lunes, 12 de septiembre de 2016

Carta, Andrés Atehortúa


Sabiduría en la oscuridad

Hoy es otro día. Lo sé porque siento la tibieza del sol reposando en mis mejillas, eso para mí se ha convertido en certeza, como también lo es el saber que mi ventana apunta a oriente porque me enseñaron que al amanecer el sol aparece por ese punto cardinal. Esa es otra certeza. De hecho mi día comienza con tres certezas. La última es saber que amaneció porque escucho el sonido de la alarma de mi pequeño reloj. Pero más allá de esas tres certezas con las que arranca un nuevo día para mi existencia, un deseo por conocer aún me queda pendiente y creo que nunca lo podré satisfacer. ¿Cómo será aquel rayo de sol que todos los días siento en mi rostro? Y ¿cómo se verá aquel sol saliendo por el oriente detrás de los cerros que dicen están a lo lejos frente a mi ventana?

Es triste tener que vivir queriendo algo que no puede ser correspondido, sobre todo si a tu alrededor escuchas sobre muchas cosas que no basta con entenderlas sino que hay que sentirlas. Y aunque la vida se puede hacer llevadera con algunas limitaciones, y el hábito y la experiencia te garantizan los caminos más seguros para ir y regresar, a veces pareciera que no basta con memorizar los accidentes que tus pasos indican del terreno y sus aromas, queda faltando algo más para poder decir que comprendes aquello que llaman mundo. Así se piense que parte de lo que él es vive en la penumbra, esas sombras han sido tan solo obstáculos temporales para la historia de las personas. Son barreras que el tiempo en alianza con la razón, se han ido derrumbando. Sin embargo, para algunos esa oscuridad es permanente y, como es mi caso, la inmensidad y lejanía llena de lo que llaman color presente en el mundo se convierte en una omniabarcante oscuridad por donde mis ojos busquen.

Una vez escuché decir que tres cuartas partes de la vida están soportadas en la vista, es una cifra exagerada, pues en mi caso toda mi vida he estado sin ella y aun así me considero vivo. Siento y aprendo, todo en favor de conservarme. De hecho escucho mejor que muchos y casi todos los días lo confirmo. Recuerdo una ocasión en la cual mis hermanos y sus amigos discutían sobre una pieza musical. En ella, había una larga obertura de un instrumento de viento y uno de ellos, que es músico, dijo:

— A que no adivinan que instrumento es ese que está sonando. Si alguno me responde le doy un premio.

Uno de ellos respondió:

— Es un clarinete. Dijo el primero.

— No, eso es un fagot. Respondió otro con más energía

Finalmente yo, que había escuchado anteriormente ese instrumento, recordé su timbre y pude identificarlo.

— Es un oboe, dije.

Me gané diez mil pesos y gané un reconocimiento en el grupo por tener “buen oído”. No obstante, yo sabía que no era un solamente gracias a un oído agudo, que en efecto tengo, sino que logré memorizar el característico sonido melancólico e introspectivo del oboe y pude empatarlo con el nuevo sonido que escuché. Es decir, parte de ese dinero ganado se lo debo a mi memoria.

Además, puede pensarse en el imperio de lo visual para constituir afirmaciones respecto a un conocimiento acertado del mundo y su realidad. Pero mi realidad sonora, táctil, olfativa y gustativa ¿no lo es también? Voy caminando a esperar el bus y nuevas certezas me acompañan: sé que a una cuadra del paradero, en un lavadero de carros, vive una perra que ya está viejita, la he escuchado ladrar ya con un tono grave y velocidad pausada. Del mismo modo, sé que su pelo es tupido, crespo y algo áspero porque la he acariciado cuando viene a pedirme parte del pan que cargo en la maleta para las onces. Inclusive muchos temen acercársele o pasar cerca de ella porque dicen que su apariencia es intimidante ¡Vaya error! Su “realidad” y su “conocimiento” los engañan, pues en efecto ven formas, lindos colores ¡todo el mundo en su plenitud dimensional! del mismo modo se refieren con propiedad a la belleza del cielo, de un rostro o de un cuerpo. Naturalmente no puedo compartir esa emoción que los invade cuando se refieren a esas bellezas. Pero entiendo la asociación que ellos hacen de belleza con emociones agradables y placer de ver por ver, sin ningún otro interés. Sin embargo, esa primacía me recuerda la historia de un hombre llamado Narciso, que olvidó su cuerpo y el mundo por estar contemplando aquel reflejo suyo en el agua, vio una belleza, la suya, dejando atrás otras verdades que podían contener otras bellezas. Por supuesto entiendo lo que es suspenderse y dejar que exteriormente el tiempo avance. Cuando la satisfacción llega, la unidad germina y todo se hace eterno. Lo he vivido cuando algunas melodías me hacen renacer cargado de nuevas esperanzas frente a la vida.

Sin embargo, me cuesta aceptar que una buena vida sea producto de la adecuación entre lo que se ve del mundo, y se conoce gracias a ello, con lo que vemos de nosotros mismos, más que todo cuando se piensa que lo ideal de conocer tiene un correlato en una mejor manera de vivir. Aunque he de ser sincero, y decir que genera una exigua ansiedad e ilusión pensar en tener algo de lo cual se dice que “es indispensable para el conocimiento y la vida”. Tampoco es una ilusión que avance más allá del instante mismo en el que aparece y muere joven, fracasando en su intento por movilizarme hacia su materialización. En esa dirección un aliciente emerge y me digo: ¿para qué ilusionarse con algo que no tiene espacio para su realización, y si no tiene espacio para su realización para qué ilusionarse? Es difícil responder afirmativamente a esa negación de la ilusión no correspondida, ante todo cuando se piensa que una vida sin ilusión ¿cómo puede aspirar a cobrar sentido? Entonces, sentado, sintiendo el movimiento del bus, me doy cuenta de la relevancia que cobra para muchos la vista en favor de constituir experiencias y conocimiento aplicables a la vida, e ilusionado con ser un ejemplo de otra forma de conocimiento convertido en una manera de vida, me doy cuenta que mi experiencia de un mundo no visible se ha convertido en un arte, en una técnica con la cual he aprendido a vivir, expresando en ese día a día otro lado de lo que es la sabiduría práctica, oculto como la otra cara de la luna, pero presente y es el lado de la sabiduría en la oscuridad.

Tema: Aristóteles, Metafísica, I, 1-2.

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