viernes, 12 de febrero de 2021

Diario, Camila Parra

¿Yo soy el monstruo?

No resulta fácil mirar el privilegio que hay en tu vida, resulta ser una tarea que lleva mucho tiempo y reflexión consciente. No sé cuántas veces me equivoqué en el trato con las personas, fui criada como alguien en parte solitario, me encerraron mucho tiempo sola en la casa o el apartamento. Mis padres, aunque tienen estudios un poco más allá del bachillerato, se dedicaron a producir y pagar deudas toda su vida, el tiempo que me dedicaban era muy poco, no dialogaban conmigo sobre temas importantes, solo veían que estuviera bien abastecida (aunque con los años eso disminuyo a un punto crítico). Pocas veces sabían si estaba enferma, nunca se dieron cuenta que estaba triste, era habitual que yo no hablara demasiado. Una vez mi papá me dijo que hasta los 16 años me vio enfadada, y no le respondí a mi mamá hasta los 13 o 14 (era más por los golpes que recibía de ella). Ello me llevó a tener relaciones distantes con muchas personas, me sentí sola mucho tiempo, muchas de las cosas que hoy entiendo es por la educación que me dieron mis profesores de colegios católicos, el televisor que nos vende una manera de vivir hipócrita y el computador que aprendí a manejar con el Windows XP y sus adaptaciones a las consolas de Nintendo 64. Pasaba muchas horas en el internet buscando y buscando respuestas desde muy joven, no tuve demasiada supervisión o ayuda en muchos aspectos, pero si exigencias fuertes. Recuerdo que en muchas ocasiones vi como maltrataban personas, niños, ya sea verbal o físicamente, pero yo no hacía nada, para mí, en parte, muchas agresiones eran normales, hasta pensé que muchas cosas derivaban de mi comportamiento, como mi pronunciación mala de niña, mi voz baja, mi mirada retraída, y los miles de cosas que hacía cuando estaba sola para no olvidarme de mis sentimientos.

Pienso que no tuve las herramientas para identificar que era el maltrato la violencia, incluso la violación (alguna vez hasta me hablaron de un posible síndrome de Estocolmo en mi), me la he pasado pensando sobre muchas cosas la mayor parte de mi vida cómo he derivado en comportamientos cada vez más agresivos contra los que me hicieron daño. Yo lo definí en algún momento como ira reprimida, e intenté canalizarla en el escape, caminaba por las calles de Bogotá sola siendo muy joven, en cada oportunidad que tenía de escaparme de mi encierro. Buscaba cosas curiosas en carpas de artesanías, daba vueltas y vueltas porque solo así calmaba mi mente, no hablaba mucho, puedo jurar durar días enteros sin pronunciar una palabra.

He derivado la mayor parte de mi ira en tristeza, a veces no diferencio eso, y me causa decaídas anímicas fuertes. Corría a buscar refugio con las personas que yo creí me protegerían, algunos de esos ambientes eran sumamente peligrosos para mí, me depredaban de manera sexual. Digamos que muchos años después he logrado entender que del dolor se aprende a partir de la trasgresión de las experiencias volcadas al presente (de nuevo). Con muchos ejercicios de escritura, dibujos, grabaciones, que aún conservo en su gran mayoría.

A veces me siento mal por muchas cosas, no puedo negarlo, pero tampoco puedo negar que he llegado a ver en mi un monstruo en muchos aspectos, al crecer sola, sin hermanos me volví muy recelosa (odiosa) con los espacios y los objetos. Al crecer con personas que todo el tiempo me tachaban de tonta, me volví distante y hostil, al crecer en espacios violentos entendía que estaba sola y que solo sobrevivirá a punta de fuerza o cualquier costo. Del amor aprendí el maltrato, y es algo que he replicado en mis relaciones emocionales, me ha costado muchos aprender a ser receptiva con los demás, y aceptar su consejo y critica de una manera asertiva y comprensiva, pues de terca y orgullosa aun me queda mucho. Créanme que también me ha costado mucho entender que mi pasividad ha justificado actos miserables, y que me dedique a ignorar todo a mi alrededor muchos años. Yo me he visto en el papel de la víctima, pero también me he reconocido como victimario de personas que no me he sentado a escuchar. Aún no he podido aceptar bien mi propia configuración de deseos, pienso que hay muchos muros morales en mi difíciles de derribar, pero no imposibles.

Creo que sanar implica pensarse cada aspecto de sí y comenzar a derivarlo en prácticas cotidianas que resignifiquen experiencias. Saben algo me ha costado mucho tiempo pensar en no tomar medidas para “vengarme”, la mayor parte del tiempo pienso si eso es lo que quiero y como sentiría tomar el “ojo por ojo” en mis manos. He tenido sueños aterradores en dónde saco cadáveres de debajo de mi cama y son esas personas que representan el dolor, veo mis manos manchadas de sangre y no me siento mal por lo que hice. Por eso muchas veces me pregunto si ¿el monstruo soy yo? O quizás sea “natural” sentir algo así. En otras ocasiones he tenido sueños en los que termino mi vida, quizá hubiese sido más sencillo hacerlo, solo es cuestión de excederme en el cálculo y hacerlo, no lo sé. En esos sueños me han acuchillado, disparado, ahogado y quemado curiosamente, jamás me despierto por más miedo que tenga, mi cuerpo suda, pero mi mente continua. No sé, a decir verdad, cómo no me despierto de ninguna pesadilla, gritando o asustada, quizá nada me da demasiado miedo para lograrlo. He transgredido ciertos límites que solo he canalizado en mis escritos más profundos. Recuerdo alguna vez al profesor Pablo diciéndole a la clase, en Crimen y castigo el autor sublimó sus más profundos demonios, los derivo en personajes y los mato sin piedad con su pluma. Creo en parte que uno no puede evitar tener pensamientos fuertes, yo personalmente tengo una relación con el dolor que podría derivar en “masoquismo emocional”, hubo épocas en que cortaba mi cuerpo (estaba muy deprimida), y me aislaba más de lo normal. Solía pasar que cuando me atacaban, regañaba, o criticaba, me quedaba pensando obsesivamente en eso días entero, intentando encontrar un sentido a cada palabra, sentía que me estaba lacerando por dentro, no sé si alguna vez hayan sentido eso. Muchas veces me decían usted solo sabe llorar en silencio (es tan así que mi respiración ni siquiera se altera, si así me lo propongo) y no hace nada para cambiar su entorno. Saben me sentí encadenada muchos años, en mi cabeza es como una olla presión que en algún momento podría ser y hacer algo terrible.

Yo digo que la filosofía me salvó la vida, han cambiado cosas, de una manera muy lenta he aprendido a soltar, pero va más allá de eso.

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