martes, 25 de octubre de 2016

Ensayo, Andrés Atehortúa


El caso de Abraham (algunas consideraciones)

En medio de las divergencias que existen entre las llamadas tres grandes religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islam, es posible hablar de puntos que las acercarían, revelando una Unidad espiritual más armoniosa para sus creyentes. No obstante, estas tres grandes religiones han optado por el distanciamiento a causa de una intensa valoración de las diferencias, por encima de la base común y génesis en la cual las tres descansan. Pese a esas diferencias, en todas existe un grupo de figuras comunes, consideradas como profetas o transmisores del mensaje divino, dentro de los que son reiterados los nombres de Adán, Noé, Moisés, David, María y Jesús. Y aunque en todas, Adán es considerado el primer humano, la figura de Abraham es altamente significativa, pues es en él donde Dios encontró a una persona justa y merecedora de Su Gracia. No en vano es considerado el gran patriarca de la Humanidad. Pero para ganar aquel favor de Dios, Él le pone la gran prueba de fe: “Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. (Génesis 22:2) En efecto, Abraham preparó el asno, alistó al muchacho (Isaac) y muy temprano se fue con su hijo, el asno y dos siervos.

La historia de lo que viene es ya conocida: cuando Abraham iba a degollar a su hijo, el ángel lo llama y le detiene. Aquel acto de fe por parte del anciano le hace garante de la promesa y la bendición de Dios: “Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz”. (Génesis 22:16-18) En resumen se podría decir que la acción de Abraham trajo beneficios para las generaciones futuras, al ser él un ser activo, que se impuso siguiendo un fin (telos) establecido por su propia potencia de actuar, traducida en este caso como fe, logró la promesa de Dios y el inició de una relación conectada por la fe, bien como medio de salvación, vida eterna o sanación. (Habacuc 2:4 - Marcos 5:34)

Sin embargo, lo que me trae a reflexionar acerca de la situación de Abraham e Isaac, no es tanto el asunto teológico que implica la fe, y el dilema ético y religioso que el holocausto de Isaac pudo generarle a Abraham, pues de este tema ya hay un amplio abordaje intelectual, de los cuales destaco Temor y temblor de Kierkegaard. No, tan solo quiero poner en consideración este caso a causa de una pintura de Caravaggio titulada El sacrificio de Isaac (Sacrificio d'Isacco) que me ha llamado la atención a propósito de la relación de movimiento que puede haber entre un moviente activo y un movido que padece. Pues aunque dicha relación de movimiento implicaría procesos antes que acciones intencionales, la pintura en mención no deja de ser sugerente, en tanto pone en consideración unas relaciones internas de quienes intervienen, y también recrea un instante estático en el cual la relación de dominador y dominado es evidente en un primer momento: las manos de Abraham sostienen tanto el cuchillo como el rostro del sacrificado con total firmeza. En esa fortaleza de sus manos, Abraham parece tener la convicción de actuar sin consideraciones. De igual modo, su rostro que mira al ángel que viene a detenerlo no exhibe, en un primer acercamiento, señales de sorpresa, es como si estuviera completamente seguro de lo que va a hacer. Del otro lado está Isaac, el muchacho está completamente sometido, amarrado intenta mirar atrás, y con un gesto de desespero, grita como intentado reconvenir a su padre.

Es fácil desde un primer esbozo polarizar la pintura y poner a un lado a Abraham “el activo”, “el dominante” y por el otro a Isaac “el pasivo” o sea el dominado. “El fuerte, el más grande es quien domina” se puede decir desde una primera impresión amparada en lo que la naturaleza muestra, es igual a decir: un grupo de leonas es más fuerte que un antílope por eso está arriba en la cadena alimenticia, además son más activas y por eso consiguen su presa. Lamentablemente, una jerarquía que ponga en un primer peldaño a un moviente activo por encima de un movido que padece es engañosa. Porque cuando se dice que el moviente se mueve para alcanzar su fin, que le confiere una actualidad, se está pensando en una especie de violencia que recae en el ser pasivo, una suerte de aniquilación de la integridad original del ser que padece. Ahora bien, esta consideración de imposición de uno sobre otro demanda mayor tacto al momento de ser observada, analizada y enunciada, más aun cuando se establecen rótulos de agente y paciente o activo y pasivo, solamente guiados por una modificación externa o formal. Si bien la dimensión formal en relación a un moviente y un movido es fundamental para una referencia acertada del movimiento aristotélico, esta comprensión de lo moviente como activo, y su contraparte como pasivo puesta en el plano de lo humano encierra una serie de problemas. Pero antes de entrar a esta consideración hay un punto importante para mencionar, para ello me alejaré un momento del caso de Abraham e Isaac.

Cuando vemos que algo se mueve por alcanzar algo, como por ejemplo las leonas al antílope, se piensa de inmediato que ellas se imponen y causan sufrimiento al otro animal, de tal suerte que su premio será una comida para los cachorros y en general para la manada. No obstante, cuando algo busca externamente otra cosa ¿no obedece eso a una carencia, a una falta, que obliga a moverse para completarse y llenar así esa carencia? Eso significa que aquel considerado como activo también padece: de puertas para adentro el calvario está latente. Un caso similar en el reino animal ocurre cuando un caimán intenta comerse una anguila eléctrica (Electrophorus electricus), de hecho hay material fílmico al respecto. Cuando el caimán muerde la anguila, esta hace una descarga eléctrica que, alrededor de treinta segundos después, termina matando al reptil. Es decir, aunque en un primer momento exista un ente activo, eso no quiere decir que en todo caso este ente activo se imponga. Por el contrario, la receptividad, no implicará debilidad ni sometimiento.

Retomando la pintura del sacrificio de Isaac, y teniendo en cuenta la apariencia engañosa de la actividad y la receptividad, vemos como los roles parecieran estar definidos: Abraham domina e Isaac es sometido. Y aunque la historia tenga su énfasis marcado en el papel de la fe, un abordaje psicológico de los actores de la historia no debe ser excluido, en tanto se entienda que en el mundo humano el sentir es en muchos casos, por no decir en todos, el determinante del movimiento y, por ende, el actuar y el padecer se pueden convertir en una condición presente dentro de un solo sujeto. Pues ante todo el mundo humano está colmado de una amalgama de intenciones y decisiones, y decidir a favor de esas intenciones es el sol de cada mañana para cada uno de nosotros. Muchas veces esa decisión no implica una exención de padecimientos y ese moverse en el mundo implica andar bajo un sol inclemente en un camino de brazas encendidas.

Es quizá aquello que la pintura no captura en el rostro de Abraham, su dolor, su miedo convertido en angustia ante la irracionalidad del mandato divino, la expresión desesperada se maquilla de certeza ante el origen de la orden: La Palabra de Dios. Pero Abraham teme, padece quizá como nadie lo pueda imaginar ante la inminencia de un asesinato de un hijo que fue entregado por el mismo Dios ¿quién puede sentirse tranquilo cuando alguien que me da algo me lo quita y de una manera tan inesperada? Abraham padece y actúa padeciendo y quizá sufra más que el mismo Isaac. Porque solo el mismo Abraham comprendía su propio sentir frente a la muerte de aquel hijo prometido. Solo Abraham comprendía los sentimientos de Abraham. La pintura se queda estática en el momento de mayor suspenso, a saber, cuando el ángel detiene al patriarca. Sin embargo, cada instante en el que la mano con el cuchillo se acercaba al cuello del muchacho era intensidad infinita para el futuro asesino, era un presente hecho futuro, hecho dolor. Podemos separar el movimiento de la mano de Abraham e individualizarlo en instantes privilegiados para entender cómo la cercanía del arma a la piel era proporcional en miedo y angustia. En virtud de eso podríamos afirmar que hay un ser que actúa y otro que padece, y seguir agregando consideraciones de tipo ético y religioso entorno a esta situación bíblica, así como lo estoy haciendo o como lo hiciera Kierkegaard, no obstante, el padecimiento queda en el universo interno de quien lo vive. Ni la técnica de claro oscuro de Caravaggio, las palabras del filósofo danés o lo que de novedoso haya en mi análisis pueden acercarse al peso emocional de un padecimiento. El sentir es el nombre de nuestro microcosmos, solo él nos pertenece y solo en él se ahogan los ecos de nuestros padecimientos. En suma, es posible vivir frente a los ojos mundanos como un ser activo, como un ser que mueve, pero muchos de esos ojos no afirman lo que también saben que deberían ver y es el autoengaño de ese ser activo que se cree tal cosa, y aquellos que lo ven también se engañan creyendo que él lo es. Pues hay que tener en cuenta que en el mundo de lo humano las jerarquías son estructuras hechas con naipes. Una apuesta llena de coraje, pero a la vez temeraria, surge de ver todo en términos de jerarquías de dominación y sometimiento, porque retan las leyes del universo de contingencia en el que están y, en consecuencia, la posibilidad de caer si nos casamos con ideas de verticalidad y dominio es muy alta. Es el error de ver la pintura del holocausto de Isaac de manera verticalizada, es decir, como una relación de dominio unidireccional. La imagen de Isaac también domina el alma de Abraham y le imprime un padecimiento. Isaac se vuelve un agente activo pues en tanto imagen, él entra y se convierte en recuerdo, instante presente y porvenir para Abraham. Por tal motivo, en el mundo humano, el movimiento, junto con el actuar y el padecer tiene tantas direcciones y posibilidades como la cantidad de nubes que han pasado por el cielo, y una posición que vea o parta de unas jerarquías como criterio primario de reflexión, respecto de lo humano, e intente traer cambio reemplazando una jerarquía por otra, avanza como los cangrejos.

Tema: Aristóteles, Física, III, 1-3.

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