lunes, 19 de octubre de 2020

Diario, Erika Farfán

Como siempre, iniciar es lo más complejo. Sin embargo, esta vez no lo es tanto.

Con la lectura de Fanon, logré identificarme con ese sentimiento después de que alguien te mira con rareza – e incluso–, miedo. Los contextualizaré, hace un año tuve el cabello de un color poco común, verde. Por eso, a donde quiera que fuera, era punto de referencia o de mirada, e inevitablemente, de comentarios. Algunas eran “disimuladas” o eso intentaban, pero sentía su mirada y su incomodidad (la mayoría de las veces).

A pesar de ello, nunca me sentí acomplejada, al contrario, después me reía de su incomodidad, me resultaba divertido el poder incomodarles, era una forma de mostrar que las personas cuando ven algo diferente o fuera de lo común, lo segregan y tienen que escudriñarlo o simplemente satanizarlo. Recuerdo, chistosamente, una vez que iba caminando y una señora mayor a penas me vio se pasó de una acera a al otra y aceleró el paso, como si mi color de cabello fuera sinónimo de asaltante. Sentí incomodidad, pero luego me dio risa. 

Por eso, cuando leía a Fanon, comprendí que la sensación era la misma, una mezcla entre ironía al reírse, pero en el fondo era la forma de incomodar con la presencia la normalidad de esos ojos juzgadores, que constantemente están suponiendo nuestra vida, y que incluso nos segregan por cómo nos vemos y no por quiénes somos.

Sin embargo, entiendo que no es lo mismo, pues, lo mío era una cuestión de color del cabello, y fácilmente puede cambiarse, pero la tez del color de piel – difícilmente– así que sigo con la preocupación de que pareciese que es más importante la imagen que muestras -e incluso- que debes constituir o construir en función de lo qué dirán los otros, ya que si te sales de sus arquetipos eres sujeto a señalamiento con el dedo de quiénes suponen lo qué eres. Un ejemplo, fue lo que una vez dijo una señora que iba en el mismo bus que yo: “¡Jum!, mírele ese pelo. Debe ser que necesita o quiere llamar la atención”. Ésta suponía que mi color de cabello era sinónimo de inseguridad o falta de atención, cuando en realidad, era todo lo contrario, me sentía tan segura de mí, que quise tener el color de cabello que quería. Confieso que después de que salí de esa peluquería sentía las miradas acusadoras por primera vez, siempre me había gustado pasar desapercibida y de un momento a otro tuve todas las miradas. Cuando recibí los primeros comentarios me sentí insegura de la decisión, hasta quise cambiar el color, pero mis amigos, mi mamá, y varias personas me animaron a no arrepentirme de mi decisión; aunque no lean esto, se los agradezco, ha sido de las mejores decisiones de mi vida.

Ustedes dirán ¿un color de cabello es tan trascendental? Y sí, porque no fue solo un color, fue el cambio que representó, me dio más seguridad, ayudó a que me atreviera a incomodar a la gente con algo diferente o fuera de lo común, como usar un labial de un color distinto o vestirse con la ropa que uno quiera, porque al final, la forma de romper estereotipos –e incluso– el patriarcado rompiendo los conceptos o los parámetros de lo “normal”. Lo normal, ¿lo normal? Es solo una construcción para continuar una hegemonía y la segregación de personas libres en la sociedad. No es que no sean libres los otros, me refiero a que no se atañen a los estereotipos que vende la sociedad, como distintas identidades sexuales, de género, de ideología, de moda, etc.

Terminaré diciéndoles, que en algún momento el cabello verde volverá a mí, confío en ello para demostrar que el color del cabello no define ni lo qué hago ni lo qué soy, no es un impedimento es solo un accesorio, una exterioridad de la mujer que soy.

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