martes, 16 de mayo de 2017

Rigoberto Hernández, Carta a Natalia González

Bogotá, 13 de mayo de 2017

Reciba un respetuoso y jovial saludo Natalia.

De antemano le manifesto humildemente me excuse, esto porque a partir de su última carta he releído las mías, y pues he encontrado varias cosas que me generan amarguras para conmigo mismo. Debido a lo anterior, he variado partes en mis respuestas pensando en mejorar su comprensión, sé que esto altera la correspondencia pero, le repito, siento desazón. Tomando las cosas de manera positiva, creo que en la escritura epistolar el encuentro con el otro implica el auto encuentro.

En su última correspondencia, que me ha parecido justa, desafiante e interesante porque tiene en cuenta mis afirmaciones desde otra óptica, no puedo dejar de valorar sus palabras tanto manifestándome sus pensamientos, como exhortándome a mejorar mi escritura, algo que me agrada, me hace sentir más comprometido e interesado por hacerme entender y aprender cosas nuevas, esto lo recibo con un profundo aprecio. Sin embargo, siendo franco no sé cómo desarrollar estas líneas; principalmente porque siento la desconfianza sobre mis hombros. Buscando sobreponerme a este sentimiento y no dar la impresión de autocompadecimiento, pienso que escribir bien es algo que no se logra de la noche a la mañana y que por lo mismo es inútil sentirse afligido solo porque las cosas no salen bien a la primera.

Por otro lado, en relación con el contenido me centraré en un punto. Mentiría si digo “no con el ánimo de polemizar”, pero creo que dicho ánimo subyace y es notorio, por lo menos en mi correspondencia. Ese juicio de encontrar el debate molesto, ya sea porque es impertinente o pretencioso, creo que invisibiliza algo fundamental, y es el “aprendizaje” y el “deseo de aprender”. Además una postura pasiva frente al pensamiento del otro no necesariamente implica respeto.

El punto al que me refiero son “los vínculos entre escritura y verdad”. Yo comparto que la escritura no implique un compromiso con la verdad, pero ya que la escritura está más cercana a la “intención” e “interés” de quien escribe, además que el término “verdad” implica serios cuestionamientos, creo que la escritura implica un compromiso con uno mismo.

Desde este punto de vista la escritura posibilita un conocimiento propio, lo que es sumamente importante para la persona que lo valora y que se esfuerza en cultivarlo por medio de esta. Además la escritura como forma de sistematización del conocimiento es la memoria del ser humano. Esto ha hecho que se la subraye, y en ese sentido sea objeto de regulaciones. Pero esto no significa que la escritura sea la única forma para cultivar el saber.

Ahora, no estoy diciendo que la escritura está sobreestimada en tanto forma del conocimiento, de hecho compagino en que es necesario el saber escribir. Sólo que me parecen curiosas las regulaciones a las que es sometida la escritura para que su materialización tenga algún valor. A mi juicio estas regulaciones son inquietantes y, creo, se relacionan con la racionalidad. Influenciado por uno que otro autor me inclino a pensar que esta racionalidad es una de las tantas formas de conocer la realidad, pero que esta se establece como la única válida en virtud de cómo se acerca a la realidad, de su sistematicidad, de su rigurosidad etc., y por qué ha podido extirpar el interés.

¿Y es que hay alguna clase de relación entre la escritura y la racionalidad? Según lo veo, la escritura académica está ligada a la racionalidad en términos del método. En subdividir el problema en partes más sencillas, y después recomponerlo para comprenderlo. Ahora en la escritura que se exige en la academia esto se da, las ideas deben ser subdivididas en oraciones, enunciados, proposiciones y premisas que deben seguir un orden lógico. Se nos pide escribir diferenciando los elementos porque esto es sinónimo de razonabilidad. Básicamente digo que la forma (“la claridad”) con la que se nos pide que escribamos, distrae de lo importante, que pone el acento en el “cómo” y obvia el “quién”, el “qué” y en ese sentido obviamos la cuestión ¿qué quiere? Creo yo que en la escritura académica dicha cuestión está vedada en aras de la objetividad de lo que se escriba.

He leído las cartas de compañeros nuestros y me inclino a pensar que de una u otra forma algunos referencian algo similar. Yo lo repito de la siguiente forma: ¿Qué clase de interés se hace pasar por desinterés? Y en ese sentido creo que lo que se nos escapa es la importancia de la “historicidad”, porque tras un quién hay una historia.

Para terminar le agradezco la orientación que me propuso recientemente, ya que usted sugirió hablar de las historias lo cual me parece pertinente. Usted me hizo caer en cuenta que nuestra conversación tanto implícita como explícitamente tiene esto como transversal, es decir, la historia. Algo que retomo con agrado para decir que de cierta forma el qué y el cómo está mediado por la historicidad. Filosóficamente me inclino a pensar junto a Gramsci que todos los seres humanos son filósofos y filósofas en alguna medida porque se desarrollan en un tejido social, que tiene lenguaje, creencias, tradición en ese sentido que todos despliegan un discurso más o menos coherente que dan cuenta de una forma de percibir la realidad.

Nuevamente le agradezco compartir conmigo este espacio virtual, en que me manifiesta su ser y en que puedo ser, ha sido bastante estimulante para mí. Espero poder seguir con este ejercicio ya que me parece sumamente interesante. Quedo a la espera de su respuesta.

Con profundo aprecio

Rigo Hernández

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