lunes, 8 de mayo de 2017

Sergio Hernández, Carta a Crhistian Palomino


Para Crhistian Palomino.

Querido amigo, me dio alegría el recibir su carta. Déjeme decirle que estoy de acuerdo con usted en que somos construidos también en las conversaciones que mantenemos con otros, ya sean allegados o desconocidos. Pero bien sabe que cada conversación no es en defensa de un punto de vista personal, el cual contrastamos indiscriminadamente al de los otros. No se trata de una lucha en la que el discurso de alguno debe salir triunfante. Para esta lucha de discursos se abren otros espacios que son más del talante académico. Pero si intentamos responder a la pregunta sobre la vida filosófica, como deja manifiesto al final de su carta, debemos dejar de lado este tipo de consideraciones que pretenden posicionar nuestro punto de vista sobre el de los otros. Es decir, no por estudiar filosofía debemos ostentar, como en un impulso de charlatanería, nuestros conocimientos.

Verá, le contaré, no fue por ser invencible en el arte de la retórica por lo que me interesé en el estudio de la filosofía. La filosofía me ayudó a comprender que la única persona que debo intentar convencer primero que nadie es a mí mismo. Al igual que a muchos otros la filosofía llegó a mí en el colegio por parte de un profesor admirable que, en un despliegue de sabiduría popular, me abrió una forma distinta de ver el mundo a mi alrededor. Recuerdo que alguna vez en una de sus clases saco un billete de 5.000 pesos en frente de todos para explicarnos el valor del dinero, enseguida nos explicó que ese billete era la representación, antes, de un oro existente en el banco de la república. El billete en sí es solo una representación, un valor ficticio y para demostrarlo, inmediatamente saca de su bolsillo un encendedor y le prende fuego mientras decía: “el que el papel arda no significa que arde el oro que está en el banco, solo que yo ya no tengo como demostrar que ese oro me pertenecía”. Para mí, el hecho fue impactante, al igual que para mis demás compañeros de salón, pero seguro no fue de la misma forma. Hablando de mi caso, la seguridad del contundente mensaje fue de gran influencia en mí. Es como un aprendizaje cínico, como Antístenes enseñándole a Diógenes: hay dos cosas en el mundo, unas que puedes tener y otras que no, nada que sea una representación se puede tener, pero en cambio sí se pueden jugar con ellas, en ese momento se vuelven tuyas. Por supuesto, hablar de los cínicos no era la intención del profesor, su ética era muy parecida, a mis ojos, a una ética cínica, pero de ninguna forma pretendía dar a entender tal cosa. Así era ese sujeto no tan sujeto, lo veía liberado por el conocimiento, con la frente más en alto que cualquier otro y, sin embargo, solo manifestaba una sonrisa infantil y un saludo sencillo. ¡Que maravillosa persona! Diferente digo yo a otros, ya sean profesores o personas con las que uno conversa, que se convierten en “amos del discurso”, y pretenden a toda costa ser los poseedores de la verdad. Algún interés han de tener en considerar necesario el defender tan puntualmente un discurso ¿no lo cree así? Hay una diferencia considerable entre decir filosofía y hacer filosofía. ¿El hombre puede tener ambas en sí mismo? Considero a este tipo de hombre un filósofo. Espero no me malinterprete, Crhistian, no estoy satanizando el discurso, satanizo a quien lo aprende con ánimo de tener la razón en algo, lo cual siempre involucra al otro y no como alguien que toma para sí lo que necesita de todo lo que se pueda escuchar y aprender. Si aprendieran correctamente sabrían que es insensato defender con la vida un discurso y cobarde tener un discurso para defender su propia vida. Existe egoísmo y vanidad en estas formas de pensar, otra enfermedad.

Por ultimo quisiera decirle amigo mío que, en la siguiente carta, en la medida de lo posible, me gustaría llamar la atención sobre el tema de la razón. Este no es tema minúsculo en nuestra discusión. Considero, uniendo cabos, que la razón da posibilidad al discurso ¿pero de qué manera cree usted que lo hace en tiempos como los de hoy en donde el discurso se posiciona incluso sobre la vida? ¿Qué clase de discurso ha de ser el del filósofo? ¿O será más bien restarles veracidad a los discursos una labor propia del filósofo? Estas son las consideraciones que le dejo.

Nuevamente, con sincero aprecio,

Sergio Hernández

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