sábado, 29 de abril de 2017

Andrés Atehortúa, Carta a Nixon Congutá


Hola, cordial saludo. Es inevitable no sentir una serie choques emocionales durante la redacción de una carta: esperanza, ilusión, ansiedad, miedo o tranquilidad, son solo una porción de los estados anímicos que pueden bautizarse cuando estamos enfrentados directamente a nuestro sentir. De hecho, hoy más que nunca, nuestra actualidad se revela en nosotros mismos como una cárcel que ha limitado más que en otro momento una buena comunicación. La tecnología ha mejorado la velocidad de envío y respuesta. La añoranza y la expectativa que había al enviar una carta a causa de las distancias oceánicas y las largas cadenas de montañas que se debían cruzar para que el mensaje llegara a su destinatario, son recuerdos y problemas de antaño envueltos en una nostalgia romántica que para muchos, como es mi caso, no debería acabarse.

En el imaginario de muchas personas todavía habita la creencia del bienestar que ha traído la tecnología para cada esfera de la vida. Y efectivamente esa mejora es algo que no se puede negar. Sin embargo ¿a costa de qué ha llegado ese mejoramiento? Como lo dije, la velocidad ha menguado la larga espera de una respuesta, pero por desgracia esa disminución en el tiempo de espera, creo, ha producido un alejamiento con nuestro propio sentir. Antes la espera, si bien generaba una impaciencia difícil de soportar, también creaba un espacio que permitía una mayor reflexión de quienes establecían correspondencia, pues quienes esperaban, tanto el remitente como el destinatario, al no tener respuesta contaban con mayor tiempo para hallar las palabras adecuadas producto de un encuentro más íntimo con su propio sentir y así, la carta cuando llegaba a su destino era la ventana más amplia y luminosa al acontecer del otro.

Entonces no debe de extrañarnos sentir dificultad para expresar lo que sentimos e iniciar una conversación con otra persona, eso es normal, casi como un principio de conservación. Nadie, o por lo menos alguien prudente, le abriría la puerta de su casa y le haría un recorrido por ella a un desconocido. Así sucede al escribir una carta en donde se exploren temas distintos a asuntos burocráticos. No debemos olvidar que en el tiempo se allanan los caminos, y de esa forma, solo con el tiempo es posible habilitar un recorrido hacia la confianza en el otro y en uno mismo. El compartir poco a poco va tejiendo los hilos de la confianza y la muy escasa verdadera amistad. Y los temores de interpelarnos solo son superados lanzándose, y ese es otro hecho que vale la pena considerar frente al presente. La sociedad actual nos impone modelos que van atrofiando nuestra autenticidad, esto hace que como esponjas absorbamos esos ideales ajenos como si fueran nuestros y aquellos frutos propios, quizá dignos de celebración y de banquete, los dejamos descomponer en la alacena donde guardamos todo lo que es contaminado por el “qué dirán o qué pensarán” Como consecuencia, vivimos tratando de alcanzar algo que nunca tendremos o seremos y la abundancia que ya teníamos se muere lentamente aplastada por el “ideal” de escritor, de filósofo y de persona interesante.

Esto lo menciono con el propósito de hacer ver que en la carta hay un ejercicio de libertad y de descubrimiento que quizá en pocos años se transforme en algo completamente distinto y como ya parece vislumbrarse en algunos puntos de la sociedad: conversaciones sin palabras, endebles como el frágil hielo de un lago congelado, donde el otro se muestra tan artificial y camaleónico que en realidad no parece que exista comunicación con una sola persona. Por ese hecho creo que este espacio, que si bien está dentro del currículo de la Licenciatura, debe verse más allá de los valores cuantitativos que representa, como una nota, y debe convertirse en algo profundamente cualitativo, sobre todo porque aparece como una oportunidad para enriquecernos como seres humanos sintientes dueños de nuestro propio microcosmos. Por lo pronto, dejo hasta aquí mis comentarios motivados por tu carta. Quedando atento a una futura correspondencia, me despido. Chaop.

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