viernes, 9 de septiembre de 2016

Carta Ingrid Bohorquez

Para la mujer que más amo.

Querida madre, hace tiempo al igual que los hombres que iniciaron a filosofar como menciona Aristóteles en el capítulo dos del libro I de la Metafísica fui movida por la admiración (θαυμάζειν) hacia una ciencia que no es productiva. Esta admiración me permitió reconocer mi ignorancia (ἄγνοια) y huir hacia un saber en vista del conocimiento y no por alguna utilidad. Así que este reconocimiento del no saber es una posibilidad de saber más adelante, de llegar a saber. Si bien la ignorancia me atemoriza porque al parecer no tiene salida, esa sin salida misma me lleva a buscar ese saber, me lleva a saber. Pero este saber al que me dirijo, que busco no nace de la acumulación de muchos recuerdos, no es un saber de experiencias (ἐμπειρία). Tampoco el saber al que me dirijo es un arte; pues el arte se detiene en un saber hacer, que tiene como propósito satisfacer las necesidades humanas de la mejor manera. Aunque el arte (τὲχνε), es una saber que versa sobre lo universal y que comprende todos los casos de la misma índole y es más ciencia que la experiencia, no es el saber que busco. Y el arte es más ciencia que la experiencia, porque, por un lado, aquel no se detiene en consideraciones individuales, es decir, el arte de curar no se detiene en buscar una cura para un individuo sino para un grupo de individuos con la misma enfermedad. Y, por otro lado, es más ciencia porque, el arte conoce el porqué y la causa. A saber, el arte es un conocimiento universal de causas y principios a diferencia de la experiencia que es un saber individual que sabe el qué, pero no el porqué.

Si bien el arte es un conocimiento universal por causas y principios, el saber que busco es más (μãλλον) universal (καθόλου), porque siempre está dirigido a lo que es, es decir, este saber no es variable como sucede con el arte. Y es más universal, porque no tiene finalidad práctica alguna; porque lo posee la divinidad y versa sobre algo divino; porque es el saber más alejado de los sentidos; porque no se subordina a otro saber, es la única ciencia libre. Y no solo es libre en relación con otros saberes sino también es libre en relación al hombre, pues como menciona Aristóteles la sabiduría no es una posesión humana. En esto también consiste su libertad. Así la sabiduría versa en opinión de todos, sobre las primeras causas y los primeros principios. Retomando Aristóteles esta sabiduría sería lo que él denomina filosofía primera, pues se encarga de los primeros principios y primeras causas. 
Querida madre, así que al igual que para los hombres anteriores mi búsqueda de la filosofía se regocija en un desinterés, en la inutilidad del saber, pues la admiración por ella es por un simple deseo del saber. Pues apoyo la sentencia aristotélica: “Todos los hombres desean por naturaleza saber”, y este deseo no se apoya en una utilidad, sino en una condición de ocio que no debe ser entendida como el tiempo libre de descanso y de diversión sino como el tiempo para dedicarse a sí mismo, dedicarse al pensar. 

Madre amada hasta aquí va mi disertación sobre la filosofía y espero hayas entendido la razón de mi elección, la cual no tiene que ver con la utilidad, sino con un deseo por el saber, por el razonar, por el conocimiento. Ojalá esta carta te sirva también ti para que te dejes admirar por aquello que deseas. 
Atentamente, alguien que te ama.

Ingrid Tatiana Bohórquez Ortega

Tema: Met. I, 1-2
Aristóteles. (1998). Metafísica. (V. García Yebra, Trans.). Madrid: Gredos.

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