sábado, 13 de febrero de 2021

Diarios, Erika Farfán

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A lo largo de mi vida siempre he estado rodeada de muchas personas, algunas que uno no escoge, como la familia, otras que uno elige los amigos y otros que te encuentran como los que te conquistan el alma. Pero tranquilos, este escrito no hablará de romance, al menos no como tema principal.

Debo comenzar diciendo que siendo mujer en pleno siglo XXI, deberían ser más llevaderas muchas cosas que a mis antepasadas no les fueron permitidas, y en parte es cierto, al menos ahora podemos estudiar, ocupar cargos públicos, ser madres solteras, no ser madres, etc. Pero todo ello no ha sido tan fácil de conseguir, incluso a quienes deciden no tener hijos se les sataniza por perder vidas o por no darle más humanos al mundo, a las que deciden ser madres solteras que les niegan a sus hijos la oportunidad de un rol paternal. Sin embargo, me quiero detener en este punto, pues, a algunas mujeres el ser madres solteras no lo hacen por elección sino por amor a sus hijos al sentirse abandonadas por un hombre, que por ser «hombre», no puede tener a una sola mujer y que debe andar libre por el mundo porque está mal visto que aquella se queje de que este tenga otras “amigas” y no quiera más responsabilidades.

Siento que siempre se han reducido las responsabilidades de quiénes pertenecen al género masculino porque se les considera más “fuertes”, “trabajadores”, que pueden hacerles daño a las mujeres porque estas son “inferiores”. Todas estas excusas tienden a un solo punto, o mejor dicho, son originadas por una misma frase: “la cuestión biológica”.

Y sí, no podemos dejar de lado que ello ha seguido siendo así, a pesar de que gracias a luchas anteriores de mujeres valientes y rebeldes, lograron demostrar que no existe una brecha tal como lo habían justificado por siglos la ciencia, y más precisamente la política. Porque claro el poder siempre ha sido ejercido en su mayoría por hombres y no por mujeres, de allí que se les viera a sus esposas como solo eso, sus «esposas» como de su posesión y que debían obedecerles y servirles. Pero con la revolución y el cambio de las mujeres en cuanto a su rol en la sociedad como trabajadora, como independiente, llevó a un cambio de papel también con los hombres, aunque no fuera muy fácil de mantenerse. Pues, pensaban que las mujeres carecían de facultades que sí poseían los hombres, y al demostrarles que eso era falso, aceptaron a regañadientes que aquellas ocuparan sus espacios tanto políticos como sociales en otros ámbitos que les habían sido negados por décadas.

Sin embargo, y volviendo al punto central de este escrito, no podemos dejar de lado que aunque se hayan tenido ganancias aún hay muchos que siguen con la mentalidad del siglo XX ─e incluso─ XIX. Como en las acciones de algunos individuos que se creen con el derecho de maltratar a su esposa porque es «suya» o porque es mujer y le debe respeto. O cuando un hombre cree tener la libertad de gritarle a dos mujeres tomadas de la mano «lo que les falta es una buen macho que les quite lo “maricas” y las haga mujeres». De nuevo, volvemos al argumento biológico, como en el ejemplo anterior, en el que un personaje x justifica que para que una mujer sea realmente una debe tener un encuentro sexual con él, o bueno con un hombre para obtener, como si fuese un regalo, el titulo de «mujer»,

Lo que de nuevo me pone en cuestión que aunque la sociedad se crea super igualitaria, equitativa, amor y paz para todos, abracémonos y todo está muy bien, es solamente un eufemismo, un gran eufemismo. Porque a aquellas mujeres que recibieron ese insulto, fueron reducidas a una interacción sexual con un hombre para poder ser lo que ya son, es decir, mujeres. Podríamos preguntarnos ¿ellas realmente necesitan de un hombre o de su miembro sexual para ser reconocidas como pertenecientes a la sociedad? ¿realmente decimos que somos inclusivos y que aceptamos a todos aun cuando a una pareja lésbica se cree que lo que las llevo a estar juntas es no haber tenido a un macho y no a que se amen?

Imagínense, seguimos con preguntas que aparentemente ya estaban resueltas y que incluso no deberían estarse haciendo en pleno siglo XXI.

Otro ejemplo que podemos encontrar es en una mujer que quiere dedicarse solamente a su trabajo y sueños y no a tener un espos@. Aquella siempre se encontrará con “peros” en el camino, como: pero ¿y cuándo envejezcas? Pero ¿estás segura?, pero ¿y no quieres tener hijos? Pero ¿y el matrimonio? Etc.

En todos ellos se puede notar cómo siempre hay una reducción hacia las mujeres mediante el argumento biológico, para incluso, dominarlas y tenerlas siempre como “un objeto” que debe estar junto a algo para ser reconocida y valorada, como una figura que necesita un fondo, y que este lo encuentra estando al lado de un hombre y cumpliendo con todos los mandatos que indica la religión, la sociedad, “la naturaleza”. Bla bla bla, todo lo que siempre nos han dicho a quiénes nos consideran vulnerables y «doncellas en problemas» que buscan a su príncipe azul para que las salve.

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En algunas páginas de escritos anteriores he estado defendiendo una posición contra el argumento biológico por ello les he dado «palo» a los hombres, pero en este caso debo cambiar la dirección de mis argumentos. Pues, Bell Hooks, me hizo caer en cuenta de que no solamente tenemos que hablar y/o criticar a las dominaciones ejercidas por los hombres ─aunque sean la mayoría de ese modo─, sino a que las bases de una lucha feminista no están en un marco anti-hombres sino antisexistas, en un marco en el que no se busca una igualdad o quitar una inferioridad frente a estos sino a una lucha que es para las mujeres y por ellas mismas.

Es en este mismo sentido, ahora hablaré de las vulneraciones que también ejercen algunas mujeres sobre otras que también son el fundamento para rescatar el valor de la sororidad porque el feminismo, y mejor dicho, la lucha feminista va más allá de ir en contra de los hombres y satanizarlos, sino de visibilizar los problemas que hay de fondo en determinados comportamientos o violencias ejercidas entre unas personas (tanto hombre y mujeres) sobre otras mujeres para reivindicarlas.

Siendo mujer, y partiendo de ese hecho y de mis experiencias, puedo decirles que normalmente he tenido que tomar una postura casi que radical frente a la violencia, o mejor dicho, violencias ejercidas en contra de nosotras. Pues, he tenido caso tan cercanos y reales, que se me hace inevitable ponerme en el lugar de x o y mujer que esté sufriendo una determinada dominación o violencia.

Y en esa misma perspectiva, debo reconocer que he aceptado algunas violencias sobre mí, creyendo que estás eran menos serias que otras, como si fuesen unas micro violencias y que por ende no debía darles el lugar que merecían. Como cuando tenía que pedir perdón al hablar o luego de decir mi postura ante algo, era como si estuviera diciendo casi que «debía pedir permiso» para hablar y que como no lo hice, me disculpaba. Otra circunstancia era cuando pedía opinión de otras personas frente a algo que debía decidir, pues, dejaba mi voz de segundo plano y prefería escucharles, dejándome guiar por sus posturas sin antes analizar a profundidad si estaba o no ─totalmente─ de acuerdo.

En muchos aspectos de mi vida he sentido que no logro encajar con los parámetros que han sido dejado por la sociedad como metas por cumplir o objetivos que «debo» alcanzar para ser reconocida o al menos participe dentro de un grupo de personas que si las cumplen. Considero que a muchas nos ha tocado ser comparadas con otras, como “ella si hace tal cosa y tú no”, “porque no te comportas como tal”, “una señorita de su casa hace las cosas bien”, “cuida el vocabulario porque eres una dama”. E inconscientemente asumimos que tienen razón, o no les damos el peso que deberían tener. Pero es que no es poco el que nos hayan dicho que somos «damas» y debemos comportarnos como tal, todo ello lleva consigo una restricción de la libertad, a la que ─incluso─ renunciamos sin darnos cuenta.

Asimismo, la frustración de cumplir aquellas metas que nos ha hecho, sentir vulnerables, incapaces, y todo ello logra bajarnos el autoestima. Porque no es lo mismo intentar las cosas, fallar y luego seguirlo intentando para mejorar a que te digan que nunca lo harás o que no serás capaz porque no eres como las otras, o como tú deberías ser. Y siento que a ese punto es al que nos han llevado tanto los medios de comunicación, como la sociedad, donde nos venden la idea de que para ser una mujer bonita debes cumplir con determinada talla, con x o y estatura, con un cargo importante, una carrera que te dé dinero y ser exitosa. Como si una mujer baja con kilos de más y sin estudios o con una profesión que hace más por pasión que por dinero, no pudiera se exitosa y ante todo, feliz.

Algunas mujeres se han encargado de que otras se sientan de esa forma con sus críticas, sus ataques, por justificar comportamientos de los hombres o entre ellas como el burlarse de una mujer porque su marida la golpea y decide denunciarlo, diciendo que «se lo buscó» o que no es lo suficientemente mujer aquella que ha salido con muchas personas, tratándola de «prostituta», etc. También pienso que todo esto está enmarcado en un ámbito cultural que ha perpetuado dichos comportamientos y que ha dejado las huellas que muchos han sostenido a lo largo del tiempo, considerando que sí aún estas practicas se realizan es porque son correctas y están bien.

Muchas veces me he preguntado, si todas esas micro violencias, que de “micro” no es que tengan mucho, no son las causantes de que muchas de nosotras nos hayamos sentido inferiores algunas veces, defectuosas, como si nunca fuéramos a conseguir nuestras metas o a lograr nuestros sueños, ─e incluso─ sentirnos plenas y cómodas como somos sin tener que vernos obligadas a cambiar para encajar o para no desentonar.

Además considero que nos ha llevado a tener luchas entre nosotras mismas, como si fuese mejor separarnos para hacer crecer a una industria que nos vende eufemismos para enriquecer a algún multimillonario que quiere tener más ingresos, que vernos unidas defendiéndonos y ante todo, apoyando a nuestras hermanas que han sido vulneradas por los distintos victimarios que han callado sus voces y ocultado sus heridas.

Sin embargo, no todo esto ha sido en vano, pues, a las mujeres que han sido calladas se les han sumado otras que entiendo o ─intentan─ comprender sus dolores como si fuesen los propios. Lo que las ha llevado a dejar el silencio y a alzar sus voces todas unidas, en búsqueda de una reivindicación que vaya más allá de las palabras o de los discursos de igualdad que muchas sociedades se jactan de mencionar cuando hacen alusión al tema.


 

Por eso considero muy valiosas la lucha que han emprendido muchas mujeres valientes, algunas que incluso ni se imaginan que están haciendo una revolución desde sus trabajos, el cuidado de sus hijos, desde mantener un hogar, de apoyar a sus hermanas o simplemente de dejarse cautivar tanto de los valores, rebeldía y valentía que poseen las mujeres que se atreven a amar a otra con todo el corazón.

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Es inevitable luego de leer a Rita Laura Segato, no pensar en quién a muchos nos crio, y que no necesariamente fue nuestra madre, sino alguien más mientras, en mi caso, ella trabajaba para traer el dinero a la casa. Quiénes me cuidaron fueron mis abuelas, especialmente mi abuela materna, a ella le debo gran parte de lo que soy y de lo que aprendí, como el cocinar, como el abrazar con todo el sentimiento, el amor por los gatos y el Chavo del Ocho, etc. Puedo decirles que aunque ella ya no esté en este plano terrenal, sigue estando siempre en mi corazón, y desde que se fue ha dejado un gran vacío que nadie jamás podrá llenar. No obstante, la vida me recompensó dejando a mi otra abuela conmigo, ella ha estado pendiente de mí en los últimos años más que antes, y debo confesar que aprendimos a amarnos ambas, por lo que al comienzo ─cuando era más pequeña─ las preferidas eran mis primas, yo lo era pero de mi abuelo. A ella le tengo un cariño profundo, y una constante admiración porque sé que cuando ella me dice que me ama, lo dice del corazón, porque es de las mujeres que prefiere esconder sus sentimientos para no salir herida. También, a ella le debo el ser más figura paterna que mi progenitor, sí, creo que la palabra «papá» hace muchos años que no va con él, porque ha sido más padre mi abuela estando pendiente de mí, de lo que necesito, de lo que siento, lo qué me gusta o lo que no que aquel que junto a mí mamá me dieron vida.

Por otro lado, este escrito es una forma de transmitir algunas ideas que he tenido en mente pero no se las he podido decir a nadie. A mi abuela materna le agradezco infinitamente por haber sido mi segunda madre, y es así porque mi mamá siempre ha sido buena madre, y en medio de su tiempo corto por el trabajo, me ha amado infinitamente, me sentía de la misma forma con mi abuela, ella me amo tanto que creo que solo ellas dos me podrán amar así de intenso, y yo a ellas. Además, he notado que en mi vida las mujeres siempre han tenido un papel fundamental, claro ha habido figuras masculinas como familiares, que son un buen ejemplo de amigo, hermano, etc. Pero principalmente las mujeres que me han rodeado, como las de mi familia, me han permitido crecer como una mujer que se sobrepone a los obstáculos, y que incluso, sale adelante a pesar de que las circunstancias no sean fáciles o se vea el panorama hostil.

Siempre he admirado a las mujeres, y no se trata de desprecio a los hombres, no, nada de eso. Se trata de que he visto a lo largo de mi vida como ellas se sobreponen a los problemas, como defienden a sus hijos con uñas o garras ─si es necesario─ o como logran «callar bocas» al lograr sacar adelante a sus hijos sin la figura culturalmente “necesaria” de un hombre. Como he dicho no quiero que se lleven una impresión negativa de mis argumentos frente a los hombres, no, realmente he tenido la oportunidad de conocer a muchos grandiosos, a los que considero grandes amigos, ejemplos, y buenos padres. Solo que quiero destacar el papel de la mujer, de la madre, mejor dicho, de las madres que con gallardía se han enfrentado al mundo por sus ideales y por sus hijos, y no necesariamente tienen que haberlos parido para que ese lazo exista.

Igualmente, debo seguir destacando el papel de las mujeres, y no solo como mujer lesbiana que ama a otras de su mismo género, sino porque su lucha ha sido tan grande y violenta, que aquellas que han conseguido algún logro lo han hecho ─casi─ que «nadando contra la corriente». Y ello demuestra que no solamente es importante si existen posibilidades por tu sexo biológico, el ser mujer o por haber dado o no a luz a seres a los que amas como si fueran tus más grandes tesoros o hijos.

No obstante, es pertinente analizar las consecuencias políticas y económicas que tienen estas problemáticas. Pues, como decía Segato, todo ella devela las faltas de colaboración social del Estado tanto a las mujeres como a otras personas que han sido víctimas de una inferiorización, y por ende de falta de oportunidades para resignificar su pasado o al menos poder vivir sin tanto dolor, como las mujeres negras, la población LGBTQ, los enfermos mentales, las mujeres pobres o de clase media, las familias homoparentales, los padres y madres solter@s, etc.

Porque no es oculto que todo ello sucede, solo que la misma sociedad se ha encargado de encubrir cada muestra de violencia, segregación, como si fuese una cosa mínima quitándole el peso o valor que posee, rescatando solo los aspectos que más convengan o que sea mejor destacar, como lo hacen algunos medios de comunicación en el país.

Seguimos viviendo en un eufemismo, en el que creemos que la esclavitud ya terminó, las mujeres ya tienen derechos, pueden votar, los homosexuales ya no son declarados enfermos, se aprobaron las familias homoparentales, pero detrás de esos “logros” sigue estando la misma lucha por un reconocimiento sincero tanto por parte de la sociedad como por el Estado. Seguimos creyendo que con ello se solucionó todo, y que ya no hay dolor ni rastros de la violencia ejercida contra ellos, que están mucho mejor, y que deberían antes agradecer por lo que han logrado. Pero todo ello encubre los rastros, mejor dicho, cicatrices que dejo en cada uno y una de ellas, su historia, lo que tuvo que pasar tanto aquella como su familia; se oculta todo en una especie de velo, como en el texto de Segato, si hacemos la analogía: el bebé blanco con ojos verdes sería el gobierno que alardea de todo lo que ha conseguido para ellos, pero de estos, solo se conoce aquella mano que lo sostiene y que es casi que oculta al espectador tras una cortina para que solamente se destaque lo que para la sociedad, “es primordial o más importante”.

Por último, y pensando en Latinoamérica debo decir que aún seguimos con una gran deuda entre nosotros los latinoamericanos, porque no son solamente los europeos los que deban resarcir nuestras heridas, sino entre nosotros también. Porque nos hemos convertido en verdugos de los demás como si un país fuese superior al otro o como si solo importaran las luchas de unos y de otros no, desconociendo las heridas y cicatrices que han cargado ─tal vez no al mismo tiempo─ todos los latinoamericanos con ─o desde─ sus particularidades. Y hasta que entre nosotros mismos no nos reconozcamos las luchas, las cicatrices y las oportunidades para superarlas, obtener un reconocimiento sincero por parte de países ajenos y con condiciones económicas, sociales, políticas, distintas a las nuestras, será casi imposible de obtener y seguiremos en el eufemismo del «tercer mundo», y con conciencia de inferioridad.

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