viernes, 29 de enero de 2021

Diario, Camila Parra

El dolor hacia la madre

Peleas y peleas por todo, con todos, la ansiedad me advierte que el encierro no es bueno para mí, aun menos mi madre que me culpa hasta por nacer. Ciertamente los enfrentamientos que tengo con ella me devastan emocionalmente, es tan así que a veces pasan semanas sin poder hacer nada. Cuando me grita comienzo a divagar, pensar cualquier cosa es mejor que escuchar cada queja. Debo admitir que ha mejorado con los años “ya no es tan violenta”, realmente sigue siendo muy crudo, mis primeros recuerdos de ella equivalen a golpes que me ganaba por romper sus cosas, luego peleaba con mi papá por horas en el teléfono, creo que así aprendí unas cuantas groserías. También recuerdo que mi padre me enseñó a asear mis cosas desde muy pequeña, y cada vez que ella me recogía los fines de semana y me dejaba a solas con su hermano (esa es otra historia), yo debía tener todo limpio antes de que ella cruzara la puerta de la casa. De lo contrario alistaba la correa y se quedaba tres horas mirándome y lanzando golpes hasta que confesara porque no hice las cosas, lo mismo pasaba si rompía o hacia algo malo. A veces las peleas comenzaban con objetos voladores, podía ser cualquier cosa, desembocaban en golpes con correa, cachetada o jalones de pelo. Recuerdo muchas de sus palabras, algunas muy hirientes, otras que quizá dejaron marcas en mi mente “Camila usted ya es grande”, no ha existido día en que no me repita eso incansablemente. Los imperativos que ella ponía sobre mí, tenían que cumplirse a cabalidad, así no tuviesen sentido. Por pequeñeces me humillaba o quizá exagero, no sé qué opinarían ustedes si un día te levantas a las 5 y sabes que debes dejarle el desayuno hecho y despertarla para ir a trabajar, ese día tienes que ir a suplir al personero porque lo suspendieron del colegio a una reunión, y se te olvida que a ella no le gustan los huevos fritos, los haces corriendo junto al café y al pan se los llevas para despertarla, se levanta y te dice “cuantas veces le he dicho que así no me gustan los huevos” los agarra del plato junto con el pan y los tira al piso y luego salta sobre ellos. Inmediatamente me puse a llorar, para que me rematara diciendo “si llora no va al colegio, la gente pensara que yo le hice algo”. No se imaginan cuantos episodios así viví entre infancia y adolescencia, yo prefería tomar todas las actividades extracurriculares que ofreciera el colegio con tal de no verla en el día, hasta los 23 años (mi edad actual) le dije que prefería estar en la calle que, con ella, tenía mis razones para quedarme en la universidad todo el día, era mi refugio hasta que llegó la pandemia.

Recuerdo otro evento bastante fuerte en una madrugada lluviosa y una pequeña sombrilla rosada que me habían regalado para ir al colegio a pie, ella decidió acompañarme hasta la entrada de la institución, sin embargo, en el camino yo no sostenía bien la sombrilla y ella se mojaba un poco al igual que yo, me grito en plena calle “por su culpa me estoy mojando” y se salió de la sombrilla hasta llegar al colegio. Ya allí llamo a mi directora de grupo y le dijo que por mi culpa se mojó, la profesora charlo con ella unos minutos y la mando para la casa, realmente no sé qué le dijo, al menos logro que dejara de gritarme en la mitad del salón, al frente de todos. Debo confesar que yo tampoco soy una pera en dulce, en las historias que he comentado hay cierta pasividad de mi parte, pero ciertamente en otras no fue así. Mi mamá llegaba a pelear conmigo hasta 8 horas seguidas, gritaba y gritaba arrojaba objetos, pateaba cosas, algunas veces agarro un cuchillo amenazando con quitarse la vida por mi culpa. En una de esas peleas me agarro del pelo y me comenzó a meter cachetadas, lo que hice posteriormente no estuvo bien, pero no aguante más, le devolví cada golpe que ella me ponía en la cara, como un mimo, la imite durante 10 minutos. En ese momento vi en sus ojos mucha ira, yo grité con la voz desgarrada “ya no más”, “cállese”, “no puedo más”. Ella me miro y dijo “¿Qué?”, respondí “cállese” una y otra vez, ya no la dejaba hablar, ese fue el día que empaqué mis cosas y me fui a vivir con mi papá (fue peor). Meses después volví a vivir con ella, un tiempo todo se dio en paz, luego un día por el desorden de la cocina, inició de nuevo la pelea, otras 6 u o 8 horas de gritos, reproches, objetos en el aire, patadas. Llego a amenazarme con llamar a la policía, no lo hizo, pero si llamo a la abuela, quien intentó calmar todo, me paso el celular y no me dejaba escuchar, seguía gritando y pateando las cosas, en un momento se me acerco a golpearme, me enceguecí de ira y arrojé el celular al piso con toda mi fuerza, se rompió la pantalla, la carcasa y los botones, en ese momento se detuvo la pelea, porque era el celular de ella, se quedó callada y yo me puse a recoger las cosas lentamente. No me enorgullece nada de esto que he contado, más bien esas experiencias me volvieron muy desconfiada con las mujeres, en especial con mi madre, en donde descubrí un jefe con los años y no una mamá.

Hay cosas que me han causado mucho dolor en la vida, además de esas pequeñas historias que he contado ya. Una fue en el 2020, después de haberle contado a mi mamá lo que había pasado con su hermano cuando yo era niña. En una pelea ella me gritó muchas veces “usted no conoce que es vivir traumado, yo sí sé que es vivir así”, aun diciéndole muchas veces las cosas que habían pasado, incluso la primera vez que le dije su respuesta inmediata fue “tiene pruebas”, “¿cómo y cuándo pasó?”, “¿Por qué le dijo a su papá primero que a mí? Eso se debe solucionar en privado”, “si me llaman a declarar al interponer una demanda, yo voy a decir que no tuve nada que ver con eso, yo soy inocente”. Ese día entendí y reafirme que tenía un jefe no una mamá, ella es mi autoridad y en ella no puedo confiar. Sentí la: re victimización muchas veces por parte de ella, aun sabiéndolo seguía hablando de su hermano como si nada, y me decía que iba a perder a su familia si yo seguía adelante con una demanda, en la que quizá no sacaría nada. Quizá tiene razón, quizá pierda, pero al menos podré ver a los ojos al victimario y preguntar ¿por qué? Y descubrir que quizá no exista respuesta lógica para mí, pero si habré logrado pensar, aunque sea en una pequeña parte de lo violenta que ha sido mi vida, al intentar resignificarla desde muchos aspectos y con muchas herramientas que me han dado, personas que aprecio.

La profesora Consuelo me dijo una vez que el hecho de identificarse como mujer no te hace feminista, incluso hay mujeres que repiten patones muy violentos sin darse cuenta de nada, crían a sus hijos varones de una manera machista, al igual que las hijas. La canción Querida muerte, me recordó todo esto, quizá meto la experiencia con mi mamá porque aun la culpo, por muchas cosas, ahora en mis casi 24 años le he dicho “mala madre” muchas veces de diferentes maneras, mis psicólogos dicen que no es culpa de ella, tienen razón en parte. No debería buscar el chivo expiatorio, me ha costado mucho descubrirme como víctima y victimario, yo lo defino como un juego macabro que aprendemos a identificar con agudeza.


https://www.youtube.com/watch?v=EBRAhgvixTg&ab_channel=reneegoust&fbclid=IwAR0uRWmJNkGJUbizLx-099AuLkt-FedIfXteqP1_osa1TshsZQSM55hE27E



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