viernes, 29 de enero de 2021

Diario, Camila Parra

Un breve relato….

Leer estos últimos textos me han llevado a pensar mucho sobre mi trabajo de grado, recuerdo mucho que, al iniciar mi investigación, mi enfoque principal estaba en la crueldad que se ejerce sobre los cuerpos, tema que investiga el profesor Pablo Vargas. Sin embargo, no caí en cuenta que este tema era tomado desde una noción muy centrada en la academia y bajo la visión de hombres blancos y académicos, que muchas veces limitaban la experiencia subjetiva, aunque sus textos se alimentaran de ella, se mantenían al margen para conservar una “objetividad”. Recuerdo que en esa época estudiábamos los fenómenos desde una perspectiva psicoanalítica con autores como: Freud, Lacan, Nietzsche (leído desde Freud), Bárcena y Melich (autores con enfoques más educativos). A decir verdad, son los que más recuerdo, no voy a negar que no se estudiaron casos, y autoras (Arendt). Realmente en ese momento estaba fascinada con ese mundo que se abría ante mí, formas de entender la experiencia humana, el dolor, la angustia, la muerte, la soledad, la opresión. Nos enfocamos (algunas veces) en la Segunda Guerra mundial, ahora me pregunto yo ¿qué tenía de mundial, si solo era una parte de la tierra la que estaba en conflicto? Me respondo: eran las potencias, eso tenía de mundial o ¿por qué “siempre” se enfocaban en ese caso, también estaba la colonia? Claro es porque son europeos matando europeos. Hoy en día caigo en cuenta de esto y me horroriza pensar que tan colonizado tenía mi pensamiento, también en lo ingenua que fui al intentar “explicar” mi experiencia desde esto, quizá me hubiese patologizado y jamás hubiese entendido de diversas maneras el concepto dolor (bueno esto solo es una suposición, un posible desenlace, si lo tomaba desde el psicoanálisis).

No voy a negar que ello en parte me condujo a pedir ayuda por primera vez en mi vida, me animo y me permitió (bajo mi terquedad) ir al psicólogo, cuando le comenté mi experiencia por primera vez al profe Pablo, el mismo me acompaño, vio la necesidad de comenzar a sanar. Realmente eso me comenzó a levantar, entendí que auto compadeciéndome jamás iba a lograr empoderarme y enfrentarme a todo el dolor que cargo. Cuando decidí plantear el proyecto, no voy a negar el miedo que me causo, comenzar a hurgar en mi memoria, pero lo creo necesario, llegue a conceptos como deconstrucción (Derrida), transgresión (Bataille) para definir lo que quería para mi vida. En esos instantes no había caído en cuenta que me faltaba algo. Diego (compañero de la universidad javeriana, de la facultad de artes, su trabajo se enfoca en el cuerpo desde una perspectiva de género) un amigo muy cercano me insistió que debía estudiar feminismo, me limitaba a asentir con la cabeza y a ignorarlo, aunque algunas veces lo ayude a leer a Butler, me daba terror, quizá por la imagen poco favorable que suelen vendernos del feminismo, en especial el de tercera ola (cosa que estudie en mi semillero de investigación, sobre mujeres medievales Donna me Prega, una tarde decidieron que era necesario conocer bases sobre el feminismo e hicieron una exposición de 3 horas sobre ello).

Seguí en mi mundo (lo que llamo las clases de filosofía de la educación, a lo único que le ponía todo mi empeño, a mitad de carrera), discutía conceptos, posturas con el profe Pablo, las acercaba a un enfoque ético (algo que me fascina), porque en palabras de Melich “la ética es una trasgresión de la moral”, de lo rígido, de lo impuesto, un análisis de lo cruel, para cambiar las prácticas que venimos implementando. Juro haberme leído Lógica de la crueldad, Ética de la Compasión y El otro de sí mismo de Melich con mucho entusiasmo, repetía las lecturas hacia esquemas gigantes para conectar otros autores estudiados, me animaba que existiera algo que se tomara el tiempo de entender rigurosamente la crueldad, el dolor, la ética. En base a esas lecturas decidí tomar el concepto dolor como base de mi investigación, “mi experiencia del dolor” era mi base de estudio, al principio lo catalogué como algo muy existencial (quizás lo sea, no lo sé). Analicé mis escritos “automáticos”, mi diario, resulta que en la adolescencia escribía muchísimo, todo lo que sentía, lo que veía y lo intentaba plasmar en forma de poemas (mal escritos, que daban cuenta en parte de mi formación). Comprendí que muchas palabras escondían (eufemismos) muchas emociones, negaban acontecimientos. Fue tan así que no acepté la depresión hasta tener las primeras terapias en la universidad. También mis obsesivas fijaciones con canciones, libros y objetos que representaban mi “memoria”, curiosamente los cargaba a todas partes, mi espalda sufrió mucho durante diez años, los compañeros de la universidad le decían a mi maleta “bolsillo de Doraemon” (lo que necesitaras había). Yo le decía “estar preparada para todo”, la verdad odiaba estar en mi casa y convivir con la familia de mi mamá (también con ella, pero ese no es el tema).

Hoy pienso que toda esa experiencia en la universidad fue necesaria para mi proyecto, aunque falta un paso que fue decisivo para acercarme definitivamente al feminismo. Creo haber contado esto antes (quizá siempre lo cuento de diferentes maneras, pero van a lo mismo), cuando expuse mi propuesta de grado, invitaron a la profe Diana Acevedo, quién se dio cuenta que mi investigación desde la experiencia, estaba siendo tomada desde hombres, académicos e iba a ser analizada quizá de una manera colonial. Ese día me recomendó un libro llamado La guerra contra las mujeres de Segato y me hizo comentarios sobre conceptos que son tomados del feminismo y llevados por autores como Melich a sus análisis (sí que tenía razón, el tomó muchos conceptos de Butler, me puse a revisar cuidadosamente). Decidí ahorrar y comprar el libro de Segato, cuando leí el primer ensayo la verdad me provocaba llorar, analizaba muy detalladamente la violación a los cuerpos de las mujeres, como apropiación de un sistema estructural patriarcal que educa a los hombres bajo preceptos que normalizan ciertas acciones, en parte por el poder (jerárquico). Quizá algo que no se me olvida es que la violación es una forma de apropiación de los cuerpos, que los legitima frente a otros hombres. No pude seguir leyendo el libro, lo dejé de lado un tiempo, porque sabía que me iba a enfrentar a muchas cosas que abrirían la carne y comenzarían a sacar las memorias “olvidadas”. Diego me acompañó en ese proceso, posteriormente Nataly (ella es una compañera de la Nacional, de antropología, quien decidió llevarme a los círculos de mujeres de filosofía, para contar las experiencias que han vivido en la academia, habían de más carreras claro) que me sugirió ver la teoría encarnada, busqué algunas cosas y entendí que el cuerpo es negado en la academia, en sí yo diría que la experiencia, el cuerpo es pensamiento, es vida, es memoria, es silencio, es olvido (los últimos tres conceptos son la base de mis capítulos en la tesis).

Llegamos al día de hoy y aunque al principio me dio terror, creo que estudiar feminismos, me ha permitido reconciliarme conmigo misma, con mi cuerpo. Empoderarme y ser un poco más valiente ante acontecimientos, palabras, e incluso mi propia identidad.



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