viernes, 29 de enero de 2021

Diario, Carlos Galindo

 Bogotá, 5 de diciembre de 2020 

Comparto el siguiente texto, no sin antes contextualizarlas. En un seminario que veo en la licenciatura, una profesora de la UdeA, desde una postura clasista, cuestionó el protocolo de un compañero. Según ella, le faltó, al compañero, compromiso en la elaboración del protocolo. Para ella, el compromiso de un estudiante es positivo, sí y sólo si, el estudiante asiste a todas las clases y presenta un protocolo impecable en forma y contenido. El compañero manifestó que estudia y trabaja al tiempo, de manera que, si tiene el compromiso, pero al realizar el protocolo no le pudo dedicar todo el tiempo, pues llega cansado a su casa, dado que trabaja en obra blanca (rusa), y debe mantener con ese trabajo a su familia. El compañero si tiene el compromiso, sólo que no cuenta, como algunos, con los privilegios que puedan asegurar una buena labor académica. Por ello, él mencionó que no tuvo más opción que descargar la sesión y hacer el protocolo con base a la grabación; a lo cual la docente, replicó; grosso modo, manifestó su inconformidad y dijo que descargar una grabación no es asumir el compromiso como docente en formación. Aunque el compañero expuso su situación, la docente ─que no es de nuestra universidad─ le increpó y omitió su situación. Debido a esto, preparé esta reflexión ─la cual leí en la sesión siguiente a ese nefasto acontecimiento─. Esta reflexión, levantó un montón de animadversión y polémica en doctoras y doctorandos de ese seminario ─que gozan de una aceptable posición económica que les permite dedicarse, extensivamente, a sus escritos─, con lo cual, me siento orgulloso; puesto que, la reflexión cumplió con su cometido. Aunque mi objetivo no era incomodar, sino presentar un encomio a mi compañero de Licenciatura y de clase social (pues tengo muy clara, cada vez más, la importancia de cuidarnos entre nosotrxs). Sin más dilación les comparto la reflexión. 

 

Hilación y compromiso 

Podría aún a riesgo de ser evidente postular dos condiciones que hacen posible la existencia de un producto textil: la máquina y el tejedor. Este último, se compromete, mediante contrato, a informar el producto; mientras que, de la máquina, sólo se busca el rendimiento. Con lo cual, de la máquina se tiene una proyección calculable (horas de uso, obsolescencia, reemplazo), mientras que, del tejedor nada o poco se sabe: está atravesado por la contingencia. En otras palabras, se le puede proyectar un horario y una cantidad de actividades, sin embargo, o no se puede prever o se puede prever con poco éxito la manigua de afugias que le impiden cumplir con su labor. 

Análogamente, en la industria academicista actual, podemos predicar de un protocolo, que son el estudiante y la máquina (computador) quienes posibilitan su existencia. De manera que, mientras la máquina rinde, el estudiante se compromete, bajo créditos y matrícula, a tejer el escrito. De igual modo que el tejedor en la industria textil, el estudiante está atravesado por lo adventicio, de manera que, un plexo de infortunios también le puede alejar de su labor. 

Quizás el intento de analogía, esbozado anteriormente, permita ver que quien cuestiona el compromiso, sin tener en cuenta la contingencia, supone que el compromiso no puede ser afectado por ésta. De esta manera cree, con gran inverosimilitud, que lo pactado ora matrícula, ora contrato, ora matrícula como contrato es condición necesaria y suficiente para un compromiso estable ni siquiera metaestable. Al incurrir en tales suposiciones opera de manera semejante al empleador capitalista, pues bajo el sustrato de tales suposiciones, no hay tal cosa como una búsqueda de compromiso o un reavivamiento de éste, sino una exigencia de rendimiento. De manera que, extirpadas tanto la contingencia como el compromiso e impostado el rendimiento, el estudiante pasa a ser máquina: se le mutea. 

Poco o nada importa, entonces, si hay una gran brecha entre la clase social del docente y el estudiante. Más aún cuando el docente, imperativo, masculla desde su orilla a la hegeliana ¡buscad los tesoros del cielo!; mientras que los familiares del estudiante le suplican desde la otra orilla bajo la consigna marxista ¡busca el pan y luego el reino de los cielos! Poco o nada importa si el estudiante se encuentra en el medio, cayendo, cual Raskolnikov. Mucho menos importa si el compromiso de estudiar se aceptó con amor e ilusión, pero el devenir, impasible e inasible, trastocó la vocación y la convirtió en angustia. ¡Cuánta deshumanización en el aula de lo humano! Que ya no es un aula, sino un espacio virtual que o ninguno o quizás unos pocos hayan entendido (entre los pocos, quizás, Markus Gabriel). 

No hay necesidad alguna de parametrizar los espacios sincrónicos a espacios de logueo. Es menester tener en cuenta a las personas que trabajan y estudian la mayoría de nosotrxs (estudiantes de la UPN), a las personas que no pueden tener la máquina a su disposición o que algunas veces no la tienen a disposición, a las personas que teletrabajan en el sector servicios, y a las personas que no teletrabajan en dicho sector y por ello tienen que ausentarse de sus hogares, exponiéndose y exponiendo a sus familiares, pues no tienen más opción. Estas personas que no pueden asistir, presencialmente, y seguir el hilo de una discusión, pero que luego de terminar sus labores, extenuadas, descargan un vídeo y hacen un protocolo, tienen más compromiso que cualquiera de los presentes y poco importa un laurel académico ante un acto tan loable como el mencionado. Mi más sincero aprecio para esas personas que entienden que ya no es posible hacer filosofía sin los zapatos llenos de barro. 

Algo, más allá de un escrito, nos debe quedar de Patočka y la Vzmach. ¡Cómo ofreció su vida por unos pobres diablos, quizá sin un mendrugo (azotados por la dictadura, como nosotrxs)! Cómo les ofreció su apartamento, pero ante todo su corazón antes que sus postulados. Quizás se pueda ver como una curiosidad el hecho de que el maestro les haya ofrecido su apartamento, pero estoy seguro que dista de serlo. Es un acto de descontracturación de una filosofía que se pretende como academicista, cerrada y centralizada para una clase social determinada y se abre para acoger a quien quiera y no tenga necesariamente que pagar para conmoverse. Patočka fundió su vida con la ἀρετή llevándola al punto más alto: el ideal agonístico. 

Más allá del hilo, protocolar, conductor de una sesión, están los hilos del destino. No sabemos quiénes los tejen: si las Μοῖραι, las Fatae, las Laimas o las Nornas. En todo caso, sabemos que esos hilos no nos pertenecen, que no los podemos parametrizar y que el tejido circunstancial adopta patrones diferentes en cada vida.

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