lunes, 15 de mayo de 2017

Rigoberto Hernández, Carta abierta


Bogotá D.C., Colombia
21 de Febrero de 2017

Compañeros y compañeras docentes en formación
Licenciatura en Filosofía, UPN
Seminarios de clásicos contemporáneos de la filosofía de la educación.


Respetados escuchas:

De antemano les manifiesto un cordial saludo como corresponde, la presente tiene como fin entablar redes de comunicación sobre el primer punto del seminario (experiencia propia de la profesionalización de la filosofía en la licenciatura) por lo que brevemente expondré uno que otro elemento anecdótico y reflexivo de mi vivencia en la licenciatura. Inicialmente consideraré una dimensión humana refiriéndome superficialmente al deseo de saber, en este sentido consideraré mi acercamiento a la filosofía desde lo espontáneo y libre en periodos de mi infancia, preadolescencia y adolescencia para después abordar el tema en cuestión.

Vagamente recuerdo que en la primera de estas etapas esperaba la ocasión en que no tuviera nada que hacer. Por ejemplo, en el transporte público, sobre las piernas de un familiar, conocido o de alguna persona que se ofrecía a llevarme, veía a las personas y curioseaba en sus rostros, qué relación podrían tener con los sabores ¿a qué sabe ese rostro? creo que pensé. Algunas caras me invitaban a pensar en dulce, salado, insípido o seco, amargo, etc. Recuerdo también lo sensible que era a los olores; al ser fuertes estos me generaban náuseas, este hecho estaba relacionado con sus rostros.

Otro punto importante fue la música, aunque no me atraía cualquiera. En la medida en que me interesó la lírica, sólo escuchaba en español, y aunque el ámbito instrumental me conmocionó emocional y sensualmente, repasaba una y otra vez las letras para hallar la historia y encontrar el sentido de géneros como el rock y algunas derivaciones del metal. Los géneros populares no me llamaron la atención desde lo instrumental y lírico, escucharlos durante tanto tiempo en situaciones determinadas hizo que tuviera una idea de estos algo peyorativa, por supuesto jerarquizaba estos géneros por juicios de valor que establecen lo bueno y lo malo –aún se hace, la diferencia es que ahora el discurso es más racional con lo que quiero decir más “elaborado”–. No entendía la dimensión identitaria que obedecía a formas particulares de percibir la realidad. En este momento pienso en la relación poesía-filosofía por la sabiduría que se manifiesta en ambas.

Claro también se puede decir que esto no es propiamente filosofía ya que carecía de conceptos, método, categorías, universalización etc. Algo con lo que estoy en parte de acuerdo, pero en lo que no me voy a detener. Quiero poner el acento en la dimensión humana que es el deseo de saber y con esto situar la filosofía en el ámbito de lo vital. Hasta aquí puedo decir que es un acercamiento que partía más de dejarse fluir en los pensamientos que suscitaron los estímulos, o mediado por la poesía, sin embargo creo que estas y otras experiencias (y el placer que me generaban) hicieron de acicate para sentirme atraído por la pregunta y a la postre por la filosofía.

En la adolescencia me retiré del colegio y después de un tiempo de trabajar regresé. En el último periodo de la vida escolar este gusto se concretó como una orientación para mí dicha. La Universidad Pedagógica Nacional hacía apertura del programa de Licenciatura en Filosofía, hice las diligencias necesarias para abrirme esta posibilidad, claro si bien a los 20 años no tenía las cosas claras –menos una proyección profesional con sus implicaciones– sí tenía claro que quería saber de filosofía hasta llegué a intuir que lo que vería sería “historia de la filosofía”.

Inicialmente mi ingreso a la formación profesional fue tremendamente tedioso y desorientador en la medida en que era eminentemente discursiva; imagínense ver durante dos horas o tres a una persona que mueve la boca, se escuchan palabras que medianamente se articulan para construir sentido, que se logra principalmente de los contenidos que el estudiante tenga.

Las personas que sabían de filosofía asentían con la cabeza o musitaban: “aja”. Uno intuía que tenían su propio lenguaje al cual era necesario acoplarse, tal cual un módulo, bajo las exigencias de la escritura y la lectura rigurosas. Quisiera decir que ni la una ni la otra fueron problema pero nadie y principalmente yo podría creerlo. Hablando con algún compañero me decía: “la escritura es muy difícil como la quieren ellos, por no decir una mierda. ¡Ya sólo dejen escribir!”. Y hasta cierto punto tenía razón: ¿Hasta qué punto ciertas dinámicas de la normalidad educativa limitan el aprendizaje, ya que este es experimentación y en estas no hay tiempo? Si bien es cierto que la escritura filosófica en virtud de su identidad debe tener ciertos parámetros, estos no se logran de la noche a la mañana por genialidad o inspiración sino que se forjan en la práctica disciplinada, algo que por lo menos para mí resulta difícil. Aún hay textos que no puedo comprender e ideas que no puedo expresar sintéticamente salvo de una forma plástica.

En este punto tuve una noción de la filosofía estéril en tanto actividad práctica; se reducía a algo para lo cual no era bueno y en lo que no podía ver un avance. Aunque –se supone– sabía cómo hacerlo, no podía hacerlo bien según lo sugieren los parámetros. Creo que fue una percepción repetitiva que me llevó a sondear la tristeza de sentir que no aprendo. Resulta lacerante pensar que estamos determinados a caer una y otra vez con la misma roca; digo –entrados en este punto del desarrollo de nuestra conciencia– podemos suponer que no habiendo un fin predeterminado para el ser vivo, la vida adquiere sentido en la medida en que se aprende y si no se aprende ¿qué sentido tendría? Afortunadamente tenemos esta habilidad y creo que debemos buscar formas para potenciar y mantenerla.

Algo curioso que me interesa destacar brevemente es que el ejercicio práctico de la enseñanza me ayudó a superar este estado. A pesar de haber tenido una experiencia más numerosa en la enseñanza (en la pre adolescencia tuve contacto con un grupo de profesores que se centraban en educación popular) la licenciatura pasó desapercibida, este factor se caracterizó lentamente al dimensionar sus implicaciones, mis condiciones socio-materiales y por supuesto las condiciones de subalternidad de la educación y la filosofía en un país como Colombia.

Por supuesto el ámbito social-material siempre está presente. Abiertamente se debe decir que las posibilidad de desarrollo personal que representa la universidad (profesionalización) están ligadas al desarrollo económico y material; más allá de toda idealización de orientación están las promesas de mejores condiciones de vida, es decir, de ascenso social. Claro, también se puede decir que esta percepción obedece a la desaparición de los fines de la formación humanista, pero esto no hace que la realidad de la que se deriva sea menos cierta, resulta ingenuo creer que las circunstancias del entorno no condicionan en parte al sujeto, además si algo he podido forjar –se supondría– es una postura crítica, por lo cual uno no traga entero ciertos imaginarios colectivos. Teniendo en cuenta lo anterior las posibilidades de encontrar un trabajo formal no son muy estimulantes; todo lo que no esté en función del rublo económico es inútil –se piensa– por lo mismo la filosofía y su carácter humanístico no es valorada. Se sale a competir y en este sentido es necesario desarrollar otros saberes, español, historia, sociales, inglés etc., lo que no quiere decir necesariamente darle una carácter interdisciplinar a la filosofía.

Tanto la una como la otra (la dimensión filosófica como pedagógica) demandan un vigor intelectual y emocional. También se puede decir que desde el punto de la misma enseñanza la universidad no prepara; gran parte de lo que se habla y se escribe en el claustro universitario no retrata el acontecer en el aula escolar, supongo que de ahí la importancia del periodo de prácticas.

Finalmente, hoy después de haber recorrido parte del entramado puedo decir que la profesionalización de la filosofía, como Licenciatura en Filosofía en la Universidad Pedagógica Nacional, tiene como campo de referencia situaciones vitales en tanto necesidades individuales colectivas e históricas, que ponen sobre la mesa la importancia de la filosofía como reflexión de la realidad individual y social.

No siendo más me despido agradeciendo la atención prestada, quedo atento a cualquier inquietud o sugerencia.

Atentamente,

Rigoberto Hernández Sánchez
Docente en formación

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