lunes, 18 de mayo de 2015

Ensayo, Steven Castañeda

Sobre Lucrecio, De rerum natura, libro II.

A pesar de todo, no se pueden captar las cosas con una simple razón superficial, como cuando las opiniones abundan en el momento de explicar un acontecimiento mundano. Pues es así como te digo que acá se devela un conocimiento distinto y más privilegiado de las cosas. 

Si bien mantenemos la firme hipótesis de que la materia no es compacta y que si generación y corrupción dependen del movimiento y dinamismo eterno que se promueve en la especificidad de los cuerpos; derivamos aquí la noción de que según su configuración inicial y secuencial se produce su acoplamiento en el vacío, y más allá de esto, es permitida su instancia propia en el mundo. La determinación del peso de la materia y el choque de la misma producidos casi que azarosamente entre cuerpos específicos, a la misma vez que el vacío permite a estos su desplazamiento, demuestra que los cuerpos más densos pueden llegar a juntarse y asienten en que los más livianos se dispersen o muy raras veces queden compactados con estos para formar determinadas cosas. 

Así vemos que, cuando un cuerpo cambia y en consecuencia tal principio no deja de involucrarse en su identidad, entonces detectamos que este o envejece, o rejuvenece, o simplemente captamos que muere, esto se da por la gran cantidad de materia disponible que por sí posee un ser. Esto, en la manera en la cual los principios de cada ser permiten el despliegue de los limites. Es decir, que en su fundamento, los primordios actúan de determinada manera en cada cosa en el mundo. 

A causa de que quizá se han juntado alguna vez todas las cosas para ser una, o que en fin, hayan sido o sean una gran cosa en conjunto y por ello pertenezcan todas a las mismas leyes, no podemos decir que todas se parecen absolutamente, o que se diferencian, sino que en cada una que está separada, hay gran nivel de particularidad hasta el punto en que por sí sola pueda ser una e individual y con esto de cierta manera la noción del movimiento y los alcances singulares; pero a la misma vez, quede explicada la tesis fundamental de que en sí somos semejantes unos con otros dentro de la naturaleza. Primero, por lo que por vía material todas las cosas están hechas; lo que nos permite inferir que todos pertenecemos como base a un criterio fundante de lo existente y por ello nos asemejamos. Aunque como cosas indistintas, a razón de nuestra individualidad o elemento que nos permite distinguir que estamos acaso separados, digamos lo contrario en ciertos casos a causa de nuestra limitada conciencia de las cosas. He ahí por ejemplo el cauce de la opinión cerrada, dilatada y confusa. Bien, lo cierto en el curso del tiempo es que morimos como individuos pero subyace una razón fundante que permite el avance de las cosas y los compendios perpetuos, independientemente de aquella extensión forjada en nuestro interior, que hace que nos distingamos y aún más que nos sintamos separados del mundo y aun así como si tuviéramos un mundo propio y aislado de lo demás, de lo distinto.

Con ello argüimos que es la libertad del vacío la que permite a los átomos en cierto sentido ser libres, –de hecho hacernos sentir a veces muy libres por consecuencia– y de tal modo agruparse. Influenciados por su peso propio, por el choque con otros, o por su misma indeterminación única, el desvío que se produce es incierto y ello hace que su forma presente principios diferenciales. El filósofo Lucrecio explica que no es porque exista un ser forjador de la materia o conciencia inteligentemente divina que haga que las cosas se formen de determinada manera, y así de simple se parezcan unas y se diferencien otras, sino que: “así tú, si estableces por una vez alguna clase limitada de primordios, hallarás que las tempestades dislocadas de la materia deberán separarlos y dispersarlos a lo largo del tiempo todo, de manera que nunca puedan verse empujados y coincidir en agrupamiento, ni refrenarse en el agrupamiento ni aumentar ni crecer” (II, 560). 

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