viernes, 5 de mayo de 2017

Sergio Hernández, Carta a Sade

06/04/2017

Carta a Sade

Estimado marqués, me permito escribirle desde otro tiempo debido a cierta admiración que tengo sobre su trabajo. Por mi parte considero, al igual que Pierre Klossowski, que usted, mi buen marqués, es un verdadero filósofo, “el filósofo de la infamia”. Denominación que no le queda nada mal ¿no lo cree? Su divertida argumentación en boca de sus brillantes y excéntricos personajes es un uso excepcional de una retórica que se desborda del orden tradicional de lo moral. Hace usted notar que al igual que la moral, una antimoral como el libertinaje participa de la razón tan bien como cualquier idea moral aceptada por convenio social; solo que en este caso se trata de perspectivas individuales dentro de la razón general.

En mi opinión, sus personajes: todos ateos y adinerados; sacerdotes, políticos y comerciantes, quienes representan a la misma moralidad de la razón general, dejan en entredicho la forma de uso de los razonamientos, pero no a la razón misma.

La máxima idea religiosa: dios, y todo el sistema moral derivado de ésta, participan de una razón en todas forma general y normativa, pero para sus libertinos, no es más que un sinsentido, pues en estos se tiene como máxima otra idea, una contraria a dios, a saber, el ideal del hombre y su potestad sobre lo que le rodea.

Verá, mi admirado marqués, si hay algo que a mí me interesa es el poder desvirtuar la razón basada en las convenciones sociales, que son falsas por no corresponderse con el sentir individual de todos los hombres, pueden convertirse, según el rigor con el que sean infundidas, en dogmas y máximas incuestionables.

El que usted haya utilizado el sexo, que tiene que ver con la natural necesidad de la reproducción; y también la tortura, que es un ejercicio del poder de uno sobre el otro, y además de eso le haya otorgado una justificación racional humana, y, por tanto, ya nunca más divina, es una magnifica crítica para aquellos monstruos que se esconden tras la fe y la razón.

La monstruosidad que el hombre oculta tras la neblinosa fe religiosa, tras una noble cuna o tras la confianza que otros han depositado en ellos, han caído totalmente en sus burlas impecables. A esos monstruos que aparentan nobleza, a todos ellos, usted, el infame marqués, a todos ellos los has denunciado. Pero me pregunto ¿será que también usted se ha denunciado de igual manera? Sin duda sus recurrentes estadías en la cárcel nos hacen ver que sus contemporáneos así
lo pensaban. Es más, pienso que ellos le consideraban a usted el monstruo por excelencia. “el indecoroso libertino”, eso es usted sin duda; “el criminal”..., quizá. “Un peligro social, promotor del libertinaje y la criminalidad”... ¡Inaceptable! Yo siento que su verdadero crimen fue desenmascarar a los monstruos ocultos tras la apariencia de la virtud. La hipocresía y el embuste prosperan ocultas en la virtud de la cual se sirven, pero en la que no creen realmente. Pero que para mantenerse en sus papeles de líderes o guías fingen descaradamente, claro, cuando tienen que dirigirse a la multitud fingen. Pero en su secreta individualidad saben que es una mentira necesaria, pues es mejor que se siga creyendo de ellos que son los líderes espirituales y políticos, los héroes de la virtud y del buen ejemplo.

Pero al igual que los héroes de sus historias, los libertinos no se interesan por la virtud sino por complacer sus propios apetitos. Vemos en estos que, en una actitud caníbal y voraz propia de sus apetitos, el mancillar la virtud es lo que más le satisface. Entre más se burlan sus personajes de la falsa razón cristiana, más sienten estos que el goce personal es el que impera en el mundo. Alejándose de dios. El ateísmo instaurado justifica la perversidad humana.

Quizá, protegiendo sus intereses prefirieron condenarlo a usted. Pero supongo que eso no debía extrañarle, sus propios personajes harían algo similar con aquellos que intenta delatar sus pasiones. Lo imagino entonces escribiendo a carcajadas algunas de las ocurrencias que pone en sus personajes mientras se encontraba prisionero. La actitud de esos monstruos ocultos provoca de cierta forma rabia y risa, pero usted les ha superado y se ha burlado de ellos con gran estilo.

Con gran admiración, por ser usted un filósofo como ninguno,


Sergio Hernández

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