lunes, 24 de octubre de 2016

Carta, Andrés Atehortúa

Mi querido Patroclo:

Espero que Hermes haya llevado con prontitud mis palabras a tus manos, y estés entrenando lo suficiente para la batalla que se avecina. Menelao tiene confianza en tí, y afirma que un hombre tan bello como tú debe mostrar esa belleza en el campo de batalla, y estoy seguro que con el favor de Atenea, Troya caerá y Helena volverá a su tierra con su esposo. Por mi parte te confieso las grandes incertidumbres y miedos que hasta el día de hoy me acompañan. Y aunque me enorgullece ser hijo del gran Peleo, esa sangre mortal que circula por mi cuerpo, también me hace vulnerable a la credulidad de las palabras del oráculo y los videntes.

Te digo esto último, porque hace poco mi madre me recordó, mientras entrenaba en la arena con Áyax, las profecías del anciano Tiresias acerca de mi destino. Ella me dijo que mi impulsividad me podría llevar a la muerte, pero si opto por una vida prudente, consciente de mi parte humana, podré vivir muchos años. ¡Eso para mí son palabras de un viejo loco! Y aunque sé que los dioses lo controlan todo y mi madre, ¡la gran diosa Tetis!, sabe que ese es el destino de los mortales; es cierto, también sé que los dioses premian la lucha y la sabiduría, y junto con el apoyo de mi madre y la ayuda de Atenea y Ares, las palabras del oráculo son solo un desperdicio de sonido. Y son tantos los rumores sobre mi persona, que hasta el mismo Heracles quedaría con la fuerza de un niño ante el peso de tantas palabras absurdas. 

Mi gran amigo, imagínate que hace poco decidí ir a beber unos tragos de vino a Dionisio´s bar, un nuevo lugar en donde les dan atención especial a dioses, héroes y personajes mitológicos. Y aunque fui porque quería despejar un poco la mente, también iba con la intención de enfrentar a un “filósofo” de quien me dicen que se la pasaba negando argumentos de ambas partes, inclusive los de su maestro. Me comentan que a él lo llaman el inventor de la dialéctica, porque trata de mostrar partiendo de otros razonamientos, nuevas formas de considerar los argumentos para revelar en ellos sus problemas. Yo, la verdad, cuando escuche lo que dijo lo consideré un charlatán y un difamador. Y te juro que no me han faltado ganas de golpearlo en el justo instante en el que lo vea. Pero eso no sería digno de un héroe de mi estirpe. Por el contrario, pienso intimidarlo y hacer que se retracte de su calumnia.

Pero bueno, tú te preguntarás quién es ese hombre que me tiene tan enfadado. Se trata de un tal Zenón, me contaron que él viene de Elea, que es una ciudad al occidente. De hecho son un grupo, los eleatas. Estos eleatas están liderados por un tal Parménides que se le pasa hablando de lo uno. La verdad no entiendo bien qué significa eso de lo uno, pero lo que sí entiendo es la arrogancia e irrespeto de este Zenón al tratar de negar esa noción de su maestro y la de sus contradictores. Se cree el mejor de todos. Y tú sabes que ese calificativo solo es digno de los dioses y de nosotros los héroes. ¡Ah, mi gran compañero!, ¿hasta dónde llega la arrogancia de la razón que ya no respeta edad ni experiencia y pretende descubrirlo todo a tal punto de revelar las intimidades de los dioses? No lo entiendo. Pero resulta que este Zenón, a pesar de acudir frecuentemente al bar con su grupo, el día en el que fui a buscarlo, no estaba. Sentí una cólera indescriptible. Solo te puedo decir que solo pensaba en destruirlo todo, y no quisiera pensar qué sería de esa misma cólera si tuviera que verte morir en Troya. Pero ¡qué pena!, mi intención no es augurar calamidades, mas si se tiene cuenta que somos el ejército con los militantes más grandes que ha dado Gea y con nuestra fuerza y sabiduría las columnas de Heracles son solo una parada para avanzar al infinito.

En fin, te estaba comentando la ira que me producía la ausencia de este Zenón en el bar. Pero presumo que también te preguntarás por qué mi odio hacia este hombre. Te respondo diciéndote: no hay persona tan poco informada sobre algo como él o los troyanos que piensan en una victoria sobre nosotros Y, partiendo de esa ignorancia, Zenón, trata de mostrar la imposibilidad del movimiento inventando una carrera, en donde compito contra una tortuga. Yo no tendría problema de servir de ejemplo didáctico. Pero que mi nombre sea usado para argumentar mi derrota es una mentira solo digna del rey de los sofistas, y aun así creo que tal demagogia ruborizaría hasta al mismo Gorgias de quien he escuchado escribió un poema criticando a Parménides.

Aquella mentira consiste en decir que si hacemos una carrera, y yo, como un acto de dignidad hacia la tortuga, la dejo salir primero, a pesar de ser el “de los pies ligeros”, capaz de competir con Perseo cuando usó las sandalias de Hermes, nunca podré dar alcance a la tortuga ¡que mentira más grande que esa! Imagínate si Paris o Príamo leyeran esa historia de Zenón, ¿qué miedo ante ellos les producirá mi figura? ¡Ninguno! Solo risa acompañará su lectura de Zenón. Se burlarán de mí esos malditos orientales. Pero ¿cómo es posible que una cabeza conciba una idea tan absurda de lo qué es la realidad? Cualquiera que tenga pies, tenga un mínimo de velocidad  y sea distinto a una tortuga puede ganarle en una carrera. La tortuga puede estar a cien metros de ventaja respecto de otro ser de pies ligeros, pero siempre será alcanzada. Tal vez por esa razón tienen un fuerte caparazón y así compensa su lentitud evitando ser presa de un águila, un zorro o cualquier otro animal. No entiendo, por qué es de interés un argumento tan ridículo. Es negar lo que la sensibilidad nos dicta, todo se mueve, y hay cosas que se mueven más rápido que otras. Es irrespetar esos primeros principios de la naturaleza, los cuales están establecidos por la divinidad.

Y faltando más desgracias para mi orgullo, en ese preciso instante se acercó a mi mesa una liebre, al principio no la reconocí, porque además se veía muy demacrada, su pelo no tenía el brillo propio de un animal de su belleza, luego reconocí que era la liebre que compitió con la tortuga y perdió con ella. Y en un tono un tanto cínico me saludó diciendo: “He aquí a mi compañero de derrotas”. Cuanta arrogancia acompañaba a ese pequeño animal. Pero al verlo en tal decadencia solo sentí lástima a su insulso saludo y preferí invitarle una copa.

-Supongo que vienes a buscar a Zenón. Me dijo la liebre.

-Que astuta eres. Le respondí.

-No lo creas así, mi noble amigo. En efecto en una época fui considerado como el animal más veloz en todo el sentido de la palabra, hasta para los razonamientos. Pero la razón en conjunción con el orgullo es más peligrosa que Eros embriagado. -Me dijo mientras bajaba la mirada.

-Por qué lo dices, no lo entiendo. -Le dije.

La verdad no recuerdo el orden exacto de sus palabras, pero intentaré reproducir de la mejor manera las principales conclusiones que salieron de la conversación. Esperando que mis palabras sean tan claras como las aguas de la fuente de Castalia. Ten por lo tanto paciencia y sigue con cuidado lo que viene a continuación:

Me dijo la liebre que esa tortuga con la que compitió no era una “tortuga común”. Por el contrario, esa tortuga era una especie de “tortuga sabia” introducida en los misterios de la naturaleza y comprometida con adquirir el conocimiento de lo que son las cosas en verdad. Es por eso que no en vano Zenón se basó en ella para elaborar su argumento. Me dijo la liebre que a esa tortuga le gustaba confrontar a los “poseedores de la verdad” haciéndoles caer en sus propias contradicciones, algo parecido a lo que está haciendo un joven ateniense llamado Sócrates. Y lo más interesante de esa tortuga está en su forma de demostración, porque intenta mostrar que el ser, o sea lo que es propio de la verdad, se dice de muchas maneras y está sometido a muchas perspectivas. Algunas de ellas parten, inclusive, desde lo que cotidianamente se dice acerca de las cosas. Por ese interés a la verdad es que la tortuga aceptaba retos y decidió enfrentarse a la liebre. En resumen, tanto ella (la tortuga) como Zenón querían mostrarnos que el movimiento no solo se da como muchos creemos en virtud de la velocidad, sino que hay otros problemas que son a veces imperceptibles a un ojo y una razón poco entrenados, haciendo que haya aporías dentro del propio concepto cuando se incluyen otras variables, llegando al punto de ser imposible que se dé una concepción del movimiento libre de refutaciones cuando esas variables son tenidas en cuenta con todo rigor.

Estimo que al momento de haber leído lo anterior una curiosidad por saber a qué se refería la liebre invadió cada rincón de tu cuerpo, y las palabras quedaron en suspenso. Así me sentí yo, y esa ira que me secundaba cayó en un profundo letargo como si hubiese escuchado una melodía de Orfeo. Me dijo la libre que el movimiento implicaba no solamente un desplazamiento de un punto A hacia un punto B. Y, en efecto, visualmente podemos ver ese avanzar traducido en un cambio de posición. Sin embargo, el movimiento tiene unas connotaciones que van más allá de lo sensible y de lo que puede entenderse como materialidad avanzando en un espacio también material. En ese sentido, las otras variables que van a aparecer junto con una noción del tiempo implicarán hacer unas abstracciones para entenderlas mejor. Pero se puede decir que se dan al entender, por ejemplo, el carácter de magnitud que el espacio y el tiempo poseen, al igual que el movimiento que se da con ellos. Tienes que estar preparado y leer con mucho cuidado lo que vendrá a continuación porque explicarlo no es nada fácil y estimo que la liebre tardó mucho tiempo en encontrar las palabras exactas para explicar lo que me explicó. 

Entendí que hay algo que es la magnitud, y esa magnitud al igual que todo se dice de muchas maneras. Unos se refieren a la magnitud como definitoria de la materia en términos de cantidad, “hay mucho o hay poco”; o en términos de cualidad, “es grande o es pequeño”. Por lo tanto, si pensamos el movimiento podemos decir que yo me muevo más rápido [magnitud mayor] que la tortuga y la puedo alcanzar, lo cual es lo correcto. Sin embargo para efectos explicativos hay que tener en cuenta que para muchos el movimiento se da como una sucesión de magnitudes en donde se dice que algo se mueve porque avanza más y más, acaparando más magnitudes. De eso primero, pude concluir que el movimiento, para que se dé, tiene que darse bajo el marco de una multiplicidad. Y en eso encuentro sentido a la crítica de Zenón a Parménides acerca de eso que este último llama uno. Porque si lo uno existe como principio de todo, ¿cómo se explica el aumento y disminución de las cosas?, ¿al igual que la existencia de diferentes entes? Además, concluí que el movimiento debe ser divisible en diferentes magnitudes para que demos cuenta de él. Porque si no fuera divisible en magnitudes perfectamente diferenciables, hablaríamos de una unidad estable en la que no hay cambio. 

A mis conclusiones la liebre le dio un complemento que se relaciona con la negación de lo uno que buscaba Zenón. Me dijo que si lo uno de Parménides es algo que es material, porque es la base de todo lo existente, necesariamente debe poderse dividir y dividir con claridad porque él (Parménides) lo relaciona con un círculo que al ser una figura en la cual todos sus puntos son equidistantes del centro no admite desigualdades en su constitución material. Pero desde ahí ya implicaría una posibilidad de ser traducido en magnitudes divisibles, haciéndole dejar de ser uno desde un sentido lógico, es decir, desde una relación conceptual. Pero del mismo modo si lo uno es múltiple al ser divisible, ya no es uno, y cómo lo múltiple no existe según Parménides, tampoco lo uno existiría. 

Con lo que has leído hasta aquí estimo que debes estar en una aporía, y eso es precisamente lo que quería Zenón haciendo un mal uso de mi nombre, pero hay más. Porque si el movimiento se da gracias a magnitudes múltiples, porque no es uno, y dado que fuera una unidad, no existiría como movimiento. Así que, las múltiples magnitudes en las que se puede dividir el movimiento para que se dé cómo tal demandarían constantes divisiones en lo recorrido para que sea posible afirmar la existencia de un avance. Esto no lo entendí, y solo fue posible comprenderlo cuando la liebre me lo hizo más gráfico. Ella me representó una línea con unos números separados entre sí con igual distancia, cada número representa un lugar respecto del espacio. La liebre me dijo que de hecho esta era la famosa aporía de Zenón llamada Aquiles contra la tortuga. Fue muy extraño oírme como tercera persona compitiendo contra una tortuga. La liebre me dijo que la aporía por la cual no es posible el movimiento consiste en que yo, a pesar de darle ventaja a la tortuga y ser más rápido que ella, quedaría atrapado en una serie de magnitudes infinitas que debo recorrer y, cuando se piensa que he avanzado debo recorrer otras magnitudes muy pequeñas, pero dada su cantidad se convierten en infinitas.

No pude soportar tal absurdo argumentativo. Mi mano temblaba mientras se esforzaba por no destruir la copa de bronce. La liebre lo advirtió y, para calmarme, en un buen gesto me explicó la intención de Zenón y de la tortuga, que era ante todo mostrar otras consideraciones entorno a lo que llamamos la verdad de las cosas. La verdad no es una en el sentido parmenídeo pero tampoco es múltiple en el nivel de lo expuesto por Anaximandro; implicando una imposibilidad de definir las cosas desde lo común. Más bien pareciera que Zenón quería poner en consideración una realidad de carácter numérico, que va de la mano y permite ayudar a comprender la verdad de la naturaleza y facilita el descubrimiento de los errores en muchos razonamientos, sobre todo aquellos que optan por omitir el componente cuantitativo de las realidades físicas.

Finalmente la liebre me comentó que su derrota también estaba auspiciada por un desconocimiento de otros componentes de lo físico. En su caso aquel desconocimiento era el del tiempo como una gran magnitud susceptible de ser dividida en otras muy pequeñas. Ella (la liebre) pensó, al ver la imposibilidad de la tortuga para alcanzarla, que la distancia que tenía de ventaja era suficiente para darle tiempo de tomar una siesta. ¡Craso error! La distancia no era tan grande y el tiempo de ventaja tampoco lo era. El tiempo y el espacio, sin considerar la velocidad, presentan magnitudes equivalentes. La liebre se durmió y la consecuencia es la mayor vergüenza que ni un héroe como yo ha vivido. Porque esa aporía es un mero ejercicio teórico, pero aquel animal tuvo que vivir la vergüenza. Y lamentablemente, para ella, su deshonra, se hizo pública al ser difundido el caso en las fábulas de Esopo, pues ese viejo chismoso estaba ahí cuando todo pasó y solo tuvo que escribirlo o contárselo a otra persona y quedar, quizá para la posteridad, como una figura de la cultura griega.

Escuchar esas últimas palabras de la liebre, me hicieron sentir como hecho de cristal y aquella cólera, digna de Poseidón frente a aquellos que osan retarlo frente a las costas del mar, cesó haciéndome recordar la armonía de los movimientos celestes incólumes; me sentí como si fuera un astro contemplando el caos que reina en todo lo existente bajo la sombra de la luna, del mismo modo que lo hacía Selene al contemplar el eterno sueño del joven Endimión. No obstante, quisiera poder encontrar a este filósofo charlatán y pedirle que me explique sus argumentos, esa aporía y las otras que me dijeron que tiene, o poder hablar con esa tortuga que es lo bastante temeraria para retar a los mejores con el fin de hacerlos quedar en ridículo al hacerles ver su ignorancia.

Bien, no te quito más tiempo, mi muy estimado amigo. Pero mi sorpresa e ira fue tal al oír de esa aporía que atenta contra mi heroica figura que la brevedad para descargar todo eso que me oprimía no era una posibilidad. Pero sabiendo que tú leíste mis palabras la tranquilidad vuelve a mí. Ahora por lo pronto, cuento los días para poderte ver y disfrutar de la batalla a tu lado, deseando que Hipnos y Nix traigan paz en tus sueños y el divino rayo de Zeus guie con prudencia y valentía tus días. 

Con cariño.

Aquiles.

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