miércoles, 5 de abril de 2017

Diana Acevedo, Carta a Yesica Cortés

Bogotá, marzo 7 de 2017


Querida Yesica:

Me alegra mucho tu carta. Encuentro muy cierto lo que dices, estamos acostumbradas a que las relaciones docente-estudiante se establezcan con distancia, y sí que más cuando se trata de escritura. Hay un punto en el que la distancia es importante, porque el espacio entre las personas involucradas en un contexto de enseñanza permite, entre otras cosas, otorgarle significados diversos a las palabras según quién habla. La palabra de quien tiene el rol docente y la palabra de quien tiene el rol de estudiante son distintas, el objetivo es que la distancia no convierta esa diferencia en jerarquía, ni autoridad o relaciones de poder, pero que contribuya a que haya diferencia en cualquier caso. Se trata de un juego en el que nuestros aportes y lo que decimos se van transformando en la interacción de manera diferenciada, según seamos estudiantes o profesoras. Pues de alguna manera la diferencia nos convoca en el aula y en la praxis filosófica. He sospechado muchas veces que la distancia no basta, que se requiere un contraste, que se requiere en últimas una especie de dialéctica entre distancia y cercanía. Aún ando buscando en qué consiste esto. Pero debo confesarte que una de las cosas que me anima de tu proyecto es que he encontrado que las prácticas alternativas de escritura filosófica, como el caso del género epistolar, son un terreno fértil para establecer encuentros, puentes o espacios de paridad; esto permite que la distancia y la diferencia en lo roles tienda a borrarse o a ponerse en cuestión. Por esta vía se puede pensar y vivir lo que podríamos llamar un equilibrio en el sistema de distancias y cercanías en la relación docente-estudiante.

Me llama la atención que te refieras a una especie de costumbre de la mano. Escribir no solo implica hábitos mentales, sino también hábitos corporales y emotivos, también yo cuando me dispongo a escribir esta carta me encuentro a mi misma en una especie de territorio desconocido. Encontrar un tono que exprese y configure la cercanía de la que hablas es un reto, y seguramente nos tomará tiempo encontrarlo. Vale la pena asumir el reto y aventurarse a lo desconocido, aun cuando ofrecemos resistencia a ello o nos causa temor, pues nos plantea la búsqueda filosófica como algo que podemos emprender abriendo camino, y no solamente recorriendo viejos o ajenos caminos. Hacer posible el encuentro entre personas que quieren filosofar juntas es una forma de describir mi labor docente: para eso muchas veces se requiere trabajar sobre los hábitos de pensamiento y las disposiciones corporales, los caminos emotivos más fáciles y a la mano, entre otros. La escritura es un lugar para ello, y es especialmente un lugar para el pensamiento.

La sesión pasada también me animó. Me genera muchas inquietudes la expresión "apropiarse de un problema", en parte, porque no entiendo qué significa. Tengo una idea vaga relacionada con lo que discutíamos esta semana sobre cómo estar presente en lo que se piensa o se dice, y los caminos que una experimentación por vía del género literario pueden abrirse para ello. Pero estar presente no es apropiarse y, en general, el lenguaje de la propiedad tiene unas connotaciones que encuentro indeseables. ¿Será que lo más importante es que lo que yo diga sea mío? O ¿acaso estamos usando apropiarse en el sentido de estar involucradas? El primer caso no parece no llevarnos muy lejos, no más allá de reclamar propiedad y quizás valor de cambio sobre lo que decimos y pensamos. El segundo caso puede ser interesante, si se trata de notar que las palabras y los pensamientos tienen un sujeto de enunciación: son dichas por alguien y para alguien y ello trae consecuencias sobre el sentido de lo que se dice. Alguien no es una variable indiferente a su contenido, pues justamente responder quién piensa o quién habla y para quién lo hace contribuyen a responder qué dice; tengamos presente que quién requiere dónde, dado que las personas existen en lugares y tienen historias que las sitúan. Por ahí derecho encontraremos que esta es una aproximación feminista, pero eso dejémoslo para después.

No sé si sea apropiado hablar en este punto del placer de la escritura, ya que escribir una tesis tiene un elemento tortuoso del que probablemente no podemos prescindir. Sospecho que cada quién debe determinar en su caso en qué consiste tal elemento, aunque un gran número coincidirá en que empezar es una de las cosas más difíciles. En parte las tesis no comienzan solo una vez, ensayamos muchos comienzos, descartamos múltiples opciones en el proceso. Por eso mi sugerencia es que le dediques mucho tiempo a la planeación y la estructura, para eso cuentas con mi acompañamiento. Es importante que tengas el argumento global en la cabeza, pues es un error muy común empezar a escribir sin saber para dónde se va y qué tantas partes va a tomar llegar a buen puerto. La estructura puede ir cambiando, pero si estás atenta sabrás anticipar los cambios y moldear tu trabajo de acuerdo a un mismo hilo, problema, pregunta o hipótesis. En últimas, la mayor dificultad es que solo se aprende haciendo.

Gracias por tu carta y por la invitación a ampliar nuestro registro literario y nuestro repertorio filosófico por medios epistolares.


Me despido muy atentamente,


Diana Acevedo

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