martes, 16 de mayo de 2017

Rigoberto Hernández, Carta a Natalia González

Bogotá, 14 de marzo del 2017



Estimada Natalia, inicialmente me excuso por la lentitud de mi respuesta.

De su carta hubo varias cosas que me llamaron la atención, voy a resumir de la siguiente manera los temas que creo trata de desarrollar, así mismo los trataré en el mismo orden:

1) Filosofía y las miradas

2) Historia de vida

3) Responsabilidad social con el otro

4) La escritura

5) Sentimiento de inconformidad y tristeza

Debo reconocer que me sorprendió su carta, como la meta es aclarar los sentidos de lo escrito, pienso que son buenas las segundas, terceras y hasta cuartas impresiones.

En cuanto a los dos primeros puntos, bueno, creo que uno expresa más de lo que quisiera con su corporeidad, su forma de mirar, y así mismo la historia de vida. Sin embargo el acto solamente de ver e interpretar es contemplativo hasta cierto punto, mientras que el acto de comunicación ya permite dimensionar al otro desde su historia de vida. En este sentido encuentro muy enriquecedor o formativo el hecho de conversar con las personas, claro, a veces también es difícil; uno tiene que luchar por expulsar fuera de uno mismo la desidia, apatía, microfascismos o el temor que implica el diálogo con el otro. Sin embargo, no le doy a este un carácter tan inocente, sino que pienso, igual que con la escritura, que la buena argumentación en el uno y en la otra son una forma de superposición ante lo otro. Esto lo trataré más adelante. De momento retomaré algunas cosas que considero importantes de la historicidad de una persona, y tomaré como ejemplo a mi padre, quien es una persona muy supersticiosa y digamos con fe. Se escapó de la casa desde los 5 años. Alguna vez me contó las razones, la verdad no las pude entender, eran una mezcla entre miedo a algo sobrenatural (brujas, fantasmas, diablo etc) y miedo a ciertas personas que lo trataban mal. Me contó lo que hizo de los 6 a los 20 años, las relaciones de amistad y hermandad que pudo construir con niños, niñas y jóvenes que estaban en la misma situación, cómo conseguían la comida (en combos se metían a las fincas y robaban mazorcas, papas, pollos etc, como él era el más pequeño, era el campanero, es decir el que vigilaba); todos los lugares que conoció y cómo llegó a Bogotá y se convirtió en un “Gamín”, cómo era esa forma de vida. Si le digo la verdad resulta bastante peculiar el comportamiento de Roberto –así se llama mi padre-, es bastante social y político, aclaro, no me refiero a que sea un líder social, nada más lejos de él que esa actitud, sino a la forma en que lleva sus relaciones sociales, con una prudencia, diplomacia y alegría pero al mismo tiempo con temor y prevención, estos se combinaban en sus comportamientos. Intuitivamente siempre juzgué este hecho; me desconcertaba su buen trato para con sus conocidos en público, pero su inquietud y hasta su dolor en privado por el proceder de estos, sus suspicacias por sus comportamientos.

Ahora puedo ver una astucia en su proceder, creo, su historia de vida le hizo entender que siempre dependió del otro. Nietzsche decía “la hipocresía también es una virtud”. Roberto experimentó la necesidad de unirse con otros y más siendo un niño de 10 o 11 años sólo, por eso siempre trata de gánarselos y al mismo tiempo siente prevención por el proceder de estos. Algo que se puede sintetizar en ese adagio popular que reza: “una sombrilla no es para un solo aguacero. A partir de estos diálogos con él y de la observación de su comportamiento social, me doy cuenta de una historicidad de la cual emergen sus propias reflexiones y puntos de vista. Algo curioso es que mi papá es analfabeta, entonces por supuesto no me las puede expresar verbalmente de forma articulada y racional, sin embargo sí lo hace mediante sus comportamientos mediados por la prudencia.

Por otro lado, yo concuerdo con usted, en que ni las dinámicas y ni los discursos se excluyen sino que antes bien se sobre pondrían de tal forma que se auto-legitiman mutuamente. Sería interesante ver hasta qué punto la misma escritura (en este caso occidental académica) es una forma de ésta lógica (auto legitimación mutua). El pensamiento racional occidental -pensando lo de “discurso hegemónico”- establece, precisamente desde el plano discursivo, las condiciones de lo racional. Es decir que el plano comunicativo es ya garante de las condiciones (o los modos) de lo que se incluye y excluye. El punto es que quizá hay cosas o discursos que tienen otros modos y registros, que exceden los parámetros establecidos, y son otras formas de acercamiento a la realidad. Como quiera que sea, mi cuestionamiento se centraba más bien en la enseñanza o el aprendizaje; alguna vez conversaba con un profesor que no hay enseñanza sino solo aprendizaje; porque en últimas el educando siempre aprende algo aunque no sea necesariamente lo que el docente pretendió. Por supuesto no lo digo en menoscabo de las prácticas de enseñanza y todo su rigor, método, disciplina etc., o su sustento como rama del saber que aspira al estatuto de cientificidad.

En relación con la escritura me parece que lo que manifiesta:

“Si hay que armar una oración de la manera más limpia y clara posible es para que el otro me entienda. Y si le debo exigir al otro que me hable de una forma clara es para entender lo que tiene para decir, o para decirme”.

Puede complementarse si tenemos presente que el mismo acto de comunicación implica sometimiento o pacificación; si bien es cierto que en la escritura, debo expresarme de la forma más clara para no dar cabida a malas impresiones de lo expresado[NG1]. Así mismo el otro debe hacer lo mismo en relación conmigo, también es cierto que esto es una forma de "agón", de lucha, de disputa, donde a las respectivas partes les corresponde tomar sus glorias según su capacidad para argumentar.

La disputa, por supuesto, no es mala. A mí lo que me llama la atención es una cuestión que se obvia: “que no solamente es” por una buena comprensión como se enfatiza generalmente, sino también por preponderancia. Generalmente se dice que nuestros puntos de vista tiene que ser racionales (claros y distintos) porque deben tratar de dar cuenta de la verdad[1], como si la tendencia a la veracidad fuera un criterio de objetividad, según se cree es muestra de que “no hay ninguna clase de interés o intención, que es la única forma para que ideas o palabras sean válidas” etc. Lo cierto es que este es un discurso que se autolegitima y legitima una forma de vida; sin embargo, yo pienso que no es una la vida que vislumbra cuál es la verdad y la defiende, sino que a la vida en determinadas condiciones le es inherente una clase discurso que asume como verdad y lo defiende.

Para mí, el interés por escribir tiene que ver esencialmente con encontrarme para después reencontrarme; si debo escribir, debo inicialmente conocer o intuir lo que quiero expresar, lo que implica encontrar lo que motiva mi deseo de comunicación, para después expresarme (ser) de la forma más clara. Se supondría que el otro, si quiere acceder a mí, tendría que hacer lo mismo, también se supondría que el carácter racional mutuo me permitir perderme en su sentir (ponerme en su ser) para después volverme a reencontrar. Podría parecer que tiene un carácter individual, sin embargo, creo que este deseo de auto encuentro implica necesariamente al otro y tienen un carácter político; éste halla fortalezas y debilidades propias, solo porque siente la necesidad del otro y busca principalmente acercarse a él. Se supondría que en este ejercicio de tránsito de lo interno a lo externo y viceversa, del sujeto a su entorno y viceversa, estos se mejorarían dándose así, no crecimiento de cada uno, pero una forma de interacción.

Lo anterior no excluye el aspecto económico, no pretender aprender algo si este algo no me garantizara en cierta forma una mejor condición de vida; la escritura en la academia representa junto a un crecimiento humano intelectual, ético, político etc, una seguridad económica. Por supuesto tampoco creo que esto sea negativo, digamos que con arreglo a mis prioridades e intereses convendría más una orientación de la orientación pedagógica. Finalmente pienso que en la medida en que el escribir filosófico –aunque aún no sepamos muy como de hace -compromete el pensamiento y la acción, hay un carácter vital para lo educativo, que acentual el compromiso y la conciencia de esta práctica. Aunque también cuestión hasta qué punto lo que se entiende académicamente por filosofía, considere “para ser transformada transforme”, aportes de las prácticas de enseñanza.

Para terminar quisiera decirle que también me identifiqué con varios de los sentimientos que expresa. También llego a sentir ese malestar con la sociedad y por el sufrimiento humano, pienso en el poder que tiene la mente sobre lo que percibimos como realidad. No digo que la realidad fáctica sea superficial frente a la mental, pero si algo he podido aprender en la licenciatura en filosofía, desde una comprensión vivencias y no meramente intelectual, (que me ha permitido adquirir una visión más profunda de mi realidad) es la necesidad humana de arraigarse a algo, me hace acordar de una frase de Nietzsche:

“Un filósofo: es un hombre –también una mujer– que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias. Alguien a quien sus propios pensamientos le golpean como desde fuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo su especie particular de acontecimientos y rayos. Acaso él mismo sea una tormenta que camina grávida de nuevos rayos, un hombre fatal rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y acontecimientos inquietantes. Un filósofo: ay, un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que con frecuencia tiene miedo de sí, pero que es demasiado curioso para no volver a sí una y otra vez…”

Quedo atento,

Rigoberto Hernández Sánchez

Posdata: en relación con los sabores y las caras, también podría ser que la oralidad, inicialmente entendida como gusto y no como narración, sea un hecho fundamental para él bebé toda vez que a cierta edad (al cachorro humano) esta se le presenta como una forma de acceder al mundo desde sus limitadas capacidades que están en desarrollo. No digo que es la única forma en que el bebé se acerca al mundo, pero sí una de la que yo hacía uso. De esta, y del placer que producen los sabores, queda como reducto, en los estadios subsiguientes de desarrollo del ser humano –presumo yo–, una estructura o imagen mental que, aunque difusa, se pueden asociar otras impresiones. En mi caso relacionaba las características de los sabores con el rostro como una forma de conocer a lo nuevo a través de lo ya conocido. Es decir, como una forma de asociación de lo ya conocido o experimentado (en este caso los sabores) a lo desconocido que causaba asombro, los rostros y corporeidad de las personas y cómo de estos provenía olores característico. Presumo que en la edad inicial del ser humano –primera infancia, infancia y pubertad– este puede percibir una gran variedad de estímulos, capacidad que se va apaciguando y los estímulos van perdiendo su vivacidad al ser naturalizados. La inteligencia como capacidad que crece y se abre paso, se fortalece teniendo como base las experiencias pasadas. La cuestión que me llama la atención ahora es si acaso ¿relacionaba a personas con lo dulce por lo agradables que pudieran ser para conmigo? o ¿o relacionaba los rostros de las personas sólo en virtud de sus características de la cara y odoríferas?


[1] La correspondencia entre lo dicho y lo acontecido, o entre el pensamiento y el objeto.
[NG1]No es para eso, es para que por lo menos se entienda qué es lo que dice el otro.

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