jueves, 15 de septiembre de 2016

Carta, Astrid García

23 de Agosto de 2016

Apreciada señora Bates

Escribí esta carta con la intención de culminar algunas cuestiones que quedaron abiertas en nuestra pasada conversación, así mismo quisiera incentivarla a que sigamos en la búsqueda de repuestas. Pues si bien logré comprender algunas cosas, se dará cuenta en el desarrollo de mi carta que quedarán nuevas cuestiones por resolver. Recurro a este medio escrito para salir un poco de la escritura académica y también para sentir aquella sensación de libertad que solo una forma comunicativa como esta nos puede entregar. Espero no le moleste mi informalidad y más aún se vea motivada a practicar un poco más esta forma de escritura romántica y expresiva. 

Recuerdo bien que una de las preguntas que más rondó nuestra conversación fue la del principio de todas las cosas; tengo presente que recurrimos a todo tipo de respuestas desde biológicas hasta religiosas, pero pasamos por alto las respuestas filosóficas. En este escrito recurriré a estas (las respuestas filosóficas) de la mano de Aristóteles y su difícil problema del proyecto metafísico. No pretendo con esto resolver del todo nuestra tormentosa pregunta, pero sí pretendo esbozar nociones filosóficas que nos permitan tener otra mirada del principio de todas las cosas, además que las que ya teníamos. También me aseguraré de comentar cómo el conocimiento, la sabiduría y la ciencia tienen un papel protagónico en el camino hacia encontrar la causa primera. 

Para comenzar quisiera recordar un poco a los presocráticos, pues fueron ellos quienes hablaron de forma concreta de las causas primeras. Pues algunas de sus opiniones fueron validadas, ya sea porque hubiesen sido comúnmente admitidas o porque algún sabio respaldara esta opinión. En todo caso fueron ellos quienes instauraron una primera definición de las causas primeras. Los presocráticos pensaban que aquellos principios de todas las cosas provenían de la naturaleza material, a partir de ella estaban constituidas todas las cosas y era a partir de ella que se generaban y se descomponía, pero aun así la entidad permanecía aunque sus características cambiasen, por tanto la materia se conservaba. 

Aquellos presocráticos eran hombres llevados a buscar estas verdades por su amor a la sabiduría. Posteriormente Aristóteles hará referencia a la sabiduría como aquella ciencia que se ocupa de las causas primeras y de los principios. Y es que es cierto que el deseo del hombre por conocer es natural, pero no todo conocimiento es ciencia ni sabiduría. Pues si bien todo hombre percibe el conocimiento no todos llegan a la sabiduría. Por ejemplo, está el hombre de experiencia, que gracias a su memoria constituirá una experiencia sólida de una multitud de recuerdos, y por esto sabrá cómo actuar en casos específicos y no estará a merced del azar. También encontramos al hombre de arte (téchné) aquel que posee un saber especializado, un oficio útil que recoge un conocimiento general de determinados casos, como aquel médico que es capaz de curar a un grupo de individuos que padecen en la misma enfermedad. Hasta este punto los sentidos, la experiencia y el estudio de oficios especializados han tenido un valor de conocimiento en los hombres. Pero para Aristóteles hay un grado de conocimiento superior a los anteriores y este sería el que posee el hombre de ciencia (epistéme), su saber es teorético y está orientado al mero conocimiento. Aristóteles afirmaba que los hombres de experiencia saben el qué, el hecho, pero no el porqué, mientras los sabios conocen el por qué y las causas. Y es que este último (el sabio) debía conocer la ciencia universal en grado sumo, es decir, los primeros principios y causas de las que partían los de más principios. Cabe resaltar que estos últimos se alejan cada vez más de sus sentidos y hacen un uso juicioso de la razón. 

El filosofar en esta época era una alternativa para el hombre que quería huir de la ignorancia. Impulsado por el afán de entender los fenómenos que se le presentaban. Ver la causa primera de las cosas era el afán del sabio, más que conocer al detalle cada cosa que constituía la realidad. Conocer el bien supremo de la naturaleza en su totalidad era tarea del sabio. Por lo anterior, aquellos hombres que se maravillaban ante lo que desconocían, eran llevados por su deseo natural de conocer a preguntarse y resolver las causas que afectan los fenómenos de su realidad, las causas que movían o dirigían estos fenómenos. Algunos como Tales de Mileto pensaban que el principio de todo era el agua, pues creía que esta era en origen de la vida y que la tierra flotaba sobre ella, todas las cosas participaban del agua por tanto se podía explicar la humedad de muchas cosas, como alimentos y semillas. Otros como Anaxímenes de Mileto pensaban que el origen de todo residía en el aire, pues lo rodeaba todo y sin este no habría respiración, por tanto no habría vida. Decía que era gracias a los estados de rarefacción y condensación del aire que las cosas aparecían. En el caso de Heráclito de Éfeso el fuego fue el elemento primario por transmitir su inestabilidad a la realidad, pues esta última está en un cambio constante. Que todo se mueve y las cosas están en continuo devenir afirmaba Heráclito. Posteriormente Empédocles afirmó que lo principios eran cuatro (agua, aire, fuego, tierra) y que siempre permanecían, y su reunión o separación era el único cambio, no se generaban ni destruían. Tal vez uno de los hombres de esta época que más se acercó para Aristóteles a las causas primeras fue Anaxágoras de Clazómene, pues él pensaba que los principios eran múltiples, pues casi todas las cosas formadas de partes semejantes, no están sujetas, como se ve en el agua y el fuego, a otra producción ni a otra destrucción que la agregación o la separación; es decir, no nacen ni perecen, sino que subsisten eternamente.

Después de todo lo anterior aquellos filósofos, ahora denominados presocráticos, se vieron llevados a buscar la causa que reunía o separaba aquellos elementos. Pues si bien era cierto que todo se movía en pro de su aglomeración o escases, ¿cuál será esta causa anterior que intervenía en el cambio y movimiento de todas las cosas? Aquello de donde procede el inicio del movimiento, la causa originadora de este será nuestra nueva pregunta, querida señora. El fin por el que se mueven las cosas, el por qué y el para qué, la causa del orden. Pues se hace evidente que respondiendo estas preguntas a la vez responderemos cuál es la causa o el principio de todas las cosas que son.

Ahora bien mi admirable señora Bates, le propongo estudie esto con detenimiento y me dé su opinión, estaría encantada de leer cuáles son sus dudas sobre lo que expuesto hoy, quisiera saber si algo de este pensamiento le molesta o le es afín. Pues como bien sabe lo que más aprecio de nuestra distante relación son los momentos en los que dialogamos en pro de adquirir conocimiento. Espero se vea motivada y aún más inducida a seguir investigando sobre este fenómeno. 

Quedo atenta a su pronta respuesta.

Con gran aprecio.

ASTRID

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