sábado, 14 de mayo de 2016

Reflexión, Ana Ruth Ramírez


A propósito del taller de Consulta Filosófica realizado por Teresa Gaztelu el 20 y 21 de agosto de 2015.

En este taller, con la profesora Teresa Gaztelu, se llevó a la práctica lo expuesto por ella sobre praxis filosófica. La profesora Teresa tal como lo había explicado antes, realizó un diálogo con una de las asistentes, diálogo donde se reflexionó sobre el pensamiento y vida de la interlocutora, por su puesto, tomando como base el estilo socrático (elénctica y mayéutica).

Durante el ejercicio, los espectadores no solo analizamos cada pregunta y cada respuesta, sino también la manera como se hacían las preguntas y la forma como eran respondidas, incluso la gesticulación del rostro y del cuerpo, el tono de la voz, etc. La idea era prestar atención a todo lo que estuviese ocurriendo en este segmento de espacio y de tiempo. Al comienzo lo relacioné con una consulta al psicólogo, pero luego comencé a encontrar el sinnúmero de diferencias entre la consulta filosófica y la terapia psicológica, en especial la manera como, muy socráticamente, la profesora Gaztelu intentaba que su participante sacara de sí misma, de su propia vida, lo que ella quería saber. Poco a poco, ella iba comprendiendo que sí sabía lo que quería y lo que debía hacer, solo que no había tenido, tal vez, las preguntas correctas que debía hacerse y responderse honestamente, para ello estaba allí la profesora Teresa. No se trataba de una terapia guiada, con la lista de preguntas por hacer, era algo fluido que se iba desarrollando poco a poco durante la consulta. Me encantó la manera como se apeló a la razón todo el tiempo, es como si se le dijera a la interlocutora “tú puedes pensar, hazlo ahora y actúa”.

Fue inevitable para mí recordar que desde que era una niña jamás confié en los psicólogos. Nunca me gustó que me dijeran lo que debía hacer con mi vida, algo que para mi familia era terrible. Jamás sentí que tuviera algún problema, solo, y ahora lo comprendo, no tenía las preguntas precisas que realmente necesitaba hacerme. Me habría gustado ser la participante esa mañana, pero me dio temor, creo que a todos los asistentes nos sucedió lo mismo, sobre todo por los espectadores. A medida que avanzaba el ejercicio ya no me iba viendo como una consultada sino como la persona que hace la consulta. Me sentí motivada y pude encontrar una manera más de hacer filosofía, de llevarla fuera del aula, de los libros, de los seminarios, una manera de hacerla práctica, de hacerla experiencia de vida, de demostrar que sí es necesaria y relevante para la vida.

No es que no considere las emociones y sentimientos del ser humano a la hora de la acción, pero creo que todo ello, si no va guiado por el acto de la razón, siempre nos va a hacer regresar a las mismas preguntas: qué hicimos mal, qué no hicimos o qué nos faltó hacer. Vengo de una familia religiosa, y gracias a ello tuve la experiencia de ver y de vivir una vida donde te conducen todo el tiempo: no puedes hacer esto, no puedes hacer aquello, no te atrevas a pensar por ti mismo, solo debes obedecer y si te sientes frustrado, solo resígnate y reza. Creo que la espiritualidad es muy importante, pero aquella se fortalece en la medida en que me hago responsable de mis pensamientos y actos, algo que se verá también reflejado en mi manera de ver el mundo y mi trato con los demás.

De acuerdo a mi experiencia de vida, pude observar que la consulta filosófica, tanto individual como grupal, en un lugar cerrado o abierto, pero con todas las condiciones para evitar distracciones, es una actividad muy necesaria en nuestra sociedad actual, pues no necesitamos que nos digan qué hacer, es más, muy dentro de nosotros somos rebeldes en un principio a este tipo de cosas, solo que con las experiencias duras de la vida y con ciertos hábitos nos acostumbramos hasta tal punto de creer que es lo mejor que podemos hacer. En nuestra sociedad se han venido desarrollando una serie de costumbres que nos dicen todo lo que debemos hacer, esto me recordó mucho a Foucault, la televisión, la religión, la política, incluso la misma escuela, eje de la formación de toda persona. Todo esto conlleva a que las personas se hagan dóciles, juiciosas y que hagan caso para que todo marche bien. Si te sientes fracasado visita al psicólogo o ve a la iglesia, llora todo lo que puedas y sigue viviendo igual, solo que ahora más resignado y paciente.

Creo que la consulta filosófica, implementada no solo en la academia sino en cualquier institución, sería algo como un acto de revolución, porque cuando comenzamos a pensar por nosotros mismos, y más aún cuando llevamos a la práctica dichos pensamientos, todo comienza a cambiar, la vida cambia y a nivel general la sociedad cambia. Habría una transformación positiva, y aquello que en un inicio parecía una propuesta ingenua e inocente, viene a convertirse en algo verdaderamente serio y relevante para bien de todos los individuos, contemplaríamos su verdadera importancia. A la hora de hacer personas responsables y maduras el papel de la consulta filosófica añadirá un gran valor.

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