lunes, 24 de abril de 2017

Natalia González, Carta a Rigoberto


Bogotá, 6 de abril de 2017

Compañero Rigoberto,

Espero que se encuentre bien, dentro de lo que es posible estarlo. Recuerdo que en su ponencia decía que el escribir una carta implica un compromiso con el corresponsal. En mi vida he escrito de muchas maneras, con diversos ánimos y con intenciones variadas. Incluso cuando no le tengo estima o respeto alguno a quien le escribo, intento ser lo más clara posible. Por esa razón leo y releo lo que escribo antes de enviarlo al destinatario. Con clara no creo que me refiera a que tenga una serie de afirmaciones Verdaderas, universales, cristalinas. No creo que yo tenga la intención de demostrar lo que es definitiva y necesariamente. Le voy a mostrar algo que escribí hace poco:

“Hoy me encontré con Bogotá, con ella, señalable y mujer. La ciudad, bella, asesina, desgarradora, hoy fría y lluviosa, como debe ser, con unos cerros bien nublados que de a poco se van dejando ver. Hoy fue hermosa, completa, y me ha dado este regalo.
Salí de mi casa con un objetivo claro: iba a visitar la ciudad y a robarle algunas imágenes. Me voy al centro porque el ruido, los neones, las bombillas –y qué sé yo qué más– me encandelillan, me despiertan, más bien, me revuelcan, me estrellan contra los cerros, y estos me cargan de algún extraño sentido. No sé, qué sé yo, palabrería. En fin, la historia: bajé a la séptima y justo frente al Edificio Colseguros veo a una mujer, me deja maravillada. No fue una atracción sexual, erótica, tampoco intelectual o sentimental. Fue una atracción a la que no puedo poder nombre sino señalar con una analogía, que quizá tampoco sirva para transmitir lo que ocurrió. Es como cuando los cerros te atraen, te atrapan, y te quedas maravillada viéndolos, te botan, te lanzan, te disparan fuerza, nada más que FUERZA, te maravillan por una razón a la que, por lo menos yo, no puedo poder las palabras correctas. Era una mujer, una mujer trans, siempre me han parecido hermosas, valientes, guerreras, seguras; cuando pienso en una, pienso en una gran carcajada a la vida. Estaba toda de negro, parecía buscar a alguien, a alguien que jamás volverá. Tenía además un chal, y con él se estaba tapando parte del rostro, parecía una mamá esperando con preocupación, en medio de la noche, a su hijo. Hacía mucho frío hoy. La dejé pasar, fueron cinco segundos. No saqué la cámara. Es más fuerte en mí el vivir con y a Bogotá que el robarle imágenes y grabaciones. Me puedo parar diez minutos frente a un edificio por la octava con tercera a simplemente mirar, y pienso, esta sería severa foto, pero sigo, sin robarle esa imagen a la ciudad. Creo que ella a veces me da permiso de fotografiarla y a veces no. Al regresar de nuevo a mi casa y empezar a revisar lo que había recogido, pasé unas tres veces sobre las fotos y videos sin darme cuenta. Ya tenía mucho sueño, en la cuarta vuelta me detengo en la imagen. Era ella, ya no frente al edificio Colseguros, sino frente al costado de la Iglesia de San Francisco, cubriendo parte de su rostro con el chal, y cubriendo con su cuerpo una parte de la imagen que se exhibe de ella misma, hace doscientos años. No puedo creer que la haya fotografiado sin darme cuenta. La única explicación que pienso aceptar es la siguiente. Cuando ciudades como Bogotá aparecieron, nuevos dioses nacieron, seres mágicos, o musas, o hadas, o gauchos fantasmas, o putas espectrales, en todo caso ya no santos y puros, sino pecadores y asesinos. Ella me conjuró a no verla en ese momento, para que no saliera a perseguirla, para que no me perdiera con ella a buscar a quienes no volverán, no todavía. Bogotá es seguramente una mujer, segura, altiva, misteriosa, orgullosa, desgarrada y desgarradora, potente, viva, y además, además hoy vestía de negro, llevaba tacones y un viejo chal. Cómo no llevar chal, con este frío”

Creo que cuando digo que intento expresarme de la manera más clara posible no estoy señalando que todo es orden y cristalinidad en lo que escribo, que no hay dudas, incertidumbres, titubeos, preguntas y hasta ambigüedades en ello. El esfuerzo intelectual que hago para responderle me hace pensar sobre qué es lo que estoy entendiendo por “claridad al escribir”. Es difícil responder. Incluso creo que debería buscar otro adjetivo, distinto a claro. En el escrito que le acabo de compartir creo que también intento “ser clara”. No me gusta cómo suena ese adjetivo para describir mi intención y mi escritura en este caso (el del fragmento que le compartí). No me gusta porque en ese tipo de escritura me interesa lanzar pinceladas que sean un poco difusas. Yo no quiero describir cómo se veía exactamente esta mujer, o qué fue lo que realmente yo sentí al verla, y al ver después su fotografía. Es más, en el mismo escrito digo que no puedo poner las palabras correctas a esa descripción, y recurro a los cerros, los edificios, el frío, para señalar lugares que me permitan pintar ese sentimiento. Pero por supuesto, es difusa, es oscura, está borrosa la descripción. Pero creo que sigo pensando que mi escritura es “clara” aquí. Con clara me refiero a que mis oraciones pueden llevar a alguien a algún lugar, les puede señalar algo. Y sí, intento que ese algo sea cercano a lo que yo veo, a lo que yo siento, a lo que yo entiendo; pero, no intento que sea exactamente lo que yo veo, lo que yo siento, lo que yo entiendo. Esperaría que si alguien escoge una oración del fragmento que le compartí pueda entenderla, pero no “clara y distintamente” (adjetivos que usted usó para referirse a una escritura que le interesa mostrar la Verdad) sino que pueda entender algo de ella, pueda remitirse a un lugar, a un olor, o a una “idea”.

No sé, Rigoberto, si le digo la verdad estoy bastante perdida con respecto a qué responderle en esta carta. Y creo que es así porque me ha sido muy difícil entender lo que usted tiene para decirme. Cuando me contó lo de su papá le pude seguir el hilo, me narró algo de su vida y me señaló lo que pensaba de él para hablarme de la “historia de vida” y su importancia. Usted me quería señalar la importancia de lo que llama la “historia de vida” a través de lo que me cuenta de su papá. La verdad, yo voluntariamente me perdí en la historia, en la Bogotá del momento, en los gamines, en las fincas, me imaginé a su papá siendo el campanero. Usted me quería señalar una cosa pero yo terminé interesándome en otra, poniendo la mirada en otra ¡Y eso está genial! Usted me quería exponer, contar, decir algo. Yo le entendí una cosa, yo creo que capté la intención que usted tenía al contarme algo de la historia de su papá, pero no fue eso que usted señalaba como central lo que enganché a mi lectura. Pero yo entendí esos dos párrafos en los que usted habla de su papá y de lo que intenta al contarme esta historia. Claro, no soy tan prepotente o tan idiota –a veces esas dos cosas son lo mismo– como para afirmar que entendí a cabalidad lo que usted expuso, o para decir que es lo que yo creo aquello que usted necesariamente estaba afirmando, o tenía la intención de afirmar. Por supuesto que no. Pero por lo menos puedo entender de alguna manera su intención y su narración en estos dos párrafos. Sus oraciones me llevan a un lugar, me hacen caminar por una historia. ¿Por qué le digo que mi mirada se posó no sobre lo que usted me quería señalar, sino sobre algo diferente? Porque quiero señalar que cuando digo que se escribe “con claridad” no necesariamente se escribe desde una posición dominante que quiere señalar una única, valida y Verdadera cosa. Yo creo que usted en estos dos párrafos me escribe con claridad, porque le puedo “entender”, porque puedo seguir su historia, porque puedo “ubicar su intención” al contármela. Pongo las comillas en “entender” y en “ubicar su intención” porque quizá no le entendí, quizá no es su intención la que yo estoy creyendo. Pero por lo menos tengo una interpretación, si se puede llamar así, de lo que usted está diciendo, de su intención, de lo que me está contando. Sigo con la idea: que me escriba con claridad no implica que solo sea válida una lectura, que usted me quiere contar La Verdad implica, más bien, que yo puedo tomar para mí algo de lo que usted me dice.

Llevo varios días leyendo su carta, y también pensando sobre cómo responderla. Debo decirle que su carta me parece bastante pesada, me es difícil entender qué es lo que usted me quiere decir. Aún no sé si agregar un componente audiovisual a mi respuesta puesto que lo que le quiero decir requiere, a mí parecer, de un trato fuertemente verbal.

Me parece entender que una de las cosas que usted dice es que la escritura que llama “occidental académica” –supongo que se refiere a la hecha en filosofía– tiene que ser “clara y distinta” porque tiene que dar cuenta de “la verdad”. Y de alguna manera esta afirmación hace parte de un discurso que legitima una forma de vida que muestra y defiende la Verdad. No estoy segura de que eso es lo afirmado por usted. Le repito, Rigoberto, me ha sido muy difícil entender, o tener alguna idea de lo que usted me quiere decir. Como le quise comentar en párrafos anteriores, no creo que una escritura clara –por lo menos como yo la traté de explicar– tenga un compromiso tan fuerte con la Verdad, con dar cuenta de ella, mucho menos con una forma de vivir en la que necesariamente se deba mostrar y defender la verdad. “Claro” es cuando una de mis oraciones, al ser leída por alguien más, señala a algún lugar. Y no necesariamente el mismo lugar que quise, o un lugar con los mismos colores que quise dibujar en el escrito.

Así como usted mencionaba en su ponencia, escribir una carta es un compromiso con el corresponsal. Cuando escribo pienso en mi lector o lectora. A mí mamá, quien no maneja cierto vocabulario no le escribo igual que a uno de mis buenos amigos que lee y escribe a diario (No estoy señalando que manejar cierto vocabulario, o cierta estructura gramatical sea lo necesario, lo que se DEBA hacer al momento de escribir). El caso es que ese compromiso siempre implica, para mí, preguntas como ¿Van a entender mis corresponsales lo que les estoy diciendo? Y no entender una verdad que tengo para transmitirles, una verdad irrefutable, una verdad innegable, una verdad que expreso “clara y distintamente”. Me pregunto si mis oraciones son gentiles para ellas, para ellos; si al leerlas puede llegar algo a sus corazones, a sus mentes, a sus cuerpos. Algo, no sé qué llegará exactamente, pero que puedan agarrar, tomar algo de mi escrito para ellos, para ellas. Por eso leo y releo. Me gustó algo que Bouvet contaba de Demetrio, él decía que la carta debe ser enviada como un regalo ¿Cómo se envía un regalo? Como algo que será bueno para quien lo reciba. Puede ser algo que regocijará el corazón de quien lo recibe, que complacerá su vista, que será visto como algo valioso. Hay toda una atención, una intención sobre el destinatario. Se prepara el regalo. Se piensa sobre el destinario, cómo es, qué le puede gustar. Se piensa qué regalar, cómo hacerlo, se duda sobre ello. Un buen regalo es uno donde se entrega algo valioso para el destinatario. Y en muchos casos, quizá siempre, hay un trabajo de quien regala sobre el regalo. El solo hecho de pensar sobre qué regalar y cómo hacerlo es un trabajo sobre dicho regalo. Pues así entiendo que se envíe la carta como un regalo. Uno debe tener la atención puesta en el corresponsal ¿Cómo estoy escribiendo? Quizá sea necesario releer. No para escribir como al corresponsal le gusta, pero sí para demostrar que hay interés por el que me lee. Me parecería grosero leer “Al sujeto le gustó el chocolate en la mañana de Julio”, a menos que lo leyera en un libro para jugar mentalmente con las oraciones. Me preguntaría muchas veces qué me está tratando de decir, pero no como una pregunta valiosa, sino como una pregunta que surge por la falta de atención de quién escribe ¿“Al sujeto le gustó el chocolate en la mañana de Julio” o “Le gustó al sujeto. El chocolate en la mañana de Julio…” o “Al sujeto le gustó el chocolate de Julio, en la mañana”? No me parecen estúpidas, innecesarias, o comprometidas con la Verdad, las comas en su lugar, las tildes, las relecturas, ni los intereses por escribir con “claridad”. Me parece importante que su carta me haya hecho preguntar por qué es lo que estoy entendiendo por escribir con claridad. No estoy satisfecha con la respuesta que acá he intentado dar, creo que seguiré pensando sobre ello. También seguirá vigente para mí la pregunta por si escribir con claridad implica un compromiso con la Verdad.

Para terminar, y darle paso a la segunda parte de la carta, también creo que hay otros “modos de registros” que son diferentes al ensayo que se nos exige en la Licenciatura –porque supongo que esa forma de escribir es la que estamos pensando, poniendo en tensión, de la que estamos señalando ventajas y desventajas, carencias y “abundancias”…–. Hay otros modos de escritura que “exceden los parámetros establecidos”, como usted dice, o que son “otras formas de acercamiento a la realidad”.


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