miércoles, 11 de mayo de 2016

Reflexión, Sebastián Gil

A propósito del taller de Consulta Filosófica realizado por Teresa Gaztelu el 20 y 21 de agosto de 2015.

Desde que era pequeño siempre vi a Sócrates como una especie de superhéroe, mi tía solía sentarse y relatarme las hazañas de este hombre. Mi imaginación muchas veces se dirigió hacia ese pequeño anciano andando por las calles de Atenas intentando hacer la vida de todos mejor. Ahora, sentado en la sala donde se realizará el taller, me pregunto: ¿cómo puede ese hombre influir en algo como la consulta filosófica? La respuesta llega más temprano que tarde: la mayéutica, la práctica del diálogo y la interpelación constante.

La conferencista empieza aclarando algunos puntos importantes de cómo se debe abordar la consulta. Se debe indagar en las creencias del consultante y enfrentar los argumentos que hay al respecto con algún tema moral. Siempre se debe preguntar por opiniones, ya que se busca la verdad como coherencia interna, esto por la naturaleza aporética del método socrático. En resumen, hay que propiciar una investigación que haga un descubrimiento sobre el interlocutor. Me  gusta la premisa de esta praxis filosófica, volver a la filosofía de aquel héroe de mi infancia, volver al filosofar de verdad…

Durante el taller me surge una pregunta: ¿es la consulta filosófica acerca de la identidad? Así parece al menos, aunque también da la impresión de que es sobre transformación, sobre autoconciencia. Algo que sí es claro, es que se dirige a alcanzar un modo de vida nuevo, uno mejor.
El ejercicio que se propone como meta del taller es una auto-consulta, donde uno debe ser sujeto de análisis y el analista. Debo aceptar que me asusta un poco, siempre he pensado que me conozco bien, pero por eso mismo sé que hay puertas que no debo abrir.

Otra pregunta me surge es ¿cómo  puedo integrar esto con mi futura labor de docente? ¿se puede hacer con un grupo lo que se hace con una sola persona? Al parecer, es muy difícil sin perder profundidad. Además insertar los contenidos teóricos necesarios; o mejor dicho, requerido por las instituciones educativas es todo un reto. Otro problema es la ambientación, me imagino que una consulta con un filósofo debe ser como con un psicólogo, al menos en cuestión de ambiente. Se necesita un ambiente tranquilo y en un colegio, o peor aún en un salón de clases, es una labor casi imposible.

Empieza el primer ejercicio, que es más un ejemplo, el conejillo de indias es la profesora Diana Acevedo. Se explica que debe haber un análisis de las palabras usadas en las respuestas tanto como en las respuestas mismas. Es algo atemorizante, se ve atemorizante. En un principio no veo la diferencia a cualquiera de las consultas que tengo con mi psicólogo, aunque algo que es claro es que el tipo de preguntas que se hace está dentro de un espectro más amplio.

Creo que mis temores frente a la consulta se hacen realidad. Es necesario centrarse mucho en uno mismo, por experiencia sé que en una consulta psicológica uno puede evadir la cosa olímpicamente pero aquí por el tipo de preguntas que se hacen la única opción es ser honesto y autoconsciente. Eso muchas veces puede ser chocante y me doy cuenta que este tipo de terapia, aunque es llevada casi que cariñosamente por parte de la conferencista, es extremadamente fuerte, absorbente aprehensiva . La profesora misma se ve incómoda, uno se da cuenta pronto que la consulta filosófica somete al consultante a un nivel de introspección y carga emocional sorprendentes.

Cuando termina el ejemplo, la palabra que usa la profesora para describir la experiencia nos deja a todos muy claro lo que se siente: iluminador, esa es la palabra usada, revela que encontró ciertas puertas en su conciencia y las encontró cerradas. Me doy cuenta que esto es diferente al psicoanálisis también por la carga intelectual a la que se somete el paciente, hay una presión por la coherencia y la argumentación. Uno nunca se imagina ese sentimiento cuando lee un diálogo socrático, pero al ver este ejercicio de cerca se hace patente el esfuerzo intelectual que se tiene que hacer para mantener esta clase de conversación. La profesora corrobora mis pensamientos, ella le da un peso muy grande a que dentro de la consulta hay que sopesar el sentido de las palabras que se usan.

Una cosa que también me pareció interesante es el tema de cómo una pregunta filosófica lo lleva a uno a la introspección personal, generalmente pensamos nuestra vida académica alejada de nuestra cotidianidad, pero en un tipo de ejercicio como este se hace notar que no es así. En la consulta se debe estar dispuesto a no tener razón. La meta más que descubrir o hacer saber es pensar.
Al día siguiente, el primer ejercicio fue un fracaso, un grupo analizando a una sola persona resulto decepcionante, terminamos dándonos a nuestras mañas de filósofos de intentar aclarar un concepto hasta la saciedad.

El segundo ejercicio fue más productivo, al menos en el grupo en el que yo estaba, analizando a Michel nos dimos cuenta de que tiene una relación amor-odio con la música; conmigo no pudieron, yo iba bastante prevenido. Con Brandon fue el ejercicio más parecido a lo que habíamos visto que era una consulta, llegamos a una profunda verdad que tenía guardada: El miedo a la presión y la decepción.

Más tarde, esa noche mi hermana me consultó acerca de un lio de sabanas que tiene, recordé que la conferencista nos había dicho que una consulta podría empezar hasta con la pregunta más banal. Así que sin que mi hermana lo supiera procedí a hacerle una consulta, ella constantemente me decía que si me había consultado era por respuestas y no por más preguntas, pero yo seguí en mi labor socrática hasta que después de unas dos horas de dialogar, ella llego a una conclusión dándose cuenta de qué es lo que de verdad siente. Yo estaba sorprendido, en un día hice que dos personas abrieran puertas en su conciencia y me di cuenta que es un camino que me gusta, que en el fondo siempre he estado tratando de seguirlo, la filosofía para la vida buena, el filósofo al servicio de la sociedad siempre me ha gustado por eso estoy en una licenciatura.

Recordé una pregunta que tuve antes de entrar a la conferencia sobre el tema de la consulta ¿cómo puede la filosofía cambiar la vida de alguien? Esta pregunta surgió, creo yo, de la decepción que tengo frente a la filosofía especulativa, pero entonces caí en cuenta de algo sobre Sócrates y lo pensé a través de uno de los diálogos de una película “Se nos pide recordar las ideas y no los hombres, porque un hombre puede fallar, puede ser detenido, ejecutado y olvidado pero cuatrocientos años más tarde su idea puede cambiar al mundo”[1]

Solo me deja un pensamiento el introducirme en un primer nivel a la praxis filosófica ¿es acaso esto lo que necesita el mundo? En esta sociedad que cada vez es más vacua ¿lo que necesitamos otra vez es un tábano o varios, que aguijoneen constantemente a la sociedad?








No hay comentarios.:

Publicar un comentario