lunes, 30 de marzo de 2015

Reflexiones, Sebastián Bermúdez

Lucrecio, De rerum natura, I, 1-634

¿Por qué así y no de otra manera?

¿Acaso no eras tú el sol tan alto, tan inalcanzable que las aves veían desde lejos para entonar sus rumbos?

¿No eras tú ese cielo que contenía todo y al cual no se le escapaba nada?

¿No eras tú como aquella abeja que en su panal guardaba toda la miel para el invierno?

Tal vez los osos han venido a saquearla, tal vez notaste que las estrellas se caían de ese cielo, tal vez notaste que no eras sol, eras luciérnaga que recorría errante los pantanos buscando resguardo.

Encontraste la soledad a la vuelta de la esquina ¿no se suponía que dicha soledad tenía que ser de provecho? Decían que alimentarías con ella los caminos del filósofo, sin embargo, mírate aquí, tan anonadado, no pudiendo aumentar esa sabiduría que esperabas, sintiéndote vacío, esperando un eterno retorno de lo mismo.

Ahora pareces un desgraciado esperando la compasión de la cual desdeñabas, hasta aquí se siente el aroma de tu fracaso, desde aquí se ve lo bajo que has caído.

¿Qué piensas hacer? ¿Acaso piensas pasar la vida como un cerdo: estar revolcándote en la inmundicia y en el lodo en el que te encuentras? ¿Te quedarás contemplando más no harás nada? ¿Serás esclavo de los recuerdos? Si haz de recordad algo, recuerda lo siguiente: el olvido es la virtud sanadora. ¡Olvida! Deja ir y si es preciso regresa a la montaña, aléjate de los virtuosos, huye de los mercantes, desdeña de todo, derrúmbate, constitúyete desde tus cimientos.  Vive y no olvides: una vida está en todas partes. 

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