martes, 5 de mayo de 2015

Reflexión, Andrés Felipe Urrego

En el texto “Fenomenología del daño: el “mal aire” y los rasgos del no-mundo para los habitantes de El Placer”, de Ángela Uribe Botero, se expone el concepto de mundo desde la filosofía de Hannah Arendt y Edmund Husserl. Lo anterior para ponerlo en relación con una serie de trágicos hechos provocados por paramilitares, ocurridos en la población de El Placer, en Putumayo. 

Para Arendt el mundo es aquello que aparece ante alguien que le percibe y puede escucharlo, tocarlo, olerlo, etc. Se contrasta este concepto con el desarrollo que Husserl le da, esto es, como un total de experiencia y conocimiento empírico posible; esto configura un horizonte de sentido para el que lo experimenta. Por otro lado, con el concepto de realidad nos referimos a las cosas en cuanto son para nosotros en el mundo, es un rasgo de la experiencia. El mundo otorga sentido a la realidad, pero tal sentido llega del supuesto de que es un mundo compartido; la realidad la constatamos con otros a quienes el mundo también se les presenta. 

Aparece también la noción de lugar. En ese mundo que aparece hay espacios donde convergen determinadas prácticas, rutinas y usos del espacio que constituyen el sentido de la vida común y cotidiana. Algo que permite que el mundo se configure como horizonte de sentido es el hecho que esté constituido por permanencia y estabilidad. Estos aspectos son dados desde el artificio humano, cosas que resultan del trabajo humano para permanecer en el tiempo, para hacer parte de la cotidianidad de quien los percibe. 

Con el desarrollo que se le dio a los conceptos tratados, la autora argumenta que lo ocurrido en la población de El Placer provocó en las víctimas una pérdida de mundo. Grupos paramilitares irrumpieron en el lugar rompiendo con la cotidianidad de quienes allí vivían, dándole otros usos al espacio, obligando a sus habitantes a entrar en prácticas distintas por medios violentos, quitando toda posibilidad de establecer algún tipo de estabilidad. La muerte, la violencia, la incertidumbre, se presentan a la población como nuevos aspectos cotidianos que impiden que lleguen a constituir un mundo como horizonte de sentido. Lo que hicieron los grupos paramilitares fue imposibilitar que se dieran las prácticas que se daban en este lugar, ese artificio humano que debía perdurar se inestabiliza. Se crea un no-lugar, un no-mundo, no hay condiciones para atribuir sentido a lo que se presenta, ni de una intersubjetividad, porque no hay experiencias compartidas estables. Pero además quien percibe ha perdido el mundo, el horizonte de sentido, se ve por ello afectado y también se pierde a sí mismo. La irrealidad en la que se entra deja una sensación de desamparo que tampoco permite concebirse a sí mismo como algo estable; esto además porque también se ha perdido ese otro que confirma la realidad en la que se está inmerso. Si no hay un mundo compartido, no hay un mundo ni para uno mismo. Las víctimas hablan de un mal aire, de los aires de la muerte, una sensación que se escapa a los conceptos que se experimenta al volver sobre los sitios donde ocurrieron los hechos; ese irreconocimiento de sí mismos, esa pérdida de sentido se hace allí manifiesta.

Del texto quedan abiertas posibles incógnitas: ¿Hay un mundo constituido para quienes crecieron en medio de estos siete años de violencia en la población? Es decir, en caso de que hayan nacido y crecido niños y niñas durante este periodo ¿Llegan a concebir algún tipo de horizonte de sentido? Porque bien podría decirse que crecen con una ausencia de sí mismos, inestables, en una incapacidad de establecer un horizonte de sentido que les permita verse inmersos en un mundo que se les presenta (para ser tocado, escuchado, olido, etc). Por otro lado podría decirse también que conciben el mundo bajo esa cotidianidad en la que se formaron, aunque es difícil ver cómo se toma a ese otro con el que se constata la realidad. Falta analizar datos reales y ver si esta situación se da y bajo qué condiciones.  Otro punto que podría pensarse con base en el texto es el de cómo podría pensarse la reparación a estas víctimas, pues ya podría verse al menos el propósito de que lleguen a encontrar un horizonte de sentido, buscar la posibilidad de estabilidad y permanencia. Sería algo complicado puesto que la cotidianidad que tenían nunca se podrá recuperar, esos aires de la muerte que llevan a la falta de sentido seguirían en ellos y en los lugares que habitaban. De una forma u otra, podría pensarse este tema desde esta perspectiva del daño a las víctimas que nos da el texto, que igualmente deja entrever las graves consecuencias del conflicto armado en el país desde una perspectiva filosófica.

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