miércoles, 29 de marzo de 2017

Sergio Hernández, Carta a Andrés Atehortúa


Sobre el tema del ejercicio docente en virtud de la filosofía

Andrés, ya hemos discutido en ocasiones anteriores el necesario uso de la filosofía en la educación y, aún más, en el ejercicio completo de la vida. Vemos aquí que la filosofía nos permite concretar los parámetros propios de interacción con el mundo en su totalidad. Por supuesto, se puede vivir de igual manera sin tener en cuenta contemplaciones elevadas en un constante día a día, sin conocimientos que sobrepasen o sean ajenos al campo de acción diario. ¿Pero acaso la experiencia no nos muestra que, incluso en tales circunstancias, también se emprende un ejercicio contemplativo producto de la reflexión? Esto no es, pienso yo, un simple aprendizaje, sino que se encamina a una interiorización de una apreciación matizada para su “perfecta” concepción por la razón. Incluso, cuando se deja en términos tan amplios como el de “sentimiento”. Digo aquí, mi amigo, cuando me refiero a “perfecta”, que no está valorado por un sentido común, sino que se basta con la aprobación propia.

La filosofía pule los conceptos de manera que se pueda también discernir conocimiento, por lo que se convierte en elemental a la hora de hablar de un libre pensar. La opresión que recibe el libre pensar es el problema del que comprendemos, es la enfermedad que trae consigo las consignas de unidad a favor de un bien común, es decir, por el bien del pueblo, de la nación, de la Humanidad; y que por tal sensación de bienestar, de protección, somos sometidos a las condiciones que aquello conlleve.

Un libre pensar requiere y exige una expresión igual de libre. Recuerdo sobre este tema a Spinoza en su Tratado teológico-político, en donde dice que si se estudia correctamente las escrituras, se muestra que la religión nos permite la libertad de fe en cuanto a cómo debe ser nuestro ejercicio e interpretación de la fe y que, a la vez, no poseemos una libre expresión de la misma por convención social. Es por esta contradicción que Spinoza proclama en su obra una división rotunda entre la fe y la política. De igual manera pienso que la filosofía, por presentarse en campos tan diversos de expresión, no puede ser regida por la política. Recordemos a Epicuro y a Séneca cuando nos hablan de las dificultades de esta mezcla. Pero ¿acaso no cree usted, amigo mío, que la filosofía se ve obligada a inmiscuirse en el terreno de la política precisamente en defensa de la libertad, y que en consecuencia convierte al “filósofo” en un actor también político? Nos adentra en su juego y desea que puncemos con él, que nos probemos en poder con él para él aplastarnos en el suyo, su juego es el dominio y solo la filosofía le hace frente en defensa de la libertad.

Enseñar la filosofía emprende un sentido cuando vemos que la necesidad de ésta es innegable; pero no se puede enseñar a encajonarla ni a almacenarla, sino a ejercerla en total libertad de juicio. Los autores no son doctrinales, siempre se pude cerrar el libro y no leerlo más. Se debe mostrar que, como ellos, también se puede concebir un pensamiento propio, que son experiencias a aprovechar y no modelos ideales de conducta. En suma, el objetivo de la enseñanza, que depende del maestro, es enseñar a discernir conocimiento ejercitando un libre pensar. Hoy, como en otros tiempos es necesario combatir el pensar gregario.

Espero de corazón poder seguir puliendo este tema que tanto nos atañe, y que sea usted, mi buen Andrés, quien me ayude con eso.

Con aprecio, Sergio

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