lunes, 15 de febrero de 2021

Sistematización de diarios, Lucía González

Lucía González Cruz 

Cód. 2016132013 

 

Elitismo y sexismo 

Dos vectores de mis experiencias de vida y experiencias académicas en la UPN 

 

El contenido de mis seis diarios filosóficos tiene como eje transversal un problema ―o varios― de índole pedagógica que involucra tres vectores nocivos dentro de las prácticas académicas en la Universidad: el racismo, el elitismo y el sexismo. Por otro lado, en mis diarios filosóficos hay un tópico filosófico reiterativo y es el del reconocimiento; uno de los asuntos que atraviesa la crítica social contemporánea. Estos dos problemas, uno pedagógico y otro filosófico son visibles para mí a partir del estudio de las temáticas abordadas en el marco de los seminarios de Hermenéutica y de Prácticas antirracistas y antipatriarcales, ofertados durante el segundo semestre del 2020. En lo sucesivo me centraré en describir los problemas encontrados dentro de mis escritos, para posteriormente hacer explícitas sus conexiones con las temáticas abordadas en el presente seminario.  

El primero de mis diarios contiene una narración acerca de mi experiencia como estudiante del seminario acerca del problema del Reconocimiento mutuo. En este escrito, expreso mi inconformidad frente a la interrupción de mis procesos de aprendizaje dentro de un aula de clases que no es un territorio seguro para la expresión de mis ideas, a causa del sexismo y el elitismo que emerge dentro de la misma. Esta falla pedagógica radica en la imposibilidad de desarrollar las habilidades comunicativas dentro de los seminarios, ya que, son espacios en donde los varones monopolizan la palabra y la emplean con propósitos que rebasan los objetivos de la clase. Sin duda, la dificultad presentada en este espacio académico no radica en el diseño del curso, pues la selección del tema y de las y los autores del Syllabus, no refleja la preeminencia del punto de vista masculino (androcentrismo). Por el contrario, este seminario es pensado para brindarnos todo un aparataje conceptual, proveniente de distintos lugares de enunciación, sobre las limitaciones del multiculturalismo y los esquemas de reconocimiento que beben de la herencia del idealismo alemán. En este espacio académico, asuntos como la incidencia de las escalas de valoración de sujetos en la identidad, o como las falencias de los marcos de valoración que justifican la repartición diferencial del reconocimiento, son los que originan nuestras reflexiones y críticas.  

El problema radica, más bien, en el ejercicio docente y en las prácticas académicas que asumimos cuando los seminarios están en marcha, ya que se asumen unos roles que vuelven predecibles los rumbos de las clases e imposibilitan que los procesos de aprendizaje se extiendan a la totalidad de participantes. El sexismo y el elitismo son aspectos que resplandecen dentro de las clases, pues todo el tiempo es promovida la competencia entre ciertos estudiantes que suelen ser valorados por el maestro de turno. Además, las intervenciones de las mujeres que participan de los seminarios, la gran mayoría de las veces, suelen ser subvaloradas o pasadas por alto. Ni siquiera llegan a ser intervenciones que sean evaluadas, a partir de los elementos teóricos brindados por las lecturas de referencia. De allí que solo quienes son objeto del reconocimiento diferencial de algunxs maestrxs sean quienes avancen y quienes no se estanquen. Lo anterior hace patente que, si bien en el programa se han dado grandes pasos para hacerle frente al androcentrismo, aún existe sexismo dentro de las clases. 

Ahora bien, el sexismo y el elitismo han sido dos de los vectores que han configurado mis experiencias dentro de la carrera desde el primer semestre del año 2016. La experiencia que narro en el diario filosófico No. 6 da cuenta de ello. Para ese caso, ni el programa del curso, ni las prácticas pedagógicas llevadas a cabo por el docente encargado propiciaban un espacio para la abolición del sexismo, ni mucho menos del elitismo. Esto porque las prácticas retrogradas del docente, acompañadas por discusiones que ―a mi modo de ver― resultan poco provechosas para el ejercicio docente actual propendían por el fortalecimiento del elitismo académico al impulsar una definición única de la filosofía que pretendía negar todo vínculo de la misma con disciplinas académicas insertas dentro de las Ciencias Sociales. Al mismo tiempo, el docente fungcomo un catalizador de las opresiones sexistas en clase, ya que también promovió la competencia y otorgó reconocimiento de forma diferencial a sus estudiantes, con un criterio de discriminación claro: el género.  

El sexismo también ha estado presente dentro de otros ámbitos de mi vida, como el familiar. En la vida de las mujeres que conforman mi familia se ha perpetuado un ejercicio de violencia constante. En la gran mayoría de casos, ellas se han visto reducidas a su rol maternal y, por ello, han dejado de lado otros roles que no tendrían que tener veto para ser encarnados por ellas. La tendencia a asociar a las mujeres de mi familia con el rol maternal ha sido auspiciada, por varias instituciones, incluida la Iglesia Católica. Esto puede verse en el caso de la narración consignada en mi cuarto diario filosófico. Allí describo cómo las ideas propagadas por la Iglesia ejercen poder sobre los cuerpos y las decisiones de las mujeres, aun al día de hoy.   

Las disposiciones sexistas que emergen al interior de la Iglesia, como institución que promueve la exaltación del rol reproductor/maternal de las mujeres, influyen en las prácticas y el pensamiento de las familias que son asistentes asiduas de las Eucaristías. La postura de esta institución frente al aborto, como un derecho sexual y reproductivo, es de rechazo. Tal aversión es duramente recalcada en los sermones de los que varias mujeres son asiduas oyentes. La postura sexista de la iglesia frente al aborto plantea un problema que puede ser abordado desde el lente filosófico a través de los planteamientos de algunas autoras que se enmarcan dentro de la crítica social. Este problema tiene que ver con que la postura «pro-vida» de la iglesia sitúa el debate moral sobre el derecho a la vida en el lugar equivocado. Esto, ya que se discute la inviabilidad del aborto diciendo que las madres no tienen derecho a elegir sobre la vida de sus hijos y no pueden atentar contra ella. Sin embargo, la Iglesia ignora que la vida de un ser humano no depende únicamente de que su nacimiento se vea o no frustrado. La vida de los seres humanos depende de una red de relaciones sociales que deben sostenerle, cuidarle y garantizarle las condiciones de una vida llevable. Por lo tanto, lo que habría que garantizar a las mujeres debería ser la posibilidad de decidir sobre sus cuerpos y sobre las vidas de los hijos que tendrán, dependiendo de las condiciones de vida que estas tengan. La postura «pro – vida», por ende, no debería centrarse en criminalizar el aborto, sino en garantizar que la maternidad pueda ser o no elegida. Para eso, es necesario que las mujeres, independientemente de su estatus racial/económico, cuenten con las condiciones necesarias para ejercer su rol maternal.  

Los y las miembros de la Iglesia Católica aquí en Colombia, no han evaluado críticamente sus discursos en contra del derecho a la elección de la maternidad. Ellos han invisibilizado las realidades a las que se enfrentan las mujeres―todas racializadas― en América Latina. Los contenidos de sus pláticas no versan sobre las condiciones de vida de las mujeres que hacen parte de sus comunidades parroquiales. Algunas que, como mi abuela, han vivido en función de la maternidad, de sus familias y sus hijos teniendo que pagar costos muy altos por ello. Tampoco contemplan la posibilidad de que dentro de las asistentes a las Eucaristías se encuentren mujeres con experiencias de vida en las que el aborto y el deseo de ser madres convergieron alguna vez, por motivos de índole económica/racial y emocional. La postura de esta institución ha hecho oídos sordos a las experiencias de las mujeres colombianas que frecuentan las parroquias; vidas que están atravesadas por una matriz de opresiones sexista, racista y clasista que ha determinado los rumbos de sus vidas y las decisiones que toman, incluso siendo profesantes de la religión católica. Esta omisión de los factores de la raza, el sexo y la clase social, en una institución como la Iglesia Católica de América Latina, me llevan al contenido de mi segundo diario, pues allí hablo de los entrecruces entre la raza y la clase en América Latina.  

En el tercer diario filosófico, en específico, tal como en mi ponencia, planteo el pensamiento/práctica de las feministas anticoloniales, como una solución ante el sexismo, el androcentrismo y el elitismo que han atravesado mis experiencias dentro de la academia y fuera de ella. Las prácticas académicas retrógradas denunciadas en mis diarios reflejan la adopción de un paradigma para la producción de conocimiento enmarcado en los valores del sujeto moderno. Frente a estos valores que piensan la filosofía como una reflexión tardía ligada a la literalidad del texto y que justifica el sexismo, emerge el pensamiento/práctica del feminismo negro como una alternativa. En dicho diario filosófico denominé a las feministas anticoloniales como Colibríes, aludiendo a la respuesta a la metáfora hegeliana de la filosofía como una Lechuza de Minerva. El Colibrí, el ave que elige Cerutti para hablar del pensamiento latinoamericano, es un pájaro diurno que refleja la laboriosidad de un pensamiento fresco y emergente en la cotidianidad. Las feministas anticoloniales eliminan la distancia entre la reflexión y la práctica y deciden tomar como insumos sus propias experiencias de vida; este último asunto parece ser ignorado en varias de las prácticas expuestas dentro de mis diarios filosóficos.  

Luego de expuestos los problemas pedagógicos y filosóficos encontrados en mis diarios, indicaré las conexiones entre estos y los textos de referencia del seminario: La crítica al sexismo en las prácticas académicas ―tema latente dentro de mis diarios filosóficos―se encuentra en la activista Ochy Curiel1 y en la filósofa María Lugones2. La primera autora expone la crítica a la academia sexista, elitista y androcentrista que se erige desde la mirada de los estudios subalternos; una mirada que persigue la descolonización de las prácticas académicas. Según Curiel, las formulaciones masculinas del pensamiento decolonial no han logrado por completo el descentramiento del sujeto moderno, pues han ignorado el papel del sexo como una categoría de organización social. Por lo tanto, han esquematizado la matriz de opresiones de los sujetos colonizados sin tener en cuenta la participación del sistema sexo/género como un vector que ejerce poder sobre las mujeres colonizadas. La crítica de Curiel pasa por dos puntos, el primero de ellos, el de señalar que la Colonialidad del Poder es precedida por las elaboraciones conceptuales de las feministas negras. El segundo de ellos, el de señalar que dicho esquema es insuficiente para explicar las opresiones de las mujeres indígenas, afro y mestizas. Por su parte, Lugones hace un aporte similar y propone la Colonialidad del género como un concepto explicativo para superar el androcentrismo de los decoloniales. Esta filósofa es enfática en que no es posible hablar de descolonización sin despatriarcalización y, esta última se logra, a partir de la admisión del sistema sexo/género como un soporte de la opresión de las mujeres colonizadas.  

Por otro lado, los entrecruces entre el racismo y el sexismo señalados en mi cuarto diario filosófico se encuentran dentro del feminismo negro y son tratados allí mediante la categoría de la interseccionalidad, como la urdimbre de relaciones de poder que originan las experiencias de subordinación de las mujeres negras ―este esquema se ha extendido y se ha aplicado para comprender la realidad de todas las mujeres racializadas―. Además, la filósofa Angela Davis también ha tematizado la articulación entre el racismo y el sexismo a lo largo de su texto Mujeres, raza y clase (1981). Allí Davis pone a disposición nuestra una mirada distinta sobre el movimiento pro- aborto a través de la revisión histórica sobre la emergencia de este movimiento en Estados Unidos. Esta revisión revela que, lo que en sus inicios fue un movimiento promovido por los derechos de las mujeres blancas a elegir sobre su maternidad, fue redirigido como una política de esterilización obligatoria y abortos para las mujeres de raza negra, bajo argumentos racistas que sostenían la necesidad de equilibrar las poblaciones negra y blanca con el fin de evitar la sublevación de las personas racialmente marcadas.  

Las políticas de control natal aplicadas en EE. UU sobre la población negra prometían mejores ingresos y la posibilidad de un ascenso económico a las mujeres que renunciaran a su maternidad, en muchos casos deseada. Sin embargo, estas promesas de estabilidad económica nunca llegaban a materializarse, ya que la marca racial de las mujeres negras siempre las sujetó a los empleos menos remunerados y a unas condiciones de pobreza extrema. El análisis de Davis nos brinda un punto de vista interesante frente al debate alrededor del derecho al aborto, pues hace mella en las maternidades deseadas que han sido frustradas por la aplicación del control natal. En últimas, Davis nos lleva a pensar en que es necesario promover el derecho a la elección de la maternidad porque este respalda tanto a quienes quieren abortar, como a quienes no. La elección de la maternidad solo es garantizada si las condiciones sociales para cualquiera de los dos casos se hacen efectivas.  

Una vez establecidas las conexiones entre los textos de referencia y los diarios filosóficos me resta remitirme a la experiencia de la escritura y grabación de los diarios. Para mí los diarios en formato audiovisual fueron una apuesta que me permitió reforzar mis habilidades comunicativas. Al mismo tiempo, tres de los seis diarios realizados me permitieron aclarar los conceptos y las apuestas de los feminismos trabajados a lo largo del seminario. No obstante, debo reconocer que, en mi caso, la escritura de los últimos diarios fue bastante interrumpida; esto puede evidenciarse en la desconexión de estos con temas abordados en las semanas que los cargué a la plataforma. En algunos casos, las lecturas me suscitaron ideas que escribí y me prometí desarrollar posteriormente. Por ese motivo, algunos inician indicando fechas imprecisas en las que las reflexiones allí consignadas surgieron.  

Uno de las estrategias que considero que podría emplearse para evitar la discontinuidad en la escritura de los diarios es la de generar espacios alternos a la clase en los que nos reunamos a compartir nuestros escritos o registros audiovisuales en varios momentos del semestre. Por supuesto, estos momentos tendrían que ser elegidos estratégicamente para que no se crucen con los cortes de notas, así se evitaría que se diera una escritura o unas reflexiones apresuradas y descuidadas.

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