viernes, 29 de enero de 2021

Diario, Dorailys Ramírez Mayoma





 

Diarios, Dorailys Ramírez Mayoma



 






Diarios, Gabriel Rodríguez


 




Diarios, Sofía León



 



Diario, Tatiana Quilaguy

 



Diario, Lucía González


 

Diario, Erika Farfán


Mientras leía a Angela Davis, no podía evitar sentirme aludida ¿por qué? Porque soy mujer, y las discusiones que ella iba planteando alrededor de la feminidad, no eran tan lejanas de lo que actualmente vivimos las mujeres. Claro, han cambiado muchas cosas, y tenemos mayor reconocimiento tanto en la esfera pública como en la privada, pero eso no deja de lado que aún hay muchos aspectos o momentos en los que seguimos siendo vulneradas o relegadas por nuestro lugar en el mundo como mujeres, no solo biológico, sino también cultural, sexual, ideológico, etc.

Les daré un ejemplo de ello, en medio de mis búsquedas de empleo, que no han sido pocas (la vida de la estudiante de clase media), me he sentido bastante decepcionada con lo que hemos “avanzado” en inclusión y en equidad de géneros en el aspecto laboral -por ejemplo-. Pues me he encontrado ofertas en las que o requieren que sea un hombre porque no somos lo suficientemente “fuertes” aun cuando damos a luz a un hijo o mantenemos a un hogar sin necesidad de un hombre, en fin, es muestra de que ese avance del que tanto se ha alardeado la humanidad, está bastante atrasado, por lo menos en el Colombia.

Otra oferta que he encontrado ha sido para vender x o y producto, y debes tener una determinada talla de ropa, leyeron bien – TALLA DE ROPA– para impulsar o vender un producto, pues, más allá de las capacidades de dicha mujer que quiera laborar o tenga la experiencia o capacidades para cumplir dicha labor eficazmente, lo importante es cómo se ve la mujer físicamente y cómo “debe cumplir” con los parámetros de una belleza –muy superficial, por cierto– que solo se mide en centímetros o tallas y que definiría incluso la idoneidad de una mujer para un puesto de trabajo, como si sus capacidades intelectuales se redujeran a cómo se ve corporalmente y no a lo que hay en su cerebro. Creo que está imagen sigue reflejándose en la cultura y de allí que cuestiones como esta sigan estando en nuestra cotidianidad como mujeres en medio de un país y un mundo que aún es machista, aunque nos quieran convencer de lo contrario.

Y todo ello lo recordaba con los argumentos de Davis, porque además de cuestiones físicas o intelectuales, hay parámetros machistas que aún nos siguen rodeando y afectando, tanto a mujeres negras como blancas, porque hay problemáticas que como ella bien nos muestra van más allá del papel social (clase) o del color de piel o la raza, e incluso, me atrevo a decir que la orientación sexual o el género.

Por otro lado, creo que también vemos en nuestros contextos y vidas cotidianas como mujeres –e incluso– como miembros de una sociedad, otras problemáticas que nos afectan, como la violación que se justifica por la forma en la que ibas vestida, por caminar sola de noche, por ser promiscua y una «cualquiera», por ser determinado país, etc. Y son cuestiones que pareciese que no ocurren tanto, o que han dejado de pasar de la misma forma que antes, pero lo que sucede es que se encubren y no se mencionan, son de esas cosas que se meten de bajo de la alfombra para que nadie más las vea aun cuando sabemos que hay están, pero si nadie más las nota, todo estará bien y tranquilo. Sin embargo, es ese silencio, ese no hablar del tema que hace que muchas mujeres tengan miedo de contar sus experiencias o sus vulneraciones por miedo a la revictimización o al olvido. No se trata de haber sufrido o no esos actos, sino que al ser mujeres, o al ser lesbianas, o al ser gays, o líder social, nos identificamos con ellos como seres humanos, como miembros de una sociedad que deberían ser tan importantes como cualquiera, o mejor dicho, que su vida debería valer y respetarse de la misma manera en la que se hace con otros, independientemente de cada una de sus particularidades u orientaciones. Porque si seguimos justificando actos como estos, o normalizando la muerte o el maltrato de muchas personas, estas seguirán –y como hemos visto– siguen ocurriendo en nuestro país.

Pienso también en pequeños comportamientos que nos han sido dados por la cultura o la costumbre, como el hecho de tener que servirle al hombre primero a la hora de cenar porque es el “hombre de la casa”, como el que las niñas no pueden jugar con carros porque son “marimacho”, como el que las mujeres son buenas para la cocina porque son “mujeres”, o que está mal que una mujer no se quiera casar porque será una “solterona” y no la van a respetar por no tener la figura de un hombre, etc. La lista podría seguir muchas páginas, y la idea no es centrarme ahora en esto.

En cuanto a la última, opino que siempre hemos cargado con esa imagen, de que nos sentiremos más seguras con un hombre, o que a estos se les debe un respeto mayor porque son más grandes o corpulentos que nosotras, y personalmente siempre me ha molestado, porque es reducirnos tanto ideológicamente, como mental y físicamente, porque nos ha hecho inseguras y que tengamos que recurrir necesariamente a esa imagen para recobrar esa seguridad y tranquilidad que no tenemos si estamos solas por una calle en la que hay hombres. Y porque nos incomodan o sus piropos o sus miradas, pero a las que según “la cultura de lo normal”1 debemos acostumbrarnos y hasta sentirnos alagadas con sus acciones porque ellos son hombres, y son salvajes, y no se les puede negar que miren, porque «mirar no es pecado» y los piropos serían halagos a la feminidad, cuando en realidad no lo son, son solo cosas que se normalizan para justificar una inferiorización, y hacia una mirada de objeto a las mujeres, y es precisamente esto, lo que debería cambiarse o al menos visibilizarse para guiar el cambio y en verdad tener un “avance” que realmente trascienda y no solo que oculte el problema detrás de la cortina del cambio pero que oculta lo realmente importante, la experiencia de las mujeres y de las minorías (que en realidad no son tan pequeñas) en la sociedad en la que vivimos.

Diarios, Daniela Jiménez

 
15/ Octubre/ 2020

La promesa de la civilización ha fallado, así como falló la promesa de la ilustración. La presencia del blanco no elevó el espíritu humano, lo destruyó. Aunque esto también es falso, nada se ha destruido, todo se ha transformado y con esto hemos visto como lo condenado a muerte se ha transformado en vida resiliente.

Después de tantos años de vivir bajo los ideales de “libertad” y “progreso”, las mujeres blancas debían luchar por la equidad y el respeto (aún lo hacemos). Porque los hombres blancos vieron en nosotras debilidad e inferioridad; encontraron en nuestro sexo oportunidad de violencia y sometimiento.

Después de tantos años de esclavitud, dolor, angustia y desprecio, el ser humano negro nos ha dado una lección de resiliencia y del verdadero valor de la civilización; han logrado convertir el temor, el odio y la jerarquía que le impuso el blanco en valentía, amor y equidad. Y en consecuencia, las mujeres negras vivían el machismo que provenía del hombre blanco, pero dentro de sus congéneres éste término desaparecía, aquí la mujer era tan fuerte y trabajadora como cualquier hombre y el hombre era tan amoroso y doméstico como cualquier mujer (estereotipos propios de la cultura machista).

Las mujeres negras eran iguales a sus compañeros masculinos en cuanto a la opresión que suman, en que eran socialmente iguales a éstos dentro de la comunidad de esclavos y en que resistieron a la esclavitud con la misma pasión que ellos. Ésta fue una de las mayores ironías del sistema esclavista, ya que al someter a las mujeres a la más despiadada explotación concebible, una explotación que no conocía distinciones de sexo, se sembró el terreno no sólo para que las mujeres negras afirmaran su igualdad a través de sus relaciones sociales, sino también para que la expresaran mediante sus actos de resistencia. Esta revelación debió de ser aterradora para los propietarios de esclavos pues, aparentemente, ellos estaban intentando romper esa cadena de igualdad por medio de la represión especialmente brutal que reservaban para las mujeres. (Davis, 2005, p.32)

He aquí la muestra de la superioridad de la raza blanca: superior en salvajismo. He aquí la inferioridad de la raza negra: inferior en salvajismo, superior en valores humanos.

Tendremos que aprender mucho de aquellos seres humanos esclavos, que a pesar de todo jamás dejaron de luchar codo a codo hombres y mujeres.


05/Noviembre/2020

Muchas veces andamos por la vida creyendo que nuestras ideas y creencias son las más cercanas a la realidad, las más correctas e importantes. Mas esto no es así, muchas veces nuestras concepciones tienen otro punto de vista que no son tan ilógicos y errados como tendemos a creer. Por ejemplo, en cuanto a la era actual de las redes sociales, empezamos a forjar una idea de lo que acontece en la realidad según lo que vemos en nuestras pantallas y creemos que todos se topan con la misma información que nosotros, pero esto no es así. Por eso aún podemos toparnos con terraplanistas o con personas que difieran de nuestras ideologías políticas, porque la realidad que se les presenta es distinta a la nuestra.

Cuando pensamos de esta forma, se hace más fácil y claro para nosotros entender por qué las mujeres negras no apoyaban fervientemente la lucha en contra de la violación sexual y en contra del derecho al aborto. Y es que aun cuando ellas eran las más afectadas por estos procesos, había demasiadas consideraciones de fondo que no permitía que adoptaran abiertamente estas posturas.

Esto me hace pensar que quizá debamos dudar de las cosas que tienden a hacérsenos obvias, para no pecar por intransigentes con las personas que nos rodean. Hace falta más empatía para conocer más ampliamente el mundo.


20/Noviembre/2020

Es como si toda mi vida hubiera transcurrido en una burbuja. Veo y comprendo el mundo de una forma tan distinta ahora, claramente todos los semestres que han transcurrido en la universidad han sido productivos de una u otra forma para mí, pero este semestre en especial ha sido el más bello y fructífero que he tenido en toda mi vida y ahora que lo pienso considencialmente también el más ocupado, pero esto último no importa.

Entre leer a Freud, Nietzsche, Cioran, Fanon, Davis, Lorde, Hill Collins y bell hooks, he tenido una revelación, una transformación y no solamente en ámbitos académicos, ¡veo y siento el mundo diferente! Que profundamente agradecida estoy con la vida por haberme permitido llegar hasta aquí para aprender tantas cosas bellas -especialmente estas últimas mujeres ya nombradas me han inspirado muchísimo-. Yo jamás me había preguntado por mi color de piel, por mi sexo, por mi posición social, entonces era como un ente que vivía sus días haciendo lo que “tenía” que hacerse, pero ahora soy más que eso, ahora sé que soy una mujer y me siento como una mujer (porque ahora este concepto es distinto para mí), hago parte de una estirpe luchadora y eso me llena de dignidad, orgullo y nostalgia. Un mundo nuevo se abre para mí, un mundo donde mi ser no es sólo mío, donde mi cuerpo tiene muchas significaciones e historia.

Mi concepción del feminismo antes de adentrarme en este seminario era paupérrimo, ni lo comprendía ni me interesaba; lo respetaba, pero a lo lejos. Siempre pensé que si yo tenía ciertas oportunidades sólo debía hacer uso de ellas, creía que de ahí radicaba mi aporte al feminismo en tanto mostraba que yo podía ser tan o más inteligente que otro hombre, pero no era así, ello sólo demostraba lo insoportablemente egoísta de mi existir. Es que yo no soy solo yo, es que mi oportunidad de estudiar no es sólo ella en sí sino representa todo un siglo de lucha de mujeres dando sus vidas y sus fuerzas para que yo disfrutara los derechos que ahora tengo. Es que yo no soy sólo yo, soy parte de muchas, y es en este momento en que lo notas cuando ves el significado tan especial que llevan las personas consigo y lo importante de que aun sin conocernos las luchas nos unan.

Creo que lo más difícil de este “despertar” que estoy viviendo, es darme cuenta de que toda la gente que me rodea aún no lo entiende y que incluso deberé luchar en mi propio hogar contra el sexismo el racismo y la injusticia. ¿Cómo algo que no me importaba en lo absoluto antes ahora me interesa tanto, me conmueve y me llama? No lo sé, sólo sé que ha llegado a mi para mostrarme el camino.



Diario, Carlos Galindo

 Bogotá, 5 de diciembre de 2020 

Comparto el siguiente texto, no sin antes contextualizarlas. En un seminario que veo en la licenciatura, una profesora de la UdeA, desde una postura clasista, cuestionó el protocolo de un compañero. Según ella, le faltó, al compañero, compromiso en la elaboración del protocolo. Para ella, el compromiso de un estudiante es positivo, sí y sólo si, el estudiante asiste a todas las clases y presenta un protocolo impecable en forma y contenido. El compañero manifestó que estudia y trabaja al tiempo, de manera que, si tiene el compromiso, pero al realizar el protocolo no le pudo dedicar todo el tiempo, pues llega cansado a su casa, dado que trabaja en obra blanca (rusa), y debe mantener con ese trabajo a su familia. El compañero si tiene el compromiso, sólo que no cuenta, como algunos, con los privilegios que puedan asegurar una buena labor académica. Por ello, él mencionó que no tuvo más opción que descargar la sesión y hacer el protocolo con base a la grabación; a lo cual la docente, replicó; grosso modo, manifestó su inconformidad y dijo que descargar una grabación no es asumir el compromiso como docente en formación. Aunque el compañero expuso su situación, la docente ─que no es de nuestra universidad─ le increpó y omitió su situación. Debido a esto, preparé esta reflexión ─la cual leí en la sesión siguiente a ese nefasto acontecimiento─. Esta reflexión, levantó un montón de animadversión y polémica en doctoras y doctorandos de ese seminario ─que gozan de una aceptable posición económica que les permite dedicarse, extensivamente, a sus escritos─, con lo cual, me siento orgulloso; puesto que, la reflexión cumplió con su cometido. Aunque mi objetivo no era incomodar, sino presentar un encomio a mi compañero de Licenciatura y de clase social (pues tengo muy clara, cada vez más, la importancia de cuidarnos entre nosotrxs). Sin más dilación les comparto la reflexión. 

 

Hilación y compromiso 

Podría aún a riesgo de ser evidente postular dos condiciones que hacen posible la existencia de un producto textil: la máquina y el tejedor. Este último, se compromete, mediante contrato, a informar el producto; mientras que, de la máquina, sólo se busca el rendimiento. Con lo cual, de la máquina se tiene una proyección calculable (horas de uso, obsolescencia, reemplazo), mientras que, del tejedor nada o poco se sabe: está atravesado por la contingencia. En otras palabras, se le puede proyectar un horario y una cantidad de actividades, sin embargo, o no se puede prever o se puede prever con poco éxito la manigua de afugias que le impiden cumplir con su labor. 

Análogamente, en la industria academicista actual, podemos predicar de un protocolo, que son el estudiante y la máquina (computador) quienes posibilitan su existencia. De manera que, mientras la máquina rinde, el estudiante se compromete, bajo créditos y matrícula, a tejer el escrito. De igual modo que el tejedor en la industria textil, el estudiante está atravesado por lo adventicio, de manera que, un plexo de infortunios también le puede alejar de su labor. 

Quizás el intento de analogía, esbozado anteriormente, permita ver que quien cuestiona el compromiso, sin tener en cuenta la contingencia, supone que el compromiso no puede ser afectado por ésta. De esta manera cree, con gran inverosimilitud, que lo pactado ora matrícula, ora contrato, ora matrícula como contrato es condición necesaria y suficiente para un compromiso estable ni siquiera metaestable. Al incurrir en tales suposiciones opera de manera semejante al empleador capitalista, pues bajo el sustrato de tales suposiciones, no hay tal cosa como una búsqueda de compromiso o un reavivamiento de éste, sino una exigencia de rendimiento. De manera que, extirpadas tanto la contingencia como el compromiso e impostado el rendimiento, el estudiante pasa a ser máquina: se le mutea. 

Poco o nada importa, entonces, si hay una gran brecha entre la clase social del docente y el estudiante. Más aún cuando el docente, imperativo, masculla desde su orilla a la hegeliana ¡buscad los tesoros del cielo!; mientras que los familiares del estudiante le suplican desde la otra orilla bajo la consigna marxista ¡busca el pan y luego el reino de los cielos! Poco o nada importa si el estudiante se encuentra en el medio, cayendo, cual Raskolnikov. Mucho menos importa si el compromiso de estudiar se aceptó con amor e ilusión, pero el devenir, impasible e inasible, trastocó la vocación y la convirtió en angustia. ¡Cuánta deshumanización en el aula de lo humano! Que ya no es un aula, sino un espacio virtual que o ninguno o quizás unos pocos hayan entendido (entre los pocos, quizás, Markus Gabriel). 

No hay necesidad alguna de parametrizar los espacios sincrónicos a espacios de logueo. Es menester tener en cuenta a las personas que trabajan y estudian la mayoría de nosotrxs (estudiantes de la UPN), a las personas que no pueden tener la máquina a su disposición o que algunas veces no la tienen a disposición, a las personas que teletrabajan en el sector servicios, y a las personas que no teletrabajan en dicho sector y por ello tienen que ausentarse de sus hogares, exponiéndose y exponiendo a sus familiares, pues no tienen más opción. Estas personas que no pueden asistir, presencialmente, y seguir el hilo de una discusión, pero que luego de terminar sus labores, extenuadas, descargan un vídeo y hacen un protocolo, tienen más compromiso que cualquiera de los presentes y poco importa un laurel académico ante un acto tan loable como el mencionado. Mi más sincero aprecio para esas personas que entienden que ya no es posible hacer filosofía sin los zapatos llenos de barro. 

Algo, más allá de un escrito, nos debe quedar de Patočka y la Vzmach. ¡Cómo ofreció su vida por unos pobres diablos, quizá sin un mendrugo (azotados por la dictadura, como nosotrxs)! Cómo les ofreció su apartamento, pero ante todo su corazón antes que sus postulados. Quizás se pueda ver como una curiosidad el hecho de que el maestro les haya ofrecido su apartamento, pero estoy seguro que dista de serlo. Es un acto de descontracturación de una filosofía que se pretende como academicista, cerrada y centralizada para una clase social determinada y se abre para acoger a quien quiera y no tenga necesariamente que pagar para conmoverse. Patočka fundió su vida con la ἀρετή llevándola al punto más alto: el ideal agonístico. 

Más allá del hilo, protocolar, conductor de una sesión, están los hilos del destino. No sabemos quiénes los tejen: si las Μοῖραι, las Fatae, las Laimas o las Nornas. En todo caso, sabemos que esos hilos no nos pertenecen, que no los podemos parametrizar y que el tejido circunstancial adopta patrones diferentes en cada vida.

Diario, Carlos Galindo

Bogotá, 5 de diciembre de 2020 

 

Filósofa tracia sin nombre 

Poco o, quizás nada, se habla de la ingeniosa y simpática “sirvienta” tracia que fue esclavizada por el "gran filósofo" Tales de Mileto. Por el contrario, en la academia, se habla, con gran vigor, del geómetra y filósofo, del estadista y el sabio; con lo cual, aquella mujer tracia ha sido pasto del olvido... Respecto a ella, tenemos, únicamente, un brevísimo fragmento de Platón. Éste, nos cuenta que mientras Tales: 

«estudiaba los astros, se cayó en un pozo al mirar hacia arriba (...) se dice que una sirvienta tracia, ingeniosa y simpática, se burlaba de él, porque quería saber las cosas del cielo, pero se olvidaba de las que tenía delante de sus pies» (Platón, Teeteto, 174a). 

¿Acaso tal pensamiento, tan terreno y profundo, no le merecía la eliminación de la categoría "criada"? De ninguna manera, porque ─sujeto a análisis─ aquel apotegma, proferido por una mujer no-griega y sin privilegios, podría encerrar, para Platón, el peligro de echar por tierra la tradición filosófica del mundo de las ideas ─cimiento insoslayable del pensamiento platónico─. De manera que, este aserto, es denominado como burla ─en un sentido peyorativo─, y su análisis posterior es débil y eurocentrado: cuestiona el desconocimiento de las injurias y las injusticias, pero dentro de estas dos categorías no se cuestiona ni la esclavitud, ni el machismo con el que se minusvalora el pensamiento de esta mujer. Entonces, quizás sea válido afirmar que tanto Sócrates como Tales de Mileto proyectaban su visión en un ángulo de 90 grados: uno miraba a las estrellas, otro miraba a las ideas. Por supuesto, ir por la vida mirando hacia lo etéreo no es posible, si no hay un sustrato material que atienda las necesidades básicas: en el caso de Sócrates: Ξανθίππη; en el caso de Tales: la esclava tracia.  

El pozo 

Ya no me era posible dudar del destino 

que me había preparado el ingenio de los 

monjes para la tortura. Los agentes de la  

Inquisición habían advertido mi descubrimiento del pozo. 

E.A. Poe. El pozo y el péndulo 

 

La geometría del pozo en el que estoy puede tomar varias formas, ora podría ser fenomenología, ora podría ser filosofía de la técnica. Además, no estoy tan seguro que sea una geometría euclidiana ─en el sentido más clásico─, pues la vaguedad y el hastío ante su incomprensión, bien podrían ser definidos en sentido topológico. De cualquier manera, sea lo que fuere, el pozo expide un vaho ─producto de la licuefacción de tantas teorías─ que impide ver sus límites o pensarlos con claridad. Es menester, en este punto, que precise por qué estoy aquí: caí siguiendo el imperativo de Hegel «¡buscad los tesoros del cielo!». Pienso ahora, y como es debido pensarlo ─es decir, desde el hambre y desde la desesperación─ en la consigna marxista: «¡Buscad primero el pan y luego el reino de los cielos!». 

Heme aquí entonces, entre tanta rata miserable. Ayer pasó una por mis pies, grande y rolliza. Lo que capturó mi atención, sobremanera, fue la obstinación de ésta por aferrar, entre sus dientes, un cartón mohoso y roído. Al acercarme para tratar de ver dicho cartón, recibí senda mordida. Sin embargo, constreñido por el dolor, pude ver lo que ponía el cartón: "doctor en filosofía". Me sorprende la fiereza de estos roedores, puesto que, pienso que al estar en el mismo pozo ─lugar de enunciación─ no deberían ser tan ruines como los verdugos; que día a día van transformando este pozo: haciéndolo más chico, más extraño, más inestable. 

El péndulo del idealismo trascendental está basculando sobre mi corazón: va y viene; cada vez más cerca de horadarlo. Intento tomar unos pequeños textos y frotarlos contra mis ataduras, para que las ratas se las coman. De esta manera, podría desatarme, poco a poco, aunque sus dientes hagan mella en mí. La empresa es tortuosa: ha tomado cuatro años ya. En ese transcurso de tiempo, he logrado liberar algunas de mis posturas: la emoción, la ironía, y la mirada: principalmente la mirada. Esta mirada que, originalmente se posicionaba en lo etéreo, ha logrado bajar en grados: quizás hasta los 45°. Lo suficiente para darme cuenta que, durante estos cuatro años, un péndulo se ha cernido sobre mi corazón, intentando atravesarlo... 

*** 

 

Hoy he despertado con una extraña luz, solar, la interrumpe una mano negra que se extiende hacía mí. Siguiendo la mano me encuentro a una mujer, una heroína, que me dice: No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar. He tomado su mano y me he encontrado, de pleno, con el horizonte que no había visto.