas, el por qué y el para qué, la causa del orden. Pues se hace evidente que respondiendo estas preguntas a la vez responderemos cuál es la causa o el principio de todas las cosas que son.

Ahora bien mi admirable señora Bates, le propongo estudie esto con detenimiento y me dé su opinión, estaría encantada de leer cuáles son sus dudas sobre lo que expuesto hoy, quisiera saber si algo de este pensamiento le molesta o le es afín. Pues como bien sabe lo que más aprecio de nuestra distante relación son los momentos en los que dialogamos en pro de adquirir conocimiento. Espero se vea motivada y aún más inducida a seguir investigando sobre este fenómeno. 

Quedo atenta a su pronta respuesta.

Con gran aprecio.

ASTRID

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Carta, Diana Carolina C. Botero


Bogotá, 25 de agosto de 2016

Estimada Lucía:

Últimamente me he estado preguntado cómo es que se genera el conocimiento. Si hago un recuento de cómo he aprendido lo que sé (o creo saber), me encuentro con que ha sido a través de mis canales sensitivos. Por ejemplo, ¿cómo aprendí a hablar? No lo recuerdo, pero lo sé porque lo he visto en otros seres. En la experiencia, cada ser humano escucha hablar un idioma y ese es el que aprende como lengua materna. Entonces, me parece Lucía que las sensaciones van ligadas a la experiencia.

En nuestras anteriores misivas sobre el tema te pregunté ¿cuál era, de los sentidos, el que más apreciabas? Para ti la vista es el sentido más importante y llegamos a la conclusión de que es común escuchar decir a la gente que ¡ama sus ojos! Pues estos hacen que conozcan más y, además, les muestran muchas cosas y diferencias. Yo me uniría a ese grupo de personas.

Volviendo al tema del conocimiento por medio de la experiencia, he pensado que existen grados de conocimiento. Pues, como ya te he escrito, creo que aprendí primero por medio de mis sentidos. No recuerdo cómo fue que aprendí a hablar, sólo que sé que mi idioma materno es el español y que esto se debe a que, desde pequeña, me familiaricé con él.

El conocimiento debe ser universal, pero también debe tener en cuenta la experiencia o contenido singular para no errar, por ejemplo, en la curación. ¿Recuerdas esa noche que tuve un fuerte dolor en el abdomen y me diste una tableta de hioscina con la cual me sentí peor, pero que tú decías que a ti te había servido muchísimo para el mismo dolor? Pues, a eso es a lo que me refiero cuando digo que el conocimiento debe ser universal, pero a la vez particular, pues la misma tableta que a ti te alivió a mí no me hizo el mismo efecto. Entonces sí habrían grados de conocimiento: uno, la sensación; dos, la experiencia; tres, el arte (techné) y; cuarto la ciencia (episteme). Estos niveles del saber irían de menor a mayor, pues los que poseen experiencia son más sabios que los que poseen sensación; a su vez son más sabios quienes poseen la técnica que quienes solo poseen experiencia y, por último, quienes acceden al conocimiento de la ciencia, más sabios y autónomos que los demás. Estos grados también van desde lo más cotidiano, es decir, desde la experiencia inmediata a la esfera de los conceptos o del conocimiento teórico. Entonces, el sabio más sabio es quien alcanza las cosas más difíciles de conocer y es más exacto respecto de las causas; además, se escoge a sí mismo y no en función de alguna utilidad y le están subordinados los demás saberes.

Lucía, para ti tus ojos son muy apreciados, tal vez es que comprendes viendo o eres muy curiosa y deseas llenar un vacío de ver solo por ver. El ver nos proporciona un comprender, por eso dice también la gente “hasta no ver no creer”. Cuando comprendemos es cuando podemos orientarnos en el mundo, como cuando aprendemos a hablar y luego aprendemos las reglas gramaticales del español para poder escribir una carta y ser entendidos. Es por lo anterior que puede decirse que el comprender es algo anterior a lo teórico. Y, al develar lo oculto en el mundo, nos descubrirnos a nosotros mismos.

Los grados del conocimiento, que te mencioné antes, corresponden a una tendencia hacia un fin que podría llamarse perfección. El más sabio de todos, el que se encuentra con la sabiduría, posee un conocimiento más apropiado y más verdadero, pero esto solo se logra a través del esfuerzo y el trabajo, como sucede en diferentes disciplinas. Este tipo de sabio produce un saber reflexivo que ya no tiene que ver con la necesidad, pues su reflexión es libre y se desprende del diálogo y el ocio. Este último se acerca a la idea de una disponibilidad que tiene el ser humano para el pensarse, para la reflexión. Lo asumo yo como el estar inmóvil corporalmente, pero en acción en tanto que está en actividad máxima la razón.

Espero que puedas seguir ayudándome en este tema y puedas darme más luces.

Hasta pronto,

Carolina
Tema: Aritóteles, Metafísica I, 1-2.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Carta, Andrés Atehortúa


Sabiduría en la oscuridad

Hoy es otro día. Lo sé porque siento la tibieza del sol reposando en mis mejillas, eso para mí se ha convertido en certeza, como también lo es el saber que mi ventana apunta a oriente porque me enseñaron que al amanecer el sol aparece por ese punto cardinal. Esa es otra certeza. De hecho mi día comienza con tres certezas. La última es saber que amaneció porque escucho el sonido de la alarma de mi pequeño reloj. Pero más allá de esas tres certezas con las que arranca un nuevo día para mi existencia, un deseo por conocer aún me queda pendiente y creo que nunca lo podré satisfacer. ¿Cómo será aquel rayo de sol que todos los días siento en mi rostro? Y ¿cómo se verá aquel sol saliendo por el oriente detrás de los cerros que dicen están a lo lejos frente a mi ventana?

Es triste tener que vivir queriendo algo que no puede ser correspondido, sobre todo si a tu alrededor escuchas sobre muchas cosas que no basta con entenderlas sino que hay que sentirlas. Y aunque la vida se puede hacer llevadera con algunas limitaciones, y el hábito y la experiencia te garantizan los caminos más seguros para ir y regresar, a veces pareciera que no basta con memorizar los accidentes que tus pasos indican del terreno y sus aromas, queda faltando algo más para poder decir que comprendes aquello que llaman mundo. Así se piense que parte de lo que él es vive en la penumbra, esas sombras han sido tan solo obstáculos temporales para la historia de las personas. Son barreras que el tiempo en alianza con la razón, se han ido derrumbando. Sin embargo, para algunos esa oscuridad es permanente y, como es mi caso, la inmensidad y lejanía llena de lo que llaman color presente en el mundo se convierte en una omniabarcante oscuridad por donde mis ojos busquen.

Una vez escuché decir que tres cuartas partes de la vida están soportadas en la vista, es una cifra exagerada, pues en mi caso toda mi vida he estado sin ella y aun así me considero vivo. Siento y aprendo, todo en favor de conservarme. De hecho escucho mejor que muchos y casi todos los días lo confirmo. Recuerdo una ocasión en la cual mis hermanos y sus amigos discutían sobre una pieza musical. En ella, había una larga obertura de un instrumento de viento y uno de ellos, que es músico, dijo:

— A que no adivinan que instrumento es ese que está sonando. Si alguno me responde le doy un premio.

Uno de ellos respondió:

— Es un clarinete. Dijo el primero.

— No, eso es un fagot. Respondió otro con más energía

Finalmente yo, que había escuchado anteriormente ese instrumento, recordé su timbre y pude identificarlo.

— Es un oboe, dije.

Me gané diez mil pesos y gané un reconocimiento en el grupo por tener “buen oído”. No obstante, yo sabía que no era un solamente gracias a un oído agudo, que en efecto tengo, sino que logré memorizar el característico sonido melancólico e introspectivo del oboe y pude empatarlo con el nuevo sonido que escuché. Es decir, parte de ese dinero ganado se lo debo a mi memoria.

Además, puede pensarse en el imperio de lo visual para constituir afirmaciones respecto a un conocimiento acertado del mundo y su realidad. Pero mi realidad sonora, táctil, olfativa y gustativa ¿no lo es también? Voy caminando a esperar el bus y nuevas certezas me acompañan: sé que a una cuadra del paradero, en un lavadero de carros, vive una perra que ya está viejita, la he escuchado ladrar ya con un tono grave y velocidad pausada. Del mismo modo, sé que su pelo es tupido, crespo y algo áspero porque la he acariciado cuando viene a pedirme parte del pan que cargo en la maleta para las onces. Inclusive muchos temen acercársele o pasar cerca de ella porque dicen que su apariencia es intimidante ¡Vaya error! Su “realidad” y su “conocimiento” los engañan, pues en efecto ven formas, lindos colores ¡todo el mundo en su plenitud dimensional! del mismo modo se refieren con propiedad a la belleza del cielo, de un rostro o de un cuerpo. Naturalmente no puedo compartir esa emoción que los invade cuando se refieren a esas bellezas. Pero entiendo la asociación que ellos hacen de belleza con emociones agradables y placer de ver por ver, sin ningún otro interés. Sin embargo, esa primacía me recuerda la historia de un hombre llamado Narciso, que olvidó su cuerpo y el mundo por estar contemplando aquel reflejo suyo en el agua, vio una belleza, la suya, dejando atrás otras verdades que podían contener otras bellezas. Por supuesto entiendo lo que es suspenderse y dejar que exteriormente el tiempo avance. Cuando la satisfacción llega, la unidad germina y todo se hace eterno. Lo he vivido cuando algunas melodías me hacen renacer cargado de nuevas esperanzas frente a la vida.

Sin embargo, me cuesta aceptar que una buena vida sea producto de la adecuación entre lo que se ve del mundo, y se conoce gracias a ello, con lo que vemos de nosotros mismos, más que todo cuando se piensa que lo ideal de conocer tiene un correlato en una mejor manera de vivir. Aunque he de ser sincero, y decir que genera una exigua ansiedad e ilusión pensar en tener algo de lo cual se dice que “es indispensable para el conocimiento y la vida”. Tampoco es una ilusión que avance más allá del instante mismo en el que aparece y muere joven, fracasando en su intento por movilizarme hacia su materialización. En esa dirección un aliciente emerge y me digo: ¿para qué ilusionarse con algo que no tiene espacio para su realización, y si no tiene espacio para su realización para qué ilusionarse? Es difícil responder afirmativamente a esa negación de la ilusión no correspondida, ante todo cuando se piensa que una vida sin ilusión ¿cómo puede aspirar a cobrar sentido? Entonces, sentado, sintiendo el movimiento del bus, me doy cuenta de la relevancia que cobra para muchos la vista en favor de constituir experiencias y conocimiento aplicables a la vida, e ilusionado con ser un ejemplo de otra forma de conocimiento convertido en una manera de vida, me doy cuenta que mi experiencia de un mundo no visible se ha convertido en un arte, en una técnica con la cual he aprendido a vivir, expresando en ese día a día otro lado de lo que es la sabiduría práctica, oculto como la otra cara de la luna, pero presente y es el lado de la sabiduría en la oscuridad.

Tema: Aristóteles, Metafísica, I, 1-2.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Carta Ingrid Bohorquez

Para la mujer que más amo.

Querida madre, hace tiempo al igual que los hombres que iniciaron a filosofar como menciona Aristóteles en el capítulo dos del libro I de la Metafísica fui movida por la admiración (θαυμάζειν) hacia una ciencia que no es productiva. Esta admiración me permitió reconocer mi ignorancia (ἄγνοια) y huir hacia un saber en vista del conocimiento y no por alguna utilidad. Así que este reconocimiento del no saber es una posibilidad de saber más adelante, de llegar a saber. Si bien la ignorancia me atemoriza porque al parecer no tiene salida, esa sin salida misma me lleva a buscar ese saber, me lleva a saber. Pero este saber al que me dirijo, que busco no nace de la acumulación de muchos recuerdos, no es un saber de experiencias (ἐμπειρία). Tampoco el saber al que me dirijo es un arte; pues el arte se detiene en un saber hacer, que tiene como propósito satisfacer las necesidades humanas de la mejor manera. Aunque el arte (τὲχνε), es una saber que versa sobre lo universal y que comprende todos los casos de la misma índole y es más ciencia que la experiencia, no es el saber que busco. Y el arte es más ciencia que la experiencia, porque, por un lado, aquel no se detiene en consideraciones individuales, es decir, el arte de curar no se detiene en buscar una cura para un individuo sino para un grupo de individuos con la misma enfermedad. Y, por otro lado, es más ciencia porque, el arte conoce el porqué y la causa. A saber, el arte es un conocimiento universal de causas y principios a diferencia de la experiencia que es un saber individual que sabe el qué, pero no el porqué.

Si bien el arte es un conocimiento universal por causas y principios, el saber que busco es más (μãλλον) universal (καθόλου), porque siempre está dirigido a lo que es, es decir, este saber no es variable como sucede con el arte. Y es más universal, porque no tiene finalidad práctica alguna; porque lo posee la divinidad y versa sobre algo divino; porque es el saber más alejado de los sentidos; porque no se subordina a otro saber, es la única ciencia libre. Y no solo es libre en relación con otros saberes sino también es libre en relación al hombre, pues como menciona Aristóteles la sabiduría no es una posesión humana. En esto también consiste su libertad. Así la sabiduría versa en opinión de todos, sobre las primeras causas y los primeros principios. Retomando Aristóteles esta sabiduría sería lo que él denomina filosofía primera, pues se encarga de los primeros principios y primeras causas. 
Querida madre, así que al igual que para los hombres anteriores mi búsqueda de la filosofía se regocija en un desinterés, en la inutilidad del saber, pues la admiración por ella es por un simple deseo del saber. Pues apoyo la sentencia aristotélica: “Todos los hombres desean por naturaleza saber”, y este deseo no se apoya en una utilidad, sino en una condición de ocio que no debe ser entendida como el tiempo libre de descanso y de diversión sino como el tiempo para dedicarse a sí mismo, dedicarse al pensar. 

Madre amada hasta aquí va mi disertación sobre la filosofía y espero hayas entendido la razón de mi elección, la cual no tiene que ver con la utilidad, sino con un deseo por el saber, por el razonar, por el conocimiento. Ojalá esta carta te sirva también ti para que te dejes admirar por aquello que deseas. 
Atentamente, alguien que te ama.

Ingrid Tatiana Bohórquez Ortega

Tema: Met. I, 1-2
Aristóteles. (1998). Metafísica. (V. García Yebra, Trans.). Madrid: Gredos.

Carta Miguel Ángel Espitia

Bogotá D.C, 25 de agosto del 2016

Querido receptor,

Por medio de la presente le quiero comunicar lo que hago en mi diario vivir, puesto que como bien sabe me estoy formando como profesional y mi talismán son los libros. Me tropecé con una obra titulada la Metafísica cuyo autor vivió hace más de 2000 años, su nombre es Aristóteles y es considerado uno de los más importantes filósofos griegos. Cuando leí el primer libro, él empieza diciendo que “Todos los hombres desean por naturaleza saber”. Cuando uno se encuentra con este tipo de afirmaciones es común preguntarse ¿qué debemos entender por ello? Lo primero que pensé fue ¿qué entiende Aristóteles por naturaleza? La respuesta para esta pregunta puede llegar a significar un trabajo tan extenso que quizás no me alcance la vida. Pero para no irme por las ramas me centraré en el concepto que guía el libro: la Metafísica que cotidianamente es entendida como algo más allá de la física.

Como la metafísica es algo más allá de la física, uno deduce que tiene que ser algo con características diferentes, por ejemplo, las cosas físicas tienen materia, por lo tanto, lo metafísico no tendría materia, pero sí esencia. Así mismo, es una búsqueda de lo fundamental, en palabras con glamour filosófico, la metafísica estudia el “ser en cuanto ser”. Se dice comúnmente que ontológica y epistemológicamente la esencia es anterior a la existencia, es decir, hay algo a lo cual se llama esencia, puesto que esta identifica el qué es de un objeto particular antes de su existencia. Pero la idea anterior es controvertible desde mi punto de vista, puesto que uno deduce la esencia de algo, si y solo sí, (lo pongo en bicondicional) ya ha tenido contacto con la existencia. Pienso que no se puede tener acceso indirecto o directo a priori (antes de la experiencia) a la esencia de una cosa sino se ha tenido una experiencia con el objeto mismo. En cualquier caso, querido receptor es una idea que tendré que seguir desarrollando, puesto que tal dualidad esencia/existencia puede ser, desde mi punto de vista, diluida.

Gracias por atender a mi carta y espero poder seguirte contando como sigue mi proceso de formación. 

Cuídate.

Un tal Ángel Espitia.

Tema: Aristóteles, Metafísica, I, 1-3.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Carta, Bayron Giral


Un día cualquiera.

Estimada Sofía,

El deseo de conocimiento que caracteriza a los hombres ha causado en mí un gran asombro hacia el cosmos, que me lleva a hacer todo tipo de preguntas en busca de su comprensión. Las he abordado desde muchos puntos de vista, en relación con los saberes de los hombres. He partido de las sensaciones que me proporcionan los sentidos, en seguida, por medio de la experiencia, he aprendido a asociar lo que encuentro semejante, después, gracias a la razón, he respondido los porqués por medio de la ciencia, conociendo los primeros principios y causas.
Así pues, llevo mucho tiempo acercándome a ti, Sofía. En tu búsqueda, he tenido que pasar por diversos caminos. Desde un principio, tuve que reconocer mi ignorancia; luego, me encontré con la dificultad de pasar a través de lo oculto para develarlo y, finalmente, conocer la verdad para llegar a la sabiduría.
No obstante, no me arrepiento del tiempo dedicado en tu recorrido, de hecho, podría seguir dedicándome a comprender lo más difícil del cosmos, ¿hacia dónde se dirige?, ¿cuáles son las causas que lo preceden?, ¿qué hace que lo que haya en él sea lo que es? Pues el deseo de conocimiento que tengo solo se llena buscándote por ti misma, sin pretender alguna utilidad, ya que eres la ciencia más cercana a lo divino. Es que solo tú eres digna de ser buscada por los sabios, pues contigo se puede llegar a comprender la universalidad de lo que es, riges a todas las ciencias, eres libre y el saber supremo sobre todas las cosas.

Atentamente,

Un hombre dedicado a tu búsqueda.

Tema: Aristóteles, Metafísica I, 1-3.