viernes, 28 de octubre de 2016

Carta, Diana Acevedo

Bogotá, 13 de octubre de 2016


Estimadas(os) asistentes al seminario de movimiento,


He decidido escribirles el día de hoy porque siento que les debo una explicación de por qué estar aquí estudiando el concepto de lugar. Llevo rato ya pensando sobre el universo de conceptos que nos ocupan y pocas veces me he enfrentado a la necesidad de justificar por qué me parece valioso dedicarse a tan extraña ocupación. Como bien lo saben, lo conversamos aquel jueves, me ha rondado mucho la pregunta de qué sentido tiene filosofar después del 2 de octubre. Esas reflexiones que compartimos me hacen pensar que lo que les escribo hoy tiene algo de urgencia.

Lugar es aquello que compartimos los cuerpos, y muy especialmente los cuerpos vivos. La primera evidencia que nos presenta Aristóteles, así como la primera dificultad, consiste en que el lugar parece distinto de los cuerpos que están en él, pues “allí donde había agua, habrá aire”. Esta primera sentencia nos hace preguntarnos si eso que compartimos por el hecho de ser cuerpos y, por tanto, por existir corporalmente es indiferente o neutral respecto del hecho de que somos y hay cuerpos diferentes. La tradición filosófica occidental, en general, se ha quedado con esta idea; con la sospecha de neutralidad e indiferencia. El lugar no es los cuerpos en él; y no se ve alterado por ellos. El problema es que el 'en tanto cuerpos' que nos hace compartir el lugar o, en rigor, estar en u ocupar un lugar parece apelar a algo universal y común. Hemos creído por tanto que lo que compartimos debe ser 'lo mismo' y no 'lo diferente'. En mi lectura, me sorprende la segunda evidencia que Aristóteles presenta: los desplazamientos de los cuerpos naturales (por eso era importante que ya hubiéramos conversado al respecto) muestran (delousin) no solo que el lugar existe sino que además “ejerce cierto poder” (echein tina dynamin). Esta idea me resulta muy atractiva, si la ampliamos hasta el punto en el que la relación sea recíproca: el lugar tiene la capacidad de afectar los cuerpos, tanto como los cuerpos tienen la capacidad de afectar el lugar. Si a lo anterior le sumamos las diferencias infinitas entre los cuerpos, tendremos entonces infinitos lugares, infinitas formas de estar en un lugar y hacerlo singular por vía de las singularidades que entran en relación en él.

Luego surge la definición, el lugar es el límite del cuerpo continente, si bien esta idea trae muchos problemas de interpretación, algo me llama profundamente la atención: el lugar es aquello que envuelve los cuerpos, como una especie de segunda piel. La idea de límite es, en Aristóteles, altamente abstracta, es algo indiferente, homogéneo e inmóvil. Sin embargo, hay cierta noción de límite que puede ser interesante, justamente por remitirnos a algo muy concreto: el límite es aquello que hace expresiva la diferencia. Un límite nos indica que algo no es, que ha dejado de ser en él, y permite que esto que es se encuentre con otra cosa, algo que es diferente. Por eso los límites, como la piel, permiten el contacto. El lugar es entonces el encuentro de dos o más cuerpos que entran en una relación singular en virtud de su diferencia. Aristóteles insiste mucho en que el lugar no puede moverse con los cuerpos, pues eso nos impediría explicar que los cuerpos cambien de lugar, como parece ser evidente que ocurre. Pero tal como lo he definido, cuando un cuerpo abandona un lugar, cambia de relaciones o rompe las relaciones que antes lo sostenían y definían, el lugar cambia, no vuelve a ser el mismo, tanto como cambian los cuerpos en él. Porque no hay cuerpos sin lugares y no hay lugares sin cuerpos, y no en un nivel formal o abstracto, sino en el nivel más concreto: no hay este lugar sin estos cuerpos, como no hay estos cuerpos sin este lugar. Ahora, la singularidad de un lugar y los cuerpos en él se dan en un tiempo específico, pero requeriríamos un rato del que no dispongo para ampliar esta idea, es decir, cómo el lugar no puede pensarse sin el tiempo.

Quise compartirles lo que más me llama la atención de un concepto y del modo en que este se halla en dependencia y relación con otros conceptos. Aquí les he hablado de cuerpos, me ha faltado expresar el hecho de que estos no tienen una substancia o existencia, ni por tanto un lugar, sino en las acciones o movimientos que realizan. Por eso la singularidad de un lugar está emparentada con las acciones o movimientos que los cuerpos realizan en él: en últimas este haz de acciones y las relaciones que constituyen es lo que hace que haya un lugar, como dirían Gilbert Simondon, es lo que hace que se produzca un lugar. Producir lugares en virtud de la diferencia de acciones y movimientos en los cuerpos me parece una idea muy potente; las posibilidades son infinitas y dan cuenta de una capacidad de creación ilimitada.

Las reflexiones que dirijo a ustedes están ellas mismas en constante construcción, así que prometo mantenerlos al tanto de sus progresos y retrocesos. En parte nuestro seminario es uno de los espacios que reservo para seguir pensando y construyendo estas ideas, razón por la cual agradezco mucho su atención.


Con ustedes,


Diana Acevedo

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